jueves, 2 de junio de 2016

Armagedón socialista / Ramón Cotarelo *

Vaya por delante que aplico el principio de presunción de inocencia en el caso de los dos acusados Chaves y Griñán, así como en el de los demás procesados. Ojalá salgan todos absueltos y brille su inocencia. Es mi esperanza y mi deseo por el bien de ellos, de su partido y del país en su conjunto.

Vaya igualmente por delante que, en principio, su comportamiento en estas turbulencias ha sido correcto: han dejado los cargos y han causado baja en su partido. Es un comportamiento responsable que, si no elimina el perjuicio ocasionado al buen nombre y el prestigio de la causa que dicen defender, cuando menos lo mitiga.

Pero eso no basta. Por las dimensiones cuantitativas (más de 800 millones de defraudados) y cualitativas (dos presidentes de Andalucía y federales del PSOE, consejeros, altos cargos, etc) del asunto, quienes hayan sido responsables directa o indirectamente y/o beneficiaros de esta tropelía, han hecho un daño tremendo, inimaginable a la trayectoria de un partido centenario, a la buena fe de miles y miles de militantes y a la confianza de millones de votantes. Sin duda sus adversarios harán mucha leña del árbol caído. Pero es que este árbol no se ha caído; lo ha tirado una serie de sinvergüenzas que se han aprovechado de la confianza que otros han depositado en ellos. Que aguante lo que se le viene encima porque se lo tiene merecido.

Una cuestión sobre la marcha: ¿cuánto de este desaguisado de presunta delincuencia e inmoralidad conocía la dirección? ¿Todo? ¿Mucho? ¿Poco? ¿Nada? ¿Qué es más creíble? ¿Me paso de suspicaz si digo que ahora entiendo por qué el PSOE no realizó oposición digna de tal nombre al gobierno del Sobresueldos en la Xª legislatura? ¿Si añado que ya sé por qué no tuvo valor para presentarle una moción de censura? Porque estaba tan enfangado como el partido del gobierno, esa asociación de presuntos malhechores; porque sabía que lo callarían sacándole a relucir su propia corrupción. 

Este episodio plantea una situación límite, una de la que no se puede salir con declaraciones cosméticas, afirmando la fidelidad del PSOE al principio de legalidad y el Estado de derecho o señalando la eficacia real y la contundencia de las medidas aplicadas. Sí, ya se sabe: el PSOE no es el PP; no es un partido en principio hecho para delinquir, no es una una banda de ladrones y la corrupción en él no es su razón de ser. Pero, paradójicamente, quizá sea algo peor: que el PP es una presunta manga de ladrones, como sostienen los jueces, es evidente y no asusta a nadie; la prueba es que sus votantes piensan seguir votándole aunque saben que les roba. Pero el PSOE no es -o no debiera ser- eso. Y no lo es. 

La corrupción del PSOE-A no se extiende como la metástasis por todo el partido, como sucede con el PP; está territorializada y reside en Andalucía. Pero Andalucía es el gran baluarte del socialismo y no puede dejar pasar esta situación sin más. Es obligado hacer una reflexión sobre la trayectoria de ese partido y sobre sus casi cuarenta años de gobierno consecutivos en la región, algunos de ellos con mayorías absolutas. 

¿De qué han servido a Andalucía esos cuarenta años de socialismo? ¿Exagero si digo que de muy poco? Las magnitudes sociales y ecónomicas siguen siendo tan malas en comparación con las zonas más prósperas del país como antes. Los datos del paro, la desigualdad, la pobreza y otros factores disfuncionales siguen siendo tan alarmantes como hace 40 años. Los cuarenta años del PSOE no han servido prácticamente para nada, salvo para desarrollar una estructura burocrática y clientelar que ha alimentado la corrupción, y para hacer de esta algo endémico. Un panorama de caciquismo, enchufismo y favoritismo que todavía ha deprimido más a la sociedad andaluza. Algo que los estudiosos conocen desde hace años, incluso siglos: el poder sin cortapisas, sin frenos, sin alternancia, sin límites temporales o de otro tipo, corrompe y destruye las sociedades.

Por dignidad y un mínimo sentido de la eficacia, el PSOE no puede escurrir el bulto, limitarse a fabricar contraargumentarios frente a las acusaciones, esperar que amaine la tormenta mediática, hacer algunas declaraciones compungidas, resolverlo con dos o tres dimisiones  y esperar que todo se olvide pronto, hasta un nuevo episodio.

La situación exige  que los socialistas tomen medidas drásticas. Tienen que comparecer ante la sociedad y pedir perdón. Tienen que abordar el asunto con espíritu crítico y de regeneración. Tienen que sanear sus filas, reformar su organización interna para que estos abusos no puedan volver a suceder. Tienen que reformar sus usos y prácticas, eliminar el amiguismo, el enchufismo y el fulanismo que los caracterizan y, aunque ellos no lo sepan, producen irritación y rechazo social. Tienen que dejar de ser autocomplacientes y de mirarse el ombligo. Tienen que parar a los arribistas y carreristas, que abundan entre ellos, gentes que no van a servir al país a través del partido sino a servirse a sí mismas a través del país y del partido. Tienen que poner en su sitio a los llamados "barones". Tienen que tratar de recuperar a toda la gente que, asqueada por el ambiente de peloteo que reina en el interior y los juegos de "familias" se han ido apartando de sus filas. Tienen que escuchar a los críticos que, generalmente, llevan más razón que los halagadores y pelotas. Tienen que suprimir la camarillas, los cabildeos, las manipulaciones y asegurar la transparencia y democracia de todos los negocios internos. Y apenas hay tiempo.

Obviamente, tienen mucho que hacer. Pero es hacerlo o terminar de hundirse por el escotillón de la historia. De no proceder así, igual que el Sobresueldos destruye el país , Sánchez destruirá el partido.
 
 
Hitler siempre a mano 


Hace un par de días, Joan B. Culla publicaba un interesante artículo titulado Barruts y farsants, algo así como "desvergonzados y farsantes" en el que se refiere a esos intelectuales nacionalistas españoles, con acceso a los más importantes medios de comunicación en los que publican artículos arrogantes, dogmáticos, irrespetuosos, incluso insultantes con quienes no coinciden con ellos. Lo que más criticable le parece a Cullá es que estos intelectuales tengan intensos compromisos partidistas, pero no suelan hacerlos explícitos y, por el contrario, pretendan estar argumentando desde una posición de falsa objetividad, cual si sus argumentos de partido fueran la conclusión de sus imparciales observaciones como estudiosos, lo que, en opinión de Cullá, es un impostura. 

El autor se refiere a dos conocidos intelectuales, el jurista Francesc de Carreras y el filósofo Fernando Savater, los dos con acceso frecuente a El País, en el que suelen publicar sus artículos sobre cuestiones muy controvertidas de la actulidad política y generalmente sin hacer referencia a sus respectivos vínculos partidistas. Cuando menos en el caso de Francesc de Carreras porque de Savater es bastante más conocido que es el intelectual orgánico de UPD y que se ha presentado como candidato al Senado y al Congreso por ese partido. En el caso de De Carreras, su estrecha vinculación con el partido Ciudadanos es menos conocida pero no menos intensa. Es uno de sus fundadores y más fieles apoyos desde el año 2007. Sin embargo, en ningún momento advierte De Carreras al lector sobre este extremo, cosa que Cullá considera tramposa.

Curiosamente, ayer mismo aparecía un artículo del citado De Carreras en El País titulado La singularidad catalana en el que equipara a Artur Mas con Hitler. No sé qué grado de familiaridad tiene De Carreras con internet y me parece extraño que ignore lo que viene conociéndose como la ley de Godwin, una de cuyas versiones es que, cuando en un debate alguien menciona a Hitler, el debate se acaba. Ser un intelectual y entrar en un debate para aniquilarlo me parece un contrasentido.

Comparar a Artur Mas y, en general, a los independentistas catalanes con los nazis no es algo infrecuente en las diatribas de las derechas españolas más reaccionarias que, además, tienen escaso sentido del ridículo si se piensa en que el general Franco, cuya dictadura aquellas no condenan, llegó al poder gracias precisamente a Hitler. Pero uno no esperaría ver este lamentable recurso en la pluma de un respetable académico.

Aunque, si bien se mira quizá no sea tan estrafalario. ¿No es Rivera, el líder del partido al que apoya De Carreras quien afirma que las dictaduras "no tienen libertad, pero tienen cierta paz y orden"?

Pues eso mismo. 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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