domingo, 13 de marzo de 2016

¿Qué hacer? / Ramón Cotarelo *

Los sondeos aciertan por lo general con anterioridad al resultado que vaticinan. Después de este es fácil que muestren fallos garrafales. Pero antes suelen traducir lo que un generalizado sentido común tiene por verosímil, debidamente orientado por los intereses de quienes los encargan. Esa es la explicación de la proliferación demoscópica. Los sondeos son en buena medida un arma electoral más con la que no se pretende anticipar un resultado sino configurarlo. En la situación de parálisis del sistema político español, el sondeo de Metroscopia de El País parece pensado para premiar a los chicos buenos, los que han hecho los deberes de preocuparse por la gobernación del Reino, y castigar al díscolo, al que entró en el hemiciclo a soltar soflamas incendiarias.

Lo primero, que el electorado premie la voluntad pactista, moderada (o la que pasa por tal) era muy de esperar. La gente disfruta viendo espectáculos de gladiadores y cómo unos candidatos arremeten a mordiscos contra otros, pero, cuando reflexiona sobre las consecuencias, prefiere actores tranquilos, capaces de sentarse, hablar y llegar a acuerdos y conclusiones, por insulsos que sean. O quizá, precisamente, por ser insulsos. En cambio, con los fogososy exaltados sucede al revés: gusta verlos de gallitos en el corral pero, llegado el momento de saber con quién quiere uno jugarse los cuartos, no con el que va buscando bronca como en los garitos apaches. Hay que ver cómo ha cambiado la consideración pública de Podemos en cosa de meses: Iglesias ha pasado de ser casi un icono del fervor popular a ser uno de los líderes peor valorados, apenas por encima de Mariano Sobresueldos. Y eso es terrible. En cambio, el vacuo Rivera pica alto en las preferencias populares. Es el único líder al que la gente valora en positivo.

El descenso de Podemos en caso de elecciones, algo que ve cualquiera, no solo está producido por la incapacidad de su líder para controlarse en el discurso público, sino también por la creciente percepción de que el partido no es más que una copia disimulada de IU, con las inevitables e incomprensibles broncas internas entre fulanistas y menganistas, como diría Unamuno. Y con dos veces más que salga Anguita recordando a los del partido morado su sacrosanta misión, por delante de toda otra, de acabar con el PSOE, sus expectativas electorales pueden retornar a la franja del 3% al 6%, en la mejor línea de IU. Por más que las hordas de fanáticos de Podemos sostengan que el partido está unido como una piña en torno a la egregia figura del líder, está claro que las disensiones internas (tanto en las diferentes franquicias autonómicas como en el ámbito estatal) no le dejan actuar y la prueba es que seguimos sin saber qué se propone hacer, si negociar con el PSOE/C's o romper con la idea negociadora y prepararse para nuevas elecciones. Y no lo sabemos porque la propia organización no lo sabe.

Es decir, si Mariano Sobresueldos continúa en La Moncloa es en gran medida consecuencia de la incompetencia de la izquierda y específicamente de Podemos que aún no ha explicitado su propósito táctico.

A su vez, aunque los de Metroscopia anuncian otra cosa, es bastante razonable que el PP también se dé una buena castaña en unas nuevas eleciones. Primero por la corrupción que ya chorrea en todas las instalaciones oficiales. En segundo lugar por la incapcidad de Rajoy de articular una política de recuperación que no sea una pura estafa y que no pueda criticarse porque la Ley Mordaza lo prohíbe. En tercer lugar porque los electores de la derecha, al menos los más espabilados, piensan llegada la hora de votar por un recambio de forma, alguien como Rivera, tan derechas como Rajoy pero con unas diferencias de estilo y apariencia nada desdeñables.

Si Podemos quiere de verdad evitar las elecciones, debe permitir un acuerdo a tres (PSOE, C's y Podemos más confluencias) basado en la necesidad de echar al PP del gobierno. Lo tienen seguro y en un pispas mediante una moción de censura que proponga de presidente a Sánchez y eche a andar un gobierno de democratización. 

La cuestión del referéndum tendrían que aplazarla, lo cual no es resolverla.
 
 
Y la nave se va
 
 
Mientras el Parlamento catalán trabaja discretamente en el marco normativo que ha de hacer efectiva la desconexión llegado el momento, el conjunto del Estado aparece paralizado por la falta de gobierno. Una situación que fue previsible cuando, a raíz de las elecciones del 20 de diciembre quedó claro que en España, se abriría un periodo de incertidumbre en el cual el tradicionalmente torpe aparato del Estado tendría dificultades añadidas para reaccionar porque, por falta de liderazgo, no sabría en qué dirección. Esa oportunidad fue un cálculo añadido que aceleró el acuerdo entre los independentistas catalanes para la formación de un gobierno. Un gobierno que aprovechara el vacío en el centro mismo del poder, hoy impotente. Y es lo que está haciendo.

La parálisis, el desconcierto, la incertidumbre del Estado con la monarquía a la cabeza resultan patentes: un gobierno en funciones, sin legitimidad ni autoridad, literalmente comido por la corrupción, pero que se niega a marcharse y cifra su esperanza de continuidad en la superior incompetencia del resto de las instituciones. El ocupante accidental del poder, además pretende actuar libre de todo control parlamentario aduciendo sofismas seudojurídicos para justificar su pretensión de gestionar el gobierno de modo dictatorial. Rajoy no quiere dar explicaciones que repugnan a su autoritarismo franquista y porque es incapaz de hilar dos frases en su idioma materno que tengan un mínimo sentido. De este modo, el panorama político estatal, a casi tres meses de las elecciones y diez días de la votación de investidura es de putrefacción, una verdadera necrosis del sistema político de la tercera restauración borbónica.

La oposición parlamentaria mayoritaria, consumida por una inopia y una inactividad frenéticas no consigue articular una opción de recambio que podría clarificar la situación y sanear la podredumbre en un abrir y cerrar ojos. Con algo de sinceridad y sentido común, así como voluntad real de cambio, con menos narcisismo y una actitud menos engreída, los diputados de PSOE, Podemos, Ciudadanos e IU podrían llegar a un acuerdo que sumaría 201 escaños para librar al país del peso muerto de este gobierno de ineptos, apoyado en un partido presunta asociación de malhechores. Es más, de hacer caso a los delirios españolistas de Felipe González, que no ve diferencias entre Podemos y el PP a la hora de los pactos, la suma alcanzaría los 324 escaños. ¡Esa sí que sería una mayoría absolutísima que solo dejaría en las tinieblas exteriores a los diputados nacionalistas, especialmente a los catalanes! Por fin el sueño de un Parlamento que representara a los españoles y mucho españoles y redujera a Cataluña a la irrelevancia, a punto de que el procónsul Albiol suspendiera la díscola autonomía catalana.

Esta opción, sin embargo, es irrealizable porque hasta los neofranquistas tienen sentido del ridículo. Pero podría ponerse en marcha una coalición de izquierdas entre PSOE, Podemos e IU (161 escaños) que disfrutaría de una mayoría absoluta razonable de 178 diputados si aceptara algo tan democrático como el referéndum de autodeterminación de Cataluña. Tanto DiL como ERC han explicitado su voluntad de apoyar ese gobierno español de izquierda si acepta el referéndum. ¿Por qué no se hace y se sale de una vez de este marasmo de corrupción e inactividad en España? Porque el PSOE no quiere y, aterrorizado Sánchez ante la posibilidad de que los elementos demócratas y de izquierda de su partido (que los hay) lo empujen hacia el acuerdo con Podemos y los independentistas catalanes, ha decidido vincular cerradamente su destino con el de Rivera del mismo modo que Ulises se hizo atar al mástil del navío para resistir la seducción de las sirenas. De los independentistas catalanes el mucho español Sánchez no quiere ni el apoyo.

Pero, quiéralo o no, se lo han ofrecido. Nadie puede acusar a los independentistas catalanes de no colaborar lealmente a la gobernación del Estado y de no hacerlo en concreto en favor de un gobierno de izquierda. Pero lo que no pueden estos hacer es, además, dar clarividencia, determinación y audacia a los líderes españoles responsables de las decisiones que han de tomarse y que, a todas luces, obsesionados con mirarse el ombligo socialdemócrata o podémico, carecen de ellas.

Resultado: nadie hace nada y la situación se deteriora día a día. Basta ver el profundo descrédito en que está sumida la monarquía, con un rey emérito, gigoló septuagenario on the run, una hermana del Rey que lo que tiene de infanta lo tiene de tonta acusada de varios delitos y una pareja real cultivando las amistades de hampones de guante blanco según las tradiciones de la familia. Ni la cerrada defensa de los medios cortesanos y los partidos dinásticos consigue evitar que la verdadera miserable naturaleza de la monarquía sea visible a los ojos de todos cuando invoca la mierda que lleva en el alma.

Solo la nave catalana va, con la sala de máquinas funcionando a todo rendimiento aunque en sordina, por no despertar las suspicacias de los últimos del imperio desde sus decrépitas almenas. Y va hacia la república catalana, el único programa político vivo y prometedor en este mar de los sargazos del Estado español.

Por no ser capaz, la oposición española ni siquiera lo es de defender los poderes y competencias del Parlamento frente a la usurpación del gobierno y de ponerse de acuerdo para presentar una moción de censura que libre al país de este puñado de indeseables.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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