miércoles, 2 de marzo de 2016

Las delgadas líneas rojas / Ramón Cotarelo *

¡Frágil memoria metafórica la de los políticos! En su discurso de investidura, Sánchez afirmaba ayer enfáticamente dos veces no tener ninguna "línea roja". La famosa thin red line of 'eroes", (la delgada línea roja de los héroes) de Ruyard Kipling en su poema Tommy, que simbolizaba el valor de los soldados británicos en las guerras del Imperio, se ha convertido en sinónimo de barrera infranqueable, condición absoluta, límite intocable. Y el PSOE, dice su secretario general, abierto a hablar de todo con todos (excepto con el PP), no tiene "líneas rojas".

Sánchez quiere cambio. Lo repitió ad nauseam. Él quiere cambio; y la gente; y la sociedad; y el mundo quieren cambio. Pero, malhaya, con solos dos partidos -PSOE y C's- no se puede cambiar nada. Además, amarga confesión, la izquierda tampoco suma suficientes apoyos parlamentarios. Hay que ser realistas y demócratas y decantarse por un gobierno que englobe diferentes ideologías, un gobierno, dijo, de mestizaje, porque el mestizaje "enriquece". 

Para ello desgranó un ambicioso programa de reformas bastante razonable que cualquier demócrata firmaría porque es una bendita declaración de intenciones. Otra cosa es el crédito real que merezca. Por ejemplo, anunció una ley de libertad religiosa soslayando el hecho de que el último gobierno de Rodríguez Zapatero ya redactó un proyecto que el mismo gobierno de Rodríguez Zapatero asesinó sin más explicaciones. Anunció igualmente una "reforma" de la Ley Mordaza cuando cualquier persona cuerda exigiría su derogación si más y la reposición de la Ley anterior que los neofranquistas del PP abolieron de un plumazo. Y así, más o menos, el resto. Aceptable pero mejorable.

Por supuesto, todo esto es opinable. Lo esencial es que el PSOE, según Sánchez, necesitado de conseguir la investidura para hacerse respetar y temer en su partido, no tiene líneas rojas, ni de héroes ni de villanos.

Pero sí las tiene. Dos en concreto, que condicionan sus posibilidades. La primera línea roja es Cataluña; la segunda, Podemos. En el primer caso es patente. En su discurso, Sánchez dedicó unos minutos a Cataluña para decir lo que dicen todos los nacionalistas españoles no estrictamente cavernícolas: que esa tierra es España, que queremos mucho a los catalanes y estamos encantados con ellos y su fuerte personalidad y él dispuesto a negociar las 23 peticiones que el presidente Mas planteó a Rajoy hace cuatro o cinco años y a hacer una reforma de la Constitución para convertir España en una radiante federación. Recuperar las peticiones de Mas, que tropezaron con un displicente y rotundo "no" de Rajoy puede parecer a Sánchez el colmo de la generosidad, siendo así que los independentistas catalanes ya han superado esa etapa de la posible negociación y están en la línea de la independencia. Como también han superado ese federalismo de guardarropía que le sopló Rubalcaba un día en que estaba inspirado. 

Cataluña es una línea roja, bermellón, en el discurso de Sánchez, para quien el derecho de autodeterminación de los catalanes es, según especifica su pacto con C's una verdadera blasfemia contra la unidad de España.

La otra línea roja es Podemos. Resultaba chocante, absurdo incluso, escuchar el ritornello del socialista, pidiendo el voto de Podemos para su programa de investidura porque, en realidad, es más de Podemos que Podemos mismo. Si esto fuera así, no se entiende por qué no lo negoció con el partido morado, igual que lo negoció con el naranja. ¿No se le alcanza a Sánchez que pedir el voto a un partido para un programa en el que no ha puesto ni una coma es un abuso, un trágala y una falta de respeto?

Son dos líneas rojas que vienen de sus propias convicciones de nacionalista español, de las imposiciones de sus compañeros de partido y de las advertencias de sus socios de la derecha de Rivera. Sin embargo, está en su mano eliminarlas de un plumazo. Admita la posibilidad de un referéndum de autodeterminación en Cataluña como lo han hecho los escoceses y los quebequeses en el Canadá y verá cómo el Parlamento sí da una mayoría de izquierda: PSOE, Podemos y confluencias, IU y ERC, en total 170 escaños que podrían contar con la abstención del PNV, Bildu, DiL y CC con lo cual solo tendría enfrente al PP y C's (163 votos). 

Es "no" en primera vuelta y, según parece, "no" en la segunda. Luego hay dos meses para negociar una fórmula perfectamente posible. Si no se llega a ella, que cada cual asuma su responsabilidad y nosotros deberemos agradecer a los socialistas y los de Ciudadanos que, cuando menos, hayan roto el bloqueo al que, siguiendo su inveterada costumbre pretendía condenar al país la marrullería del presidente. Porque la suma de escaños del PP y C's no da para proponer nada positivo y solo sirve como minoría de bloqueo.

El país necesita un cambio, desde luego, pero no cosmético, sino en profundidad, para lo cual se precisa una decisión y un valor que Sánchez no probó poseer en su lamentable oposición a la última parte de la legislatura anterior. Estaría bien que ahora los demostrara.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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