(No man's
land, tierra de nadie, es un terreno situado entre dos fuerzas armadas
en combate, que ninguna de las dos ocupa permanentemente. Generalmente
asociado a la guerra de trincheras. (Wikipedia)
(*) Periodista
Nadie duda
que Pedro Sánchez es un político ambicioso, un tío tirao palante en
castizo, que el pasado mes de diciembre quiso convertir las calabazas
electorales –el peor resultado del PSOE en las últimas décadas- en una
pértiga para asaltar la Moncloa.
Pero
no llegaron, y la aritmética electoral colocó a Sánchez en el
centro, el pivote, de cualquier combinación de Gobierno. Y se
pidió la presidencia. Con dos argumentos. El PP tiene que irse y
la izquierda me tiene que votar a mí porque si no gobierna el PP. En
el fondo era el discurso de los pactos municipales y
autonómicos: desalojar al PP de los gobiernos en la creencia
ingenua que en España sólo puede gobernar el PP o Psoe,
nacionalidades aparte.
Sánchez, cuyo liderazgo en el PSOE
tan reciente como frágil, salió regular de su fallida
investidura. Afianzó su imagen como líder socialista ante el
electorado pero quedó en evidencia que su esperanza de arrastrar a
Podemos a un pacto era inviable. No le echaron un saco de cal viva,
pero casi. Para su soñada travesía hacia el oasis de la Moncloa sólo le
quedaba Ciudadanos y alguna confluencia –en este caso valenciana-
de Podemos.
Primero pactó solemnemente con Ciudadanos y luego
volvió a buscar en nacionalistas gallegos, catalanes y
valencianos (sólo le faltaron los baleares) la compresión y el
apoyo para arrastrar a Podemos e IU. Pero éstos, los hermanos
separados, estaban en otra. Y así llegamos al desfiladero del 26
de junio.
Sánchez vuelve a estar donde estaba, sólo que esta
vez no sabe el resultado y ve como a su alrededor se toman
posiciones que amenazan su integridad política. Por la derecha,
el PP sigue vetado, pero se aprecia que los conservadores estarán
dispuestos a hacer las concesiones que sean necesarias para formar
la gran coalición. No lo dirán en campaña, pero Rajoy no será
obstáculo para el pacto. Ciudadanos no oculta que esa gran colación,
bajo múltiples formatos -de a dos, de a tres- con apoyos externos,
etc… es la mejor solución. Por la izquierda, la formación de una
alianza electoral Podemos-IU amenaza la identidad más querida del
socialismo español: ser la primera fuerza de la izquierda. Si a
ello se añade que el frente de la izquierda radical cuenta en sus alas
a los nacionalista secesionistas, el PSOE, que sigue llevando
la E de España en sus siglas, ve muy limitado su cimbreo a
izquierda.
Su posición, en esa tierra de nadie, entre los dos
bloque incompatibles que forman PP-Ciudadanos frente a
Podemos-IU+secesionistas, es muy comprometida. Todo dependerá,
obviamente, de los resultados del mes de junio, pero una posición
estática como la suya sólo aspira a repetir –incluso perdiendo
escaños y la primogenitura de la izquierda- su condición de
fuerza indispensable para cualquier mayoría parlamentaria. Y a
Sánchez, dicen las lenguas de doble filo, ya le han llegado recados
de ese bloque tan español que forman en el PSOE las antiguas
federaciones de Asturias, Castilla-León, Castilla-la Mancha,
Extremadura y Andalucía, que si no gana las elecciones tendrá que dejar
paso en el próximo congreso, aplazado oportunamente para después
de las elecciones.
¿Qué hará Sánchez en las próximas ocho
semanas? ¿Repetir las consignas de la campaña anterior?. Porque
con sus pretensiones, Sánchez sólo tiene una salida y es ganar, ser
la fuerza más votada en las próximas elecciones. Y eso parece
difícil.
(*) Periodista
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