lunes, 11 de abril de 2016

Los empleados bancarios se convierten en una especie en extinción a manos de la tecnología y la baja rentabilidad


MADRID.- Si aún se encuentra entre la mayoría de los clientes que acuden a la oficina de su banco, vaya despidiéndose de Don Fulanito o de Doña Menganita. Las exigencias del guión, como decían la actrices en los años del destape, obligan a un nuevo reajuste de personal en las sucursales, más grandes y, al menos en teoría, más volcadas en labores comerciales o de asesoramiento que de trato directo con el cliente minorista. Los empleados bancarios se extinguen y, además, por un métodp expeditivo: su suicidio o, en lenguaje popular, por el harakiri, se publica en www.capitalmadrid.com

La trans­for­ma­ción di­gi­tal, la baja ren­ta­bi­lidad y la atonía del ne­gocio mi­no­rista lleva a los bancos al más ab­so­luto mi­ni­ma­lismo en sus plan­ti­llas.
Algunos de cierta edad aún re­cor­darán cómo en los au­to­buses de Madrid había un co­brador in­de­pen­diente del con­duc­tor. En el Metro de la ca­pi­tal, tam­bién existía la fi­gura que se en­car­gaba de la aper­tura y cierre de las puertas de los va­go­nes. Los avances tec­no­ló­gicos han con­de­nado esas pro­fe­siones a los li­bros de his­to­ria.
Algo si­milar puede ocu­rrir con los ban­ca­rios, los em­pleados de banca que no han de con­fun­dirse con los ban­que­ros. Santander ya ha con­cre­tado la re­duc­ción de su plan­tilla con el cierre de 450 ofi­ci­nas: 1.200 em­plea­dos, dos ter­ceras partes co­rres­pon­dientes a los tra­ba­ja­dores de red.
El tra­di­cional em­pleado de ven­ta­ni­lla, con la in­tro­duc­ción de los ca­jeros au­to­má­ticos y más tarde con la banca on­line, ya es­taba con los días más con­tados que un pavo por Navidad. Esa fi­gura de ban­cario es casi ya un resto pa­leo­lí­tico. Los bancos buscan que sus plan­ti­llas en su­cur­sales se vuel­quen en el ase­so­ra­miento y las ventas de pro­ductos a los clien­tes, en lugar de con­tar, uno por uno, los bi­lle­tes, que re­em­bolsan a la an­ciana que se muestra reacia a la uti­li­za­ción del ca­jero au­to­má­tico. O que, sim­ple­mente, no en­tiende cómo se opera con esa "máquina de los de­mo­nios" (textual que aún se puede es­cu­char en al­guna ofi­cina ban­ca­ria).
Ya desde hace va­rios lus­tros, al­gunas en­ti­dades "invitaban" (por no decir "obligaban") a la ma­yoría de sus clientes a que las ope­ra­ciones más sim­ples las hi­cieran en esos ca­jeros au­to­má­ticos que, con el paso del tiempo, se han con­ver­tido en un ob­jeto de guerra entre bancos para el cobro de co­mi­sio­nes.
Posteriormente, la banca on­line y los dis­tintos ser­vi­cios ofre­cidos se ha­cían casi im­pres­cin­di­bles para la clien­tela de los ban­cos. Mientras tanto, los ban­ca­rios asu­mían una pro­funda crisis que se lle­vaba por de­lante, me­diante pre­ju­bi­la­ciones con poco más de 50 años de edad y con unas ven­ta­josas con­di­cio­nes, a miles de com­pañe­ros.
Al anuncio de hace una se­mana del Santander sobre el cierre de ofi­cinas en España, se ha su­mado el ajuste pre­visto en Banco CEISS, ya en la ór­bita de Unicaja, y los planes di­gi­tales y fu­tu­ristas del BBVA, que prevé pres­cindir de un 75% de su red. Si el mo­delo es el de 1.000 su­cur­sa­les, al es­tilo del turco Garanti, el grupo pre­si­dido por Francisco González po­dría pres­cindir de más de 11.000 tra­ba­ja­dores en los pró­ximos años.
Lo más cu­rioso es que la ma­yoría de los prin­ci­pales di­rec­tivos de los bancos abogan por un trato cer­cano, cen­trado en el cliente y con ase­so­ra­miento res­pon­sable sobre los pro­ductos co­mer­cia­li­za­dos. Algunos de los ven­didos en los úl­timos años (preferentes, su­bor­di­na­das, hi­po­tecas suelo o mul­ti­di­vi­sas...) han lle­vado a los tri­bu­nales a un buen nú­mero de en­ti­da­des.
Desde luego, ese trato cer­cano se pre­su­pone com­plejo si la ma­yoría del sector ban­cario re­duce a mí­nimos sus plan­ti­llas en las su­cur­sa­les. Tal vez, la al­ter­na­tiva sean los ges­tores re­motos o los ban­queros es­pe­cia­li­zados en al­gunos seg­mentos de­ter­mi­na­dos, como los ban­queros es­pe­cia­li­zados en pa­tri­mo­nios de de­ter­mi­nada cuan­tía.
La trans­for­ma­ción di­gital se es­grime como uno de los fac­tores que con­ducen a una menor plan­tilla de los ban­cos. A ello se une la me­jora de efi­ciencia ne­ce­saria para un buen nú­mero de en­ti­dades y la re­cu­pe­ra­ción de una ren­ta­bi­lidad per­dida du­rante los largos años de la cri­sis.
Pero a ello se suma la pér­dida de repu­tación de la banca tra­di­cio­nal. La ré­plica a los nuevos su­jetos que apa­recen en la es­cena fi­nan­ciera, los co­no­cidos como 'fintech', es tan sólo la del ajuste de unas plan­ti­llas que bien han po­dido estar so­bre­di­men­sio­na­das. Pero desde un tiempo a esta parte, mu­chos em­pleados tam­bién se han visto so­bre­pa­sados por unos ob­je­tivos de ventas que han po­dido con­llevar a una re­la­ja­ción en los cri­te­rios de me­di­ción de los ries­gos.
La nueva oleada de ajustes ya cuenta con la opo­si­ción de los sin­di­ca­tos, aunque en dis­tinto grado como se de­tecta de la reac­ción de CCOO y UGT a los plan­tea­mientos ini­ciales de la di­rec­ción del Santander. Se puede asumir que en las ac­tuales cir­cuns­tan­cias las di­men­siones de las plan­ti­llas de los bancos es­pañoles están algo más que hin­cha­das, pero la fi­gura del ban­cario no puede pasar a la his­toria como ocu­rrió con los se­re­nos.
Alguien tendrá que abrir la puerta a un cré­dito, sobre todo de de­ter­mi­nadas di­men­sio­nes. Y eso, por el mo­mento, no se logra con un por­tero au­to­má­tico o una apli­ca­ción di­gi­tal. Para la firma de una hi­po­teca aún es ne­ce­sario el paso por una no­ta­ria, aunque sea un puro for­ma­lismo al que nadie se puede sus­traer.

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