Vaya por delante que aplico el principio
de presunción de inocencia en el caso de los dos acusados Chaves y
Griñán, así como en el de los demás procesados. Ojalá salgan todos
absueltos y brille su inocencia. Es mi esperanza y mi deseo por el bien
de ellos, de su partido y del país en su conjunto.
Vaya
igualmente por delante que, en principio, su comportamiento en estas
turbulencias ha sido correcto: han dejado los cargos y han causado baja
en su partido. Es un comportamiento responsable que, si no elimina el
perjuicio ocasionado al buen nombre y el prestigio de la causa que dicen
defender, cuando menos lo mitiga.
Pero
eso no basta. Por las dimensiones cuantitativas (más de 800 millones de
defraudados) y cualitativas (dos presidentes de Andalucía y federales
del PSOE, consejeros, altos cargos, etc) del asunto, quienes hayan sido
responsables directa o indirectamente y/o beneficiaros de esta tropelía,
han hecho un daño tremendo, inimaginable a la trayectoria de un partido
centenario, a la buena fe de miles y miles de militantes y a la
confianza de millones de votantes. Sin duda sus adversarios harán mucha
leña del árbol caído. Pero es que este árbol no se ha caído; lo ha
tirado una serie de sinvergüenzas que se han aprovechado de la confianza
que otros han depositado en ellos. Que aguante lo que se le viene
encima porque se lo tiene merecido.
Una
cuestión sobre la marcha: ¿cuánto de este desaguisado de presunta
delincuencia e inmoralidad conocía la dirección? ¿Todo? ¿Mucho? ¿Poco?
¿Nada? ¿Qué es más creíble? ¿Me paso de suspicaz si digo que ahora
entiendo por qué el PSOE no realizó oposición digna de tal nombre al
gobierno del Sobresueldos en la Xª legislatura? ¿Si añado que ya sé por
qué no tuvo valor para presentarle una moción de censura? Porque estaba
tan enfangado como el partido del gobierno, esa asociación de presuntos
malhechores; porque sabía que lo callarían sacándole a relucir su propia
corrupción.
Este
episodio plantea una situación límite, una de la que no se puede salir
con declaraciones cosméticas, afirmando la fidelidad del PSOE al
principio de legalidad y el Estado de derecho o señalando la eficacia
real y la contundencia de las medidas aplicadas. Sí, ya se sabe: el PSOE
no es el PP; no es un partido en principio hecho para delinquir, no es
una una banda de ladrones y la corrupción en él no es su razón de ser.
Pero, paradójicamente, quizá sea algo peor: que el PP es una presunta
manga de ladrones, como sostienen los jueces, es evidente y no asusta a
nadie; la prueba es que sus votantes piensan seguir votándole aunque
saben que les roba. Pero el PSOE no es -o no debiera ser- eso. Y no lo
es.
La
corrupción del PSOE-A no se extiende como la metástasis por todo el
partido, como sucede con el PP; está territorializada y reside en
Andalucía. Pero Andalucía es el gran baluarte del socialismo y no puede
dejar pasar esta situación sin más. Es obligado hacer una reflexión
sobre la trayectoria de ese partido y sobre sus casi cuarenta años de
gobierno consecutivos en la región, algunos de ellos con mayorías
absolutas.
¿De
qué han servido a Andalucía esos cuarenta años de socialismo? ¿Exagero
si digo que de muy poco? Las magnitudes sociales y ecónomicas siguen
siendo tan malas en comparación con las zonas más prósperas del país
como antes. Los datos del paro, la desigualdad, la pobreza y otros
factores disfuncionales siguen siendo tan alarmantes como hace 40 años.
Los cuarenta años del PSOE no han servido prácticamente para nada, salvo
para desarrollar una estructura burocrática y clientelar que ha
alimentado la corrupción, y para hacer de esta algo endémico. Un
panorama de caciquismo, enchufismo y favoritismo que todavía ha
deprimido más a la sociedad andaluza. Algo que los estudiosos conocen
desde hace años, incluso siglos: el poder sin cortapisas, sin frenos,
sin alternancia, sin límites temporales o de otro tipo, corrompe y
destruye las sociedades.
Por
dignidad y un mínimo sentido de la eficacia, el PSOE no puede escurrir
el bulto, limitarse a fabricar contraargumentarios frente a las
acusaciones, esperar que amaine la tormenta mediática, hacer algunas
declaraciones compungidas, resolverlo con dos o tres dimisiones y
esperar que todo se olvide pronto, hasta un nuevo episodio.
La
situación exige que los socialistas tomen medidas drásticas. Tienen
que comparecer ante la sociedad y pedir perdón. Tienen que abordar el
asunto con espíritu crítico y de regeneración. Tienen que sanear sus
filas, reformar su organización interna para que estos abusos no puedan
volver a suceder. Tienen que reformar sus usos y prácticas, eliminar el
amiguismo, el enchufismo y el fulanismo que los caracterizan y, aunque
ellos no lo sepan, producen irritación y rechazo social. Tienen que
dejar de ser autocomplacientes y de mirarse el ombligo. Tienen que parar
a los arribistas y carreristas, que abundan entre ellos, gentes que no
van a servir al país a través del partido sino a servirse a sí mismas a
través del país y del partido. Tienen que poner en su sitio a los
llamados "barones". Tienen que tratar de recuperar a toda la gente que,
asqueada por el ambiente de peloteo que reina en el interior y los
juegos de "familias" se han ido apartando de sus filas. Tienen que
escuchar a los críticos que, generalmente, llevan más razón que los
halagadores y pelotas. Tienen que suprimir la camarillas, los cabildeos,
las manipulaciones y asegurar la transparencia y democracia de todos
los negocios internos. Y apenas hay tiempo.
Obviamente,
tienen mucho que hacer. Pero es hacerlo o terminar de hundirse por el
escotillón de la historia. De no proceder así, igual que el Sobresueldos
destruye el país , Sánchez destruirá el partido.
Hitler siempre a mano
Hace un par de días, Joan B. Culla publicaba un interesante artículo titulado Barruts y farsants,
algo así como "desvergonzados y farsantes" en el que se refiere a esos
intelectuales nacionalistas españoles, con acceso a los más importantes
medios de comunicación en los que publican artículos arrogantes,
dogmáticos, irrespetuosos, incluso insultantes con quienes no coinciden
con ellos. Lo que más criticable le parece a Cullá es que estos
intelectuales tengan intensos compromisos partidistas, pero no suelan
hacerlos explícitos y, por el contrario, pretendan estar argumentando
desde una posición de falsa objetividad, cual si sus argumentos de
partido fueran la conclusión de sus imparciales observaciones como
estudiosos, lo que, en opinión de Cullá, es un impostura.
El
autor se refiere a dos conocidos intelectuales, el jurista Francesc de
Carreras y el filósofo Fernando Savater, los dos con acceso frecuente a El País,
en el que suelen publicar sus artículos sobre cuestiones muy
controvertidas de la actulidad política y generalmente sin hacer
referencia a sus respectivos vínculos partidistas. Cuando menos en el
caso de Francesc de Carreras porque de Savater es bastante más conocido
que es el intelectual orgánico de UPD y que se ha presentado como
candidato al Senado y al Congreso por ese partido. En el caso de De
Carreras, su estrecha vinculación con el partido Ciudadanos es menos
conocida pero no menos intensa. Es uno de sus fundadores y más fieles
apoyos desde el año 2007. Sin embargo, en ningún momento advierte De
Carreras al lector sobre este extremo, cosa que Cullá considera
tramposa.
Curiosamente, ayer mismo aparecía un artículo del citado De Carreras en El País titulado La singularidad catalana
en el que equipara a Artur Mas con Hitler. No sé qué grado de
familiaridad tiene De Carreras con internet y me parece extraño que
ignore lo que viene conociéndose como la ley de Godwin, una de
cuyas versiones es que, cuando en un debate alguien menciona a Hitler,
el debate se acaba. Ser un intelectual y entrar en un debate para
aniquilarlo me parece un contrasentido.
Comparar
a Artur Mas y, en general, a los independentistas catalanes con los
nazis no es algo infrecuente en las diatribas de las derechas españolas
más reaccionarias que, además, tienen escaso sentido del ridículo si se
piensa en que el general Franco, cuya dictadura aquellas no condenan,
llegó al poder gracias precisamente a Hitler. Pero uno no esperaría ver
este lamentable recurso en la pluma de un respetable académico.
Aunque,
si bien se mira quizá no sea tan estrafalario. ¿No es Rivera, el líder
del partido al que apoya De Carreras quien afirma que las dictaduras "no tienen libertad, pero tienen cierta paz y orden"?
Pues eso mismo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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