La verdadera casta que padecemos en España, al igual que ocurre en
algún otro país, no es la de los políticos que se reparten el poder, a
veces durante décadas, sino la que han sacado a relucir los papeles de
Panamá. En ellos figuran algunos profesionales de la política, pero
también los nombres de otros personajes bien conocidos como financieros,
deportistas (o deportistos), coleccionistas (o coleccionistos) de arte,
escritores, iconos de nuestro cine o, simplemente, miembros de las
mejores familias del Reino.
La vieja casta política a la que se refería Pablo Iglesias se queda
en nada si se la compara con esta otra casta transversal y de
composición mucho más rica y variada. A su lado, la inmensa mayoría de
los componentes de la casta vituperada por el líder de Podemos no pasan
de ser españolitos del montón cuando no pobres diablos en términos
económicos. Unos mejores y otros peores, con más o menos apetencias de
protagonismo público, pero sin méritos bastantes para entrar en aquel
club de privilegiados con dinero a espuertas y, al menos hasta ahora,
una cierta impunidad frente a la Hacienda y los Tribunales.
Si, ya sabemos que esas sociedades y cuentas opacas en paraísos
fiscales no son por sí mismas constitutivas de delito. Nuestra economía
global dispone aquí y allá de burladeros alegales o ilegales para que el
dinero, siempre que sea en grandes cantidades, esté a salvo de las
embestidas del recaudador de esta España a la que tanto queremos todos.
No es preciso ser muy mal pensado para suponer que también el blanqueo
de dinero, la ocultación de comisiones delictivas y otras gratificantes
formas de corrupción a gran escala serán con frecuencia el móvil de unas
actividades mucho más onerosas que la visita a la sucursal de un banco
español que nos queda a la vuelta de la esquina.
En fin, un espectáculo vergonzoso pero no sorprendente, excepto para
las almas particularmente cándidas. Feo es lo que vamos conociendo, pero
no le van a la zaga las increíbles explicaciones con las que nos
obsequian algunos (no todos) de los que, encontrándose en entredicho,
nos toman por tontos. Ahora no vale aducir, como es habitual, una
presunción de inocencia que se agota en el ámbito penal. La aparición en
los papeles de Panamá apunta en primer término, y ya es bastante, a la
evasión de impuestos o al refugio de dineros de oscura procedencia, sean
propios o de otras personas por medio de testaferros. Y a partir de
ahí, bienvenidas sean las explicaciones merecedoras de tal nombre.
(*) Consejero Permanente de Estado
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