Antaño los líderes políticos, más sesudos y entrados en años,
buscaban su inspiración en los clásicos. Referencias a Montesquieu,
Rousseau, Hume, Platón, Cicerón o Aristóteles, eran moneda común en los
discursos de los parlamentarios del siglo XIX o en los de los
revolucionarios franceses. Los nuevos revolucionarios de salón
treintañeros, en estos tiempos de política banalizada (que tan bien ha
diagnosticado Peter Mair) nutren sus espíritus en otras fuentes. En el
caso de Pablo Iglesias, es notoria su fascinación por la serie Juego de
Tronos, sobre la que ha escrito y que regala cuando visita a las testas
coronadas. Tal vez esa obsesión ayude a comprender su comportamiento
desde las últimas elecciones generales.
En Juego de Tronos, la política se plantea como un enfrentamiento a
muerte, en sentido literal, lleno de golpes de efecto. La primera
actuación de Pablo Iglesias consistió en convocar una rueda de prensa,
mientras Pedro Sánchez estaba reunido con el Rey, para anunciar la
composición de un futuro gobierno en el que se adjudicaba la
vicepresidencia. No parece el comportamiento más leal ni sensato. Si
hubiese existido verdadera voluntad de pacto, lo normal habría sido que
se reuniesen los interesados, comparasen programas, buscasen
acercamientos… para culminar el proceso convocando una rueda de prensa
conjunta.
No obstante, ese comportamiento inicial era poco sibilino. Otros
componentes esenciales en el guión de la serie son el disimulo y la
traición. Nuestro héroe estaba siendo criticado por ambicionar cargos en
vez de ocuparse de las medidas concretas que pudieran aliviar el
sufrimiento de la gente. Dentro de sus propias huestes, algunos de los
participantes en las negociaciones parecían haberse creído que el pacto
era un objetivo posible y deseable. Por eso, en una segunda fase, el
líder podemita debió buscar inspiración en nuevos visionados de su serie
favorita para mejorar la estrategia.
Recién apagado el televisor, procedió a la defenestración de los
compañeros de partido moderados, partidarios del pacto. A algunos de los
depurados no les ahorró humillaciones públicas en los escritos que
justificaban sus ceses. El hecho de que uno de los principales
damnificados fuese Íñigo Errejón, un amigo de juventud (o tal vez de esa
infancia en la que parece eternamente instalado), no le hizo temblar el
pulso. El poder no se comparte, por mucho círculo que luego se use para
legitimarlo, revistiéndolo de apariencias asamblearias. ¿Acaso le
tembló el pulso a lord Tyrion a la hora de atravesar a su propio padre
con una saeta? ¿No traicionó Theon Greyjoy a la familia que le había
criado y acogido? ¿Tuvo piedad Daenerys Targaryen de su enamorado
caballero Sir Jorah Mormont?
Una vez acaparado el poder de decisión, convenía disimular. Como enseña un dicho inglés, para apuñalar a alguien por la espalda primero conviene colocarse detrás de él. ¿No fue Robb Stark degollado a traición con toda su familia en medio de un banquete en su honor? En esta estrategia retocada, el líder de la larga coleta se convirtió en un inesperado prodigio de humildad. Renunció a una vicepresidencia que nadie le había ofrecido, para no ser un obstáculo y probar su desinterés personal. Cedió en sus pretensiones de gasto, de forma que la Hacienda Pública, en vez de quebrar como en Venezuela, solo quebrase como en Grecia. Se puso a la cabeza de las reuniones, prometiendo arremangarse (¿no lo está siempre?) y hacer lo imposible para lograr un acuerdo. ¿Acaso la reina Cersei Lannister, para acabar con su ambiciosa rival Margaery Tyrell, no lanza contra ella a los fanáticos religiosos y luego aparenta defenderla de esos mismos ataques? ¿No fue Petyr “Meñique” Baelish uno de los envenenadores del rey Joffrey, pese a que después aparente querer vengarlo?
La primera reunión negociadora encabezada personalmente por Pablo
Iglesias se convirtió inesperadamente en la última. En su documento de
supuestas concesiones, se aseguró de dejar suficientes medidas
inaceptables, en particular el referéndum en Cataluña. Al día siguiente,
convocó una rueda de prensa con las espaldas bien cubiertas, que
coincidió con la reunión en que Pedro Sánchez y el equipo de
negociadores socialistas analizaban el documento de Podemos. El líder
morado no consideró necesario aguardar a la respuesta, ni siquiera por
cortesía.
Eso sí, la última palabra la tendrán “las bases”. Es cierto que las preguntas son un tanto capciosas y que ya se da algún leve indicio del resultado deseable, pues si las bases no votan como se espera de ellas, cosa harto improbable, el gran líder amenaza con abandonarlas. ¿Cuando el Consejo del Reino ha votado algo distinto de lo que quiere la “Mano del Rey”, que lo convoca y preside?
Este juego de tronos real es arriesgado para el propio Pablo
Iglesias. Los conflictos dentro de Podemos existen y pueden agravarse,
la coalición con las plataformas y “mareas” varias no parece muy
estable, las posturas sobre Venezuela, Arnaldo Otegui y el referéndum
catalán algún día pueden acabar pasándole factura entre su electorado
menos radicalizado… Tal vez no haya reflexionado lo bastante sobre el
final de la quinta temporada, la ultima hasta ahora emitida. Stannis
Baratheon fue capaz de sacrificar en la hoguera a su misma hija para
cumplir el sueño de sentarse en el trono de hierro. No obstante, esas
esperanzas, inculcadas por la falsa sacerdotisa Melisandre, se vieron
defraudadas cuando sus seguidores empezaron a abandonarle espantados.
Stannis, cegado por quiméricas visiones, terminó siendo derrotado.
Aunque, bien pensado, no adelantemos acontecimientos. El guión de esa
serie está lleno de giros inesperados de última hora.
(*) Catedrático de Economía Aplicada, Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
http://www.republica.com/sapere-aude/2016/04/13/pablo-iglesias-juega-a-los-tronos/
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