sábado, 19 de marzo de 2016

Política en los minutos de basura / Ignacio del Río *

Lo que nos faltaba por ver en este tiempo político nuevo es el road show del candidato fallido Sánchez, primero a Cataluña con Puigdemont y después a Grecia con Tsipras para pedir que interceda, aconseje o presione a Iglesias para que se abstenga en su pretendida segunda investidura.

El objetivo y contenido de su viaje a Cataluña es desconocido por la opinión pública. No sabemos si hubo la presentación de un preacuerdo para abrir una puerta constitucional al referéndum de autodeterminación o solamente fue para conocer del Presidente catalán el calendario de aplicación de la hoja ruta independentista.

Si Pedro Sánchez piensa que tiene alguna opción a una segunda investidura, y salvo que toda esta hiperactividad esté dirigida a la segunda campaña electoral, habría que preguntarle para qué hace esto y quién le aconseja.

A ningún consejero político se le habría pasado por la cabeza plantear esta estrategia. El candidato fallido está consiguiendo tensar la cuerda con Ciudadanos y con Podemos al mismo tiempo, colocándoles en una situación que les conduce inexorablemente a Rivera a la ruptura del acuerdo, y a Iglesias a su rechazo de plano. Y más cuando desde un grupo de comunicación que promueve la investidura de Sánchez se dedica a zurrar a Pablo Iglesias: leña al mono hasta que hable inglés… o se abstenga.

¿Qué se hubiera dicho si Mariano Rajoy hubiera pedido a Hollande o a Renzi que rebajasen la intransigencia de Pedro Sánchez y sus reiterados noes a acordar una coalición con el PP o no obstaculizar al más votado, conforme al precedente mayoritario en Europa cuando se dan estos resultados electorales?

Este tiempo político que podría calificarse como minutos de basura en el baloncesto, está sirviendo para comprobar dos realidades. En primer lugar que el país funciona. Las Administraciones Públicas, el National Service español, abre todos los días y los servicios públicos cumplen sus deberes como no podía ser de otra manera. Es cierto que no se presentan proyectos de ley y el Consejo de Ministros no aprueba acuerdos que no sean de aplicación ejecutiva de actuaciones precedentes en curso.

En segundo lugar que este tiempo sirve para conocer la otra faceta que no vimos de los partidos políticos el día electoral del 20 de diciembre. Con quién gobernaría cada uno y con quién no, lo que necesariamente lleva a la conclusión que los electores van a tener un escenario mucho más definido el día de la votación, sabiendo cuáles serán las consecuencias de su voto a una u otra candidatura.

Es evidente que las segundas elecciones no son un ballotage a la francesa en el que quedan dos fuerzas y se agrupan los partidos o se retiran candidatos. La posible votación del 26 de junio será una experiencia inédita en nuestro sistema político y la pretensión de proyectar las encuestas como si fueran unas primeras elecciones está equivocada. Nos llevaremos sorpresas.

También está sirviendo este tiempo para comprobar que el dilema entre la casta y los nuevos partidos ha desaparecido del lenguaje político. Los recién llegados, Iglesias y Rivera, están actuando en sus estructuras de organización con los mismos métodos y comportamientos que los llamados partidos de la casta. No hay más que comprobar que el principio que se aplica es el que ya proclamó Alfonso Guerra hace años: el que se mueva no sale en la foto. Látigo y exhibicionismo al mismo tiempo en la política en estado puro, a la intemperie, en la que hay que recordar a Ramón de Campoamor. En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.

Ciudadanos que había presentado un modelo político nuevo, basado en la reforma electoral y en las nuevas formas, ha preterido sus principios hoy subordinados a la estrategia de sacar a Rajoy del Gobierno y mandar al PP a la oposición, ya que coincide con Sánchez en este objetivo principal: evitar las segundas elecciones ante el temor a un resultado adverso y negativo, a pesar de las encuestas.

Mientras tanto, la polémica constitucional en orden al control del Gobierno en funciones. Un criterio de proporcionalidad, equilibrio y de interpretación de las normas de acuerdo con su finalidad no debe olvidar que el Gobierno que ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria es un órgano colegiado, actualmente en funciones y que el Congreso controla la acción del Gobierno, conforme a los artículos 97,101 y 66 de la Constitución.

Por tanto, no está excluido de control el Gobierno en funciones, pero limitada y únicamente en cuanto a las actuaciones ejecutivas en funciones, sin que puedan ser objeto de control parlamentario las actuaciones de la legislatura finalizada. Sería un fraude de ley y una retroacción de las competencias de las Cortes generales.

Parece razonable que el Gobierno deba comparecer y puede hacerlo por cualquiera de sus miembros, también mediante los Secretarios de Estado que son directamente responsables de la ejecución de la acción del Gobierno, sin que sea exigible la responsabilidad política en los términos constitucionales que se definen en los artículos 108 a 116 de la Constitución.

Por tanto, es improcedente pedir un cese de un ministro o exigirle responsabilidad política o una determinada actuación ejecutiva, ya que no le corresponde a las Cortes la función ejecutiva ni el Gobierno ha recibido la confianza de la Cámara. Pero sí es obvio que las Cámaras tienen derecho a solicitar información y el Gobierno debe darla en sede parlamentaria por medio de quien considere adecuado o conveniente.

Aplicar el sentido común y abrir usos políticos que se incorporen a nuestro escaso acervo político en esta situación inédita de nuestra historia constitucional es una buena práctica. Como lo es también evitar tensiones innecesarias. De momento, el único que mantiene la calma es el Presidente del Gobierno que no es poco.


(*) Registrador del Propiedad


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