miércoles, 29 de junio de 2016

Y los otros, ¿qué? / Ramón Cotarelo *

El pasado domingo, la derrota fue para los dos partidos de la izquierda. Ayer, Palinuro expuso su opinión sobre las insuficiencias y defectos de Podemos, haciendo de lado la parte correspondiente a IU porque la federación no pinta ya nada en esta historia. El otro gran protagonista de este descalabro es el PSOE. De él hablamos hoy.

Por delante que, para Palinuro, el PSOE es un partido de izquierda. Quienes creen que la izquierda está compuesta solamente por aquellos grupos o fuerzas a quienes ellos otorgan esa condición y no lo hacen con el PSOE están de enhorabuena, pues no necesitan seguir leyendo. Aquí se considera al PSOE un partido de izquierda porque no existe el título de censor o medidor de izquierdas y no vamos a perder un segundo demostrando algo tan evidente. Los otorgadores de títulos de la izquierda pueden irse a tomar vientos.

¿Por qué el PSOE tuvo el domingo unos resultados peores que los del 20 de diciembre, que ya habían sido los peores de su reciente historia? Las razones de este descalabro son complejas, más que en el caso de Podemos, y requieren una mirada sintética a un ya largo pasado.

Para bien o para mal, el PSOE fue uno de los protagonistas de la transición y comparte con esta buena parte de la crítica que ahora se hace a aquel fenómeno. Fue el partido de los catorce años de gobierno de Felipe González, del felipismo o felipato, como lo llamaron muchos críticos. En ellos se hizo una impresionante tarea de aggiornamiento y modernización de España. Algo de lo que ningún otro partido puede presumir y, menos que ninguno, IU u otras izquierdas "verdaderas" que jamás han gobernado ni han hecho nada malo ni bueno. 
 
Pero ese reconocimiento no puede ocultar el hecho de que el largo mandato de González presenta dos tachas de gran importancia que han condicionado posteriormete el partido: de un lado, el terrorismo de Estado, la guerra sucia de los GAL, que se hizo desde el poder político socialista, aunque nunca se pudiera probar judicialmente que en ella estuvo implicado el propio Felipe González. La segunda tacha fue la corrupción que se generalizó en la última parte del mandato socialista tras invadir prácticamente toda la administración pública. Fue esta corrupción la que sembró las condiciones para que triunfara la primera pinza en contra del PSOE que llevaron a cabo los comunistas de IU con la derecha del PP, Julio Anguita y José María Aznar, gracias a la cual, hubo un gobierno de derechas en España.

Se dio luego un interregno de los dos mandatos de Aznar, en los cuales el país sufrió el peor atentado de su historia, producto del aventurerismo reaccionario y de rapiña del PP que no tuvo problema en mentir a la opinión pública a cambio de obedecer a su amo yanqui y entrar en guerra (más bien simbólica) con el Irak de Sadam Hussein. A raíz del atentado de Atocha, el PSOE se recuperó ligeramente, gracias al liderazgo renovador de Rodríguez Zapatero. Pero fue una recuperación superficial, de mucha importancia política y simbólica (derechos de las minorías, avance de las mujeres, etc), pero no de impacto social y económico. Y, además, quedó anegada cuando el gobierno socialista aceptó reformar la Constitución de 1978 (art. 135) de acuerdo con el PP y cumpliendo órdenes de los mercados.

Por aquel entonces ya se hacían evidentes los rasgos de la burocratización y oligarquización del partido socialista. Dividido en baronías territoriales, más atentas a sus intereses, a veces corruptos, que a una política de conjunto, minado por la falta de iniciativa política, el enchufismo y el amiguismo, el PSOE se fue convirtiendo en un partido de intereses en el que militaban sobre todo cargos públicos de más que mediana edad en provecho propio y de sus allegados. Un partido de clientela. Había perdido todo contacto con la realidad nutricia de la gente joven.

Esta evolución negativa se exacerbó con el liderazgo de Rubalcaba, incapaz de hacer verdadera oposición al gobierno del PP que, con su mayoría absoluta, hizo lo que quiso; y tampoco regeneró el partido. Ni siquiera lo intentó. Antes al contrario, lo convirtió en un firme sostén de la corona borbónica, haciendo de él un partido dinástico y sometido a los abusos y privilegios de la iglesia católica, que es la que manda en el país.

Después de la afrentosa derrota de noviembre de 2011, la peor de la historia del PSOE, Rubalcaba dio paso a un joven político poco conocido en general, pero fiel hechura de su concepción del mundo: a su carácter conservador, casi reaccionario, dinástico y proclerical, Sánchez añade la misma inquina contra el soberanismo catalán de su mentor Rubalcaba. Esta evolución aun más a la derecha es la que explica que Sánchez haya sido incapaz de mejorar los datos de apoyo electoral de su predecesor. 
 
En definitiva, en este momento el PSOE tiene un gran problema interno de partido oligárquico y caciquil, avejentado, sin contacto con los sectores jóvenes de la sociedad y sin propuestas ni ideas atractivas o innovadoras. Se añade un carácter dinástico que lo convierte en defensor de un orden monárquico ilegítimo, en contra de su tradición democrática y republicana. La idea de que la forma de gobierno -monarquía o república- es indiferente mientras haya democracia puede ser cierta en Inglaterra, pero no en la España de los Borbones, una dinastía de corruptos inútiles a los que no hay modo de echar y no por falta de ganas.

Pero lo más grave de la evolución integrista y hasta reaccionaria, del PSOE se encuentra en su cerrado nacionalismo español, defendido por Sánchez con el mismo entusiasmo con que puede defenderlo un chusquero mental como García Margallo. Sánchez es incapaz de comprender que la autodeterminación de las naciones es un derecho imprescriptible de estas que ningún socialista democrático puede negar. Eso convierte al PSOE no solamente en un partido residual en Cataluña (PSC) sino en una triste sombra de sí mismo y secuela del más cerrado españolismo franquista al estilo del PP.

El PSOE no tiene nada que aportar a una reconfiguración del orden territorial español basado en el reconocimiento de su carácter plurinacional y la plenitud de sus derechos, empezando por el de autodeterminación. Sin duda, los socialistas son un partido de izquierda moderada, socialdemócrata, en todo equiparable a los de otros países europeos. Pero, en el mejor de los casos, vive en un mundo ficticio cuando se obstina en ignorar que la derecha que tiene enfrente no es una derecha europea, civilizada y democrática, como pasa en otros lugares, sino una organización franquista, corrupta, antidemocrática y, en el fondo, la principal responsable de la desintegración de España. Que el PSOE no vea -o no quiera ver esto- es lo que hace que a veces parezca cómplice de la situación.

¿Quieren una prueba irrefutable? Pregúntense por qué en España es de todo punto impensable una gran coalición entre la derecha y la socialdemocracia como lo es normalmente en otros países de Europa. ¿Cuál es la razón sino la de aceptar como normal una situación de hegemonía de una derecha cavernícola que no se sabe desmontar?
 
Claridad
 
Pasadas las elecciones generales, algunos dicen que las circunstancias españolas han cambiado y que la incertidumbre del 20 de diciembre se ha disipado.

Solo a medias o quizá nada en absoluto. Algo sí ha quedado claro: los españoles no quieren cambiar. Han dado la mayoría a un partido de derechas, el PP, único que ha aumentado en votos. Podían haber votado a uno de izquierdas, el PSOE o Unidos Podemos, pero no lo han hecho. Al contrario, los dos han bajado en votos y el PSOE también en escaños. Podían haber votado a un partido que se dice de centro. Pero lo han hecho por uno de la derecha con un historial delictivo comprobado, un partido que es una asociación de malhechores, imputado por los jueces, presidido por un sospechoso de haber cobrado sobresueldos ilegales, un partido corrupto, franquista, nacionalcatólico, centralista y catalanófobo. 
 
No le han dado la mayoría absoluta, como en 2011, pero le han encomendado formar gobierno minoritario, cosa que hará en alianza con Ciudadanos y, seguramente, contando con el apoyo de la minoría vasca y el diputado nacionalista canario, es decir, 175 escaños. Podrían ser 176 y mayoría absoluta si se diera un episodio de “tamayazo” hipótesis nada descabellada en un sistema político tan opaco y corrupto como el español.

Si el electorado hubiera dado mayoría a la izquierda, quizá las cosas se habrían sido algo distintas. Pero no en Cataluña pues, tanto con la derecha como con la izquierda dominada por el PSOE, las posibilidades de que España acceda a convocar un referéndum catalán (cualquier tipo de referéndum) son inexistentes. A día de hoy hay 244 diputados en las Cortes contrarios al referéndum, más de dos tercios.

Los españoles no quieren cambiar y quien diga que es posible cambiar España está mintiendo deliberadamente y a ojos vistas.

¿Cuáles son las opciones para Cataluña? Si Podemos no pudo hacer el sorpaso al PSOE en España, tampoco pudo hacérselo al bloque independentista en Cataluña, que, aunque ha perdido votos (CDC), se ha mantenido muy bien en escaños. Y ahora corresponde aplicar las enseñanzas de las elecciones generales.

Si en España no hay posibilidad alguna de referéndum, si no cabe hablar en serio de reforma de la Constitución. ¿Qué sentido tiene proponer un referéndum pactado con el Estado, como hace En Comú Podem?

También en Cataluña se precisa claridad. Y se puede conseguir. Claro es que la oferta del referéndum pactado es una vía muerta o un engaño. Y claro también que el bloque independentista mantiene su apoyo parlamentario a la hoja de ruta. Falta por ver si la CUP sigue en su actitud errática respecto al gobierno independentista por la que han pedido perdón pero sin especificar qué piensan enmendar. Y septiembre, cuando aumente la presión del gobierno español y haya que pronunciarse sobre la cuestión de confianza de Puigdemont está a la vuelta de la esquina.

El resultado de la brexit ha ayudado bastante a traer claridad. Ha dejado claro que con un 52 % cabe tomar decisiones trascendentales. Es obvio que con el 51% también y eso clarifica mucho. Añádase el más que probable nuevo referéndum de autodeterminación en Escocia y se verá que en Cataluña corremos peligro de retrasarnos.
 
En el plazo inmediato, Cataluña tendrá que decidir por una medida de carácter unilateral; un referéndum o una declaración unilateral de independencia (RUI vs DUI). Y cada vez está más claro que la más segura y más prometedora es la DUI porque es institucional, legítima, no compromete la posición de los funcionarios en Cataluña, internacionaliza de inmediato la cuestión y la somete a arbitrio judicial internacional con una perspectiva muy elevada de salir triunfante.

Y, sobre todo, porque es una decisión clara que obliga a las fuerzas políticas de carácter ambiguo (los comunes) o errático (los cupaires) a clarificar su actitud.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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