miércoles, 27 de abril de 2016

Nuevas elecciones, nuevos políticos / Ramón Cotarelo *

Ayer Baldoví se presentó en la Corte con una propuesta de 30 puntos y con ánimo de desbloquear la situación para que hubiera un acuerdo en el último minuto. La proposición se viralizó. A ver si ahora iba a resultar que, después de todo, los chulapos madrileños iban a ser por lo menos tan eficaces como los catalufos, que habían conseguido formar gobierno en plena cuenta atrás. El portavoz de los socialistas, Hernando, con su pinta de burócrata reposado, saltó como un tigre de Bengala y dijo que el PSOE aceptaba 27 de los 30 puntos. Algo hay que decir. Un 10 % de rechazo parece bastante razonable y suena a acuerdo. Pero de inmediato Iglesias hizo saber que el PSOE había roto las deliberaciones y que era responsable de la repetición de los comicios. Sin solución de continuidad añadía que, tras las elecciones, el PSOE contaría con su mano tendida por pocos que fuesen sus diputados.

Ya están otra vez estos mozos vendiendo la piel del oso antes de cazarlo y adoptando una actitud no solo de prepotencia sino de verdaderos perdonavidas. Nadie en Podemos, probablemente, ignora que la intención de voto de su partido está bajando aceleradamente. Y necesitan compensar de algún modo, razón por la cual han vuelto a acercarse a IU a causa de su suculento millón de votos. Pero no es de esto de lo que habla, sino de la necesidad de que el PSOE, medio inválido, recupere algo de su perdida dignidad y, arrepintiéndose de su coyunda con C's, se reintegre al grupo de los verdaderos creyentes. Pelillos a la mar. 
 
Culpando al PSOE por no tragar el documento de Compromís de la cruz a la fecha Iglesias piensa verse libre de toda sombra de duda de haber boicoteado el acuerdo. Eso es cosa de los socialistas. No haya duda alguna: si el PSOE hubiera aceptado los 30 puntos, tampoco habría habido acuerdo porque no los habría aceptado con suficiente entusiasmo o algo así. Para mayor alegría, salió C's afirmando que el pacto de Compromís era "infumable" con lo cual estaba ya claro que los dos malandrines del pacto originario, C's y PSOE no querían pacto, sino que se repitieran elecciones.

La campaña electoral será emotiva y habrá enfrentamientos muy probablemente por la cuestión de quién en definitiva es el responsable de que los españoles estén otra vez de comicios. Por supuesto, si el analista quiere ser equidistante y neutro acabará diciendo que responsables lo son todos y culpables todos. Sin duda. Pero la exquisita neutralidad en la naturaleza no existe. Lo que existen son nuestras convicciones e intenciones. En función de estos, Palinuro clasifica los distintos grupos en función de su mayor o menor culpabilidad (subjetiva) en a convocatoria de eleciones.

El primero de todos, por supuesto, la partida de malhechores, que no ha hecho nada por evitarlas. Es su comportamiento habitual: siempre que un resultado poco favorable le impide gobernar, empieza a pedir elecciones anticipadas. Lo que no quiere es perder el poder, que considera suyo por derecho divino, ley natural, uso, costumbre. Y en Cataluña, por derecho de conquista también, al menos desde Felipe V. El PP no ha hecho literalmente nada por facilitar acuerdo alguno. No ha cumplido el mandato popular ni el real. Y es el principal responsable del adelanto electoral.

En segundo término, pero de forma parecida, Podemos tampoco quería pacto. Al menos, una parte esencial de la organización antes de IU y ahora de Podemos. ¿Cómo van  a querer los tránsfugas de IU a Podemos una posible fusión con IU? Sería como una venida del Mesías y juicio universal avant la lettre. Garzón, el hijo del padre Anguita, dividiendo a los tránsfugas de los fieles. Pero no interesaba a los morados que se los viera propiciando la unión en lugar de la separación. Al incluir a C's en su documento de investidura, Sánchez quemaba las naves de todo entendimiento con Podemos. Y eso sin contar con el empecinamiento socialista en negarse a aceptar el referéndum catalán. 

Todo eso está muy bien y obligaría a Podemos a hacer algún tipo de autocrítica si la arrogancia, pedantería y superficialidad de sus dirigentes lo posibilitaran. Pero no lo hacen, les es imposible porque el encargado de elaborar una justificación teórica de sus intenciones es Iglesias. Y no está este a estas alturas en posición de permitirse las retóricas de antaño. Tras haber elaborado una doctrina sobre la irrelevancia de la dicotomía izquierda-derecha en el mundo moderno, Podemos está en conversaciones para formar parte de algún gobierno de las numerosas Españas y lo hace precisamente a través de un diálogo entre él mismo y una organización que se llama Izquierda Unida. Que los de IU pacten con alguien que cree que la dialéctica izquierda-derecha es cosa de trileros muestra el valor que estas lumbreras dan a las palabras y la consistencia de sus posiciones lógicas y morales.

Detrás de esa desafortunada decisión está, como siempre, Anguita, el huero visionario que suspira por sentarse en el lugar de un gobernante socialista democrático, manteniendo su fe comunista.  Piñón fijo. Treinta años de fracasos no le hacen ser menos arrogante.  Por fin tiene el sorpasso al alcance de la mano, es la justificación de su existencia, su vindicación frente a un Felipe González, ahora convertido en un guiñapo pero que, en sus tiempos, le robó todo el protagonismo. No lo dejará escapar, aunque para ello tenga que volver a gobernar la derecha del PP. 

Por último, C's tienen en esto, como en casi todo, escaso interés. Tanto la formación de gobierno como las elecciones nuevas le convenían por otros motivos.

Y una última cuestión: lo que más pereza, indignación, fastidio, desconfianza y aburrimiento produce es el hecho de ver que a ninguno de estos cuatro ineptos absolutamente pagados de sí mismos (Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera) se le pasa por la cabeza la idea de dimitir. No han sido capaces de conseguir un acuerdo en cuatro meses y piden que se les den otros cuatro porque sí. Cuando lo que el sentido común manda sería sustituirlos por otros menos vistos, menos oídos, menos soportados.
 
¿Importa en Cataluña el gobierno de Madrid?

A primera vista se diría que sí, al menos mientras lo que se decida en Madrid influya en Cataluña. Pero ¿para qué importa ese gobierno? Suele decirse en estos casos que para tener un interlocutor. Sin embargo eso no es decir mucho porque lo habitual es la falta de interlocución con Madrid o, cuando se da, la interlocución negativa. Madrid es el muro del no o el del silencio. Madrid y Barcelona son dos entes que, en el mejor de los casos, se “conllevan” orteguianamente; en el peor, se enfrentan; y entre medias, en situación de normalidad, se ignoran.

Pero ahora, con un proceso de desconexión en marcha, la habitual mutua ignorancia quizá no sea la actitud más inteligente. De ahí que los sectores políticos con una mínima sensibilidad democrática hayan hecho movimientos de tanteo, a ver cómo están las circunstancias. Los tres dirigentes de la oposición han ido a ver a Puigdemont y Puigdemont ha tomado la iniciativa de presentarse en La Moncloa con una lista de cuestiones pendientes de solución que ya se acercan al medio centenar.

La reacción del Estado, ahora en funciones, ha sido la habitual del enrocamiento imperial y carente de todo ánimo dialogante y democrático: no a la petición principal de una consulta y para las 43 restantes, nómbrese una comisión de viceautoridades que en España equivale al silencio. Como siempre: no y silencio hasta cuando no hay gobierno. ¿Merece la pena que lo haya? Según los políticos españoles, sí, aunque no lo demuestren con sus actos. ¿Merece la pena a los catalanes? Eso es lo que hay que matizar.

Se diría que, a los efectos de los fines estratégicos (independencia en la Generalitat, unionismo en el gobierno de Madrid) conviene que los dos gobiernos sepan a quien llamar en caso de necesidad. Pero eso puede ser inercial. Cuando hay gobierno en Madrid, aunque esté en uso pleno de sus competencias, a los efectos catalanes, siempre está en funciones, porque carece de estrategia alguna que no sea la conservación del statu quo. El statu quo que le ha llevado a que no haya gobierno, como puede verse.

Los nacionalistas catalanes han colaborado muchas veces a la gobernación de España y han sido decisivos en bastantes de ellas no siempre al gusto de todos. Pero, desde la decantación del nacionalismo por la independencia, esta tradición no tiene sentido. Los diputados catalanistas solo pueden coadyuvar a la formación de un gobierno en España que se comprometa a facilitar la autodeterminación con posible secesión catalana. Es decir, España solo puede tener gobierno si el gobierno trabaja contra España. No es una contradicción nueva. Los gobiernos de España siempre han trabajado en contra de España. Lo que sucede es que ahora la contradicción sale a la luz y pone de relieve el problema en toda su crudeza: que no es la “cuestión catalana”, sino la cuestión de la viabilidad de España.

En estas circunstancias y luego de los tres meses de negociaciones para la formación de gobierno en Cataluña, finalmente exitosas, y de los cuatro meses para la del gobierno en España, finalmente fracasadas, la conclusión lógica desde el punto de vista catalán es que allá se las compongan en Madrid y nosotros a lo nuestro. Porque, salga lo que salga en las próximas elecciones españolas, lo más probable es que la relación de fuerzas en el Congreso de los Diputados sea parecida a la que hay ahora y la capacidad de incidencia de los independentistas catalanes sea también similar, porcentaje arriba o abajo.

Es decir, no es en absoluto descartable que, con esta situación de bloqueo y crisis institucional, corrupción e incompetencia, en España siga sin haber gobierno O que el gobierno hoy en funciones siga en funciones otra temporada. De este modo, el de la Generalitat habrá consumido casi la mitad del tiempo de su hoja de ruta a la independencia en espera de que haya alguien al otro lado de la línea.

Como quiera que el resto de las instituciones catalanas –tanto las dependientes del ejecutivo como las del legislativo- siguen funcionando y haciéndolo además con bastante holgura porque el grado de hostigamiento central es muy bajo, lo conveniente es continuar con los planes como si en Madrid hubiera una gobierno y la prudencia aconseja pensar que, de haberlo, sería claramente hostil a la hoja de ruta. Es decir, la prudencia manda fabricar una realidad virtual y contrastar todas las medidas con las previsibles reacciones que provocarían en el gobierno central, caso de que hubiera uno.

Así, cuando lo haya, lo que se encontrará enfrente será una Cataluña preparada para negociar, desde luego, pero también preparada para seguir su camino si no hay negociación.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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