miércoles, 25 de mayo de 2016

Solo la calle dice la verdad / Ramón Cotarelo *

Un espontáneo arruinó ayer el acto inaugural de la campaña de Rajoy y el PP al sostener a gritos que "el PP es la mafia". Lo captaron todas las televisiones y lo ha escuchado toda España, lo cual no es garantía de que TVE dé las imágenes porque ese nido de propagandistas de la fe pepera  solo emite lo que le ordenan. Pero oírlo lo ha oído todo el país. Y todo el país ha pensado lo mismo, exactamente lo mismo que pensaban los capitostes peperos: que es la pura verdad, que el PP es una mafia, una partida de mangantes. Pero lo tiene que decir alguien de la calle que lo ve con la misma claridad con que lo vemos los que no somos cómplices ni encubridores de estos mafiosos, como son casi todos los demás partidos. Sí, esos que juegan a hacer como si aquí hubiera política, parlamento, gobierno democrático, cuando la realidad ofrece el cuadro de un patio de Monipodio rebosante de ladrones.

Solo la calle dice la verdad. Y los políticos, ni los medios, escuchan. En su soberbia y vanidad, pretenden aleccionar a la opinión que sabe mucho más que ellos porque no está comprada. En efecto, en España no está mal visto que los publicistas, los analistas políticos sean de partido y lo oculten, barriendo para casa pero sin decirlo. Tan partidistas son que en no pocos casos, cruzan la barrera y fichan por uno u otro partido y siguen escribiendo como si fuera a leerl@s alguien que no sea de su cuerda y estricta obediencia. Y lo llaman periodismo. Viene a ser como los jueces que dejan la toga y se meten en política en las filas de uno u otro partido. Menguado juez será después de haber pasado por la turmix de las opiniones partidistas. Como le pasó al juez Garzón, a quien la injusticia padecida no exime de la que él protagonizó cuando, despechado por la política socialista (pues era diputado del PSOE) dejó el escaño y lleno de rencor, trató de encarcelar a Felipe González...

De igual modo, los análisis de los famosos analistas dan risa. Cuando no se alinean decididamente y sin fisuras con la política de su partido es porque ya están haciendo campaña por él. Se sacan las menudencias del adversario para ver de hundirlo y se defienden o ningunean las tropelías de los propios. Muchos de estos "análisis" dan vergüenza. Generalmente no pasan de cotilleos o especulaciones sin fundamento.

¿Análisis comparativos? Cero. ¿Alguien ha visto alguna referencia a la cuestión de la incongruencia de los políticos? Sin embargo, es bien llamativa. Sánchez se pasa el día hablando del cambio, que es su lema de campaña en el que reproduce el del PSOE de los años 80 en la esperanza de conseguir el mismo efecto de arrastre. Pero no sé qué tendrá de cambio un proyecto que aparece avalado por una colección de figuras del museo de cera: González, Borrell, Rubalcaba, Rodríguez Zapatero. Pensar que esta colección de venerables paisanos tenga arranque para una política de cambio es tener una confianza panglossiana en la bondad del mundo.

Lo mismo le pasa a Iglesias. Convertido ya en el "gran hermano", no por lo que dice sino porque está atornillado a todos los platós de todas las televisiones todo el día, su reiterado discurso  sobre el fin de la vieja política produce tal hartazgo en las audiencias que va a lograr lo que parecía imposible: probar que el casi monopolio de los audiovisuales que ejerce Podemos no le harán ganar las elecciones sino perderlas. El discurso conjura permanentemente tiempos nuevos, pero el responsable de dar lustre a este propósito es Anguita, un héroe para quienes lo siguen y un zote huero y rencoroso para quienes no lo hacen, que son muchísimos más. Y Anguita no es el único septuagenario encargado de materializar los etéreos propósitos de la "nueva política": Carmena, Villarejo (finalmente descolgado) o el general Rodríguez son partes del estrellato de este frente de juventudes de la innovación, perfectamente incongruente con su objetivo declarado.

El caso de Rajoy es patético. No bien ha acabado de soltar una de sus habituales mentiras cuando ya está diciendo lo contrario en una carta de lacayo a los amos de Europa. Asegura que será implacable con la corrupción y lo primero que hace es aforar a Rita Barberá para obstaculizar sus comparecencia ante la justicia por presuntos delitos que en otro país algo más civilizado que este la habrían llevado sin más a la cárcel. Sostiene que el PP colabora con la justicia, pero hace sistemáticamente lo  contrario: borrar pruebas procesales, negarse a las comparecencias y hostigar a los jueces.

De ciudadanos no es posible documentar grandes incongruencias porque carece de discurso identificable. Igual que Garzón, el de IU, que dice estar orgulloso de su condición de comunista pero es incapaz de definirla y se presenta a las elecciones ocultando las siglas de su partido porque, como es sabido, nadie lo vota.

Si de los analistas pasamos a los medios que los cobijan, el panorama es de risa. Medios a su disposición incondicionel tienen el PP y Podemos. Quizá pueda probarse también de Ciudadanos. De quien no dudo es del PSOE: este no tiene un solo medio a su servicio como los dos partidos primeramente mencionados en los que los medios funcionan como boletines incondicionales. El BOE de Podemos, Público.es, no tiene nada que envidiar al pasquín La Razón, al servicio del PP ; igual que la Sexta es poco más que una televisión temática al servicio del Podemos, como Trece TV  lo está al del PP. 

¿Y los sondeos? Puras armas para crear estados de opinión que apoyen las opciones partidistas de los medios que los hacen. Ningún sondeo contradice la línea ideológica del medio que lo publica. Su valor es cero. Los sondeados acaban siempre respondiendo según las opiniones generalizadas por los mismos medios y así las consolidan. Porque si uno no consigue imponerse en las elecciones puede intentar hacerlo en las redacciones.

Lo que los sondeos no pueden ocultar ni maquillar es la valoración popular de los líderes y ahí hay un dato que llama mucho la atención: ¿por qué los dos políticos peor valorados por la gente son Rajoy e Iglesias? No es difícil de barruntar: porque los tenemos hasta en la sopa y el uno por uno y el otro por otro, tienen un discurso falso y repetitivo

Es verdad que Podemos no sabe de dónde viene, el PSOE a dónde va, Ciudadanos en dónde está y el PP qué le sucede. Y esto les ocurre porque no escuchan la opinión de la calle, la que sabe que Rajoy es un mafioso sin escrúpulos, Sánchez un don nadie sin recursos, Iglesias un hipócrita sin conciencia y Rivera un oportunista sin principios. 
 
Esto no tiene arreglo

El episodio de la prohibición de la estelada en la final de la copa del rey tiene dos interpretaciones; una anecdótica y la otra estructural. La anecdótica está ya agotada. El ridículo de la falangista delegada del gobierno en Madrid ha sido épico, imperial.

Vayamos a la interpretación estructural. Que la delegada del gobierno en Madrid sea una franquista, hija de un falangista patrono de la Fundación Francisco Franco evidencia una vez más que todo el personal político de la Dictadura sigue activo, a través del PP. Este no es un partido de centro-derecha, sino de extrema derecha, así como una presunta asociación de malhechores hoy conminada por la justicia a pagar una fianza so pena de embargo. Los franquistas siguen en todos los puestos de la administración pública, en el gobierno, en los tribunales, en la policía, en las embajadas, en el Tribunal Constitucional, el Consejo de Estado, la Iglesia católica. Basta con escuchar a obispos como Cañizares.

El estado español se ha democratizado formalmente, pero estructuralmente sigue siendo franquista, sus administradores son franquistas y sus, publicistas e intelectuales en los medios de comunicación, franquistas de distintas obediencias: monárquicos, falangistas, opusdeístas, militaristas y simples logreros y ladrones. Ha habido unos lapsos en que se han tolerado administraciones socialdemócratas siempre que estas no pasaran de cambios cosméticos y superestructurales y no se atrevieran a tocar las raíces del poder de la oligarquía franquista.

En consecuencia, en España todo está politizado al servicio y por imperativo del franquismo. Cuando los publicistas al servicio del franquismo dicen que “no se politice la copa del rey” ocultan que esa copa se llamaba antes “del Generalísimo” y que ese generalísimo puso en el trono despótica y arbitrariamente al padre del actual rey . En consecuencia, este debe su puesto a un dictador. Por lo tanto, todo lo que este rey toca o lo que le afecte está politizado y con la peor de las politizaciones: la de una dictadura que aún no ha respondido ni pedido perdón por sus crímenes, empezando por el asesinato de Lluís Companys.

Nadie ha dimitido por el ridículo bochornoso de la falangista Dancausa. Los franquistas no dimiten porque en su mentalidad los políticos no están al servicio del pueblo ni tienen por qué rendirle cuentas ni son responsables ante una opinión pública. Son como los camaleone: cambian de color según la apariencia del régimen de turno; se adaptan a las formas de la democracia, pero las corrompen y destruyen desde su interior. Se presentan a las elecciones, pero las compran mediante la corrupción. Hablan de la opinión pública, pero la censuran y solo toleran sus gabinetes de agitación y propaganda, con esbirros a sueldo. Ocupan los cargos de la administración pública, pero solo para expoliar el erario. Jamás dimiten porque, como el caudillo antaño y el actual de La Moncloa, solo son responsables ante Dios y la historia.

Se dirá que este cuadro ignora que en España hay elecciones democráticas periódicas y que la mayoría puede cambiar esta bochornosa situación que, así, dejaría de ser estructural. Esto ignora que el personal franquista, el franquismo sociológico, los herederos biológicos e ideológicos del franquismo así como sus beneficiados, siguen siendo mayoría en los sondeos; mayoría relativa, pero mayoría.

Pero, aunque la mayoría cambiara de bando alguna vez, está claro que un país no puede vivir en la incertidumbre de si unas nuevas elecciones no volverán a traer una mayoría de franquistas, contraria a los principios democráticos más elementales, compuesta por censores, autoritarios, provocadores. Una democracia en la que no todas las alternativas posibles (y probables) sean escrupulosamente democráticas, aunque de signos ideológicos distintos, será una democracia enferma, como le sucedió a la República de Weimar.

Y hay más, en el caso de los catalanes, una minoría a su vez estructural en el Estado español, la probabilidad de que, sea cual sea la mayoría que gane en España, será más o menos anticatalana no es una probabilidad; es una certidumbre. Los catalanes no pueden aspirar a blindar una situación real, efectiva y justa de autogobierno dentro del Estado español porque, como los españoles, están sometidos al albur de las cambiantes mayorías entre franquistas y no franquistas pero con consecuencias mucho más desastrosas para ellos.

Eso solo pueden conseguirlo con un Estado propio, cosa que ya nadie discute. Lo que se discute es cómo y cuándo. 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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