domingo, 20 de marzo de 2016

La fabulosa incompetencia de los políticos / Ramón Cotarelo *

 Entre las numerosas tonterías con que los políticos alegran el día al común de los mortales se cuenta esa de que, cuando el pueblo vota, su decisión es sabia. Las demás tonterías son de jaez similar. Por ejemplo las de carácter anatómico: todos los políticos andan siempre con la mano tendida y todos están siempre dispuestos a dejarse la piel en su empeños, para señalar su gran interés en conseguir algo, con lo incómodo que resultará, supongo, andar por ahí sin pellejo. En otro momento hablaremos de ellas. Ahora nos ocupa eso de la sabiduría del pueblo porque, si tal cosa es cierta, el hecho de que, habiendo votado la gente, los políticos no consigan formar gobierno, prueba que cuanto tienen de listos los electores lo tienen de lerdos los elegidos.

No pretendo humillar a los políticos españoles recordándoles sus risas y codazos de complicidad cuando aun creían que los partidos catalanes no se podrían de acuerdo para formar gobierno a raíz de las elecciones del 27 de septiembre de 2015 y tenderían que repetirlas. Ahora son ellos quienes, tres meses después de las del 20 de diciembre no están más cerca de un acuerdo de gobierno que de la cuadratura del círculo. 

El país tiene un gobierno presidido por un manifiesto incompetente, incapaz de expresar en su mediolengua algo que no sea una tontería. El incompetente, además, preside un partido al que los jueces imputan varios delitos y pasa más tiempo diseñando estrategias procesales que proyectos de políticas públicas. El citado presidente, Mariano "Garrapata" Rajoy cobró presuntamente sobresueldos en B y se hizo pagar diversos caprichos gürtelianos, como viajes, estancias en hoteles holandeses o las atenciones y cuidadosos a  padre a cuenta del erario, todo según el ejemplo Camps, un referente mundial del gobernante con delirios de grandeza.

El secretario general del PSOE, hombre dicharachero, pero no de muchas luces, se ha buscado una llamada alianza restrictiva con Ciudadanos para justificar la imposibilidad de acordar algo con Podemos, con quienes Sánchez no quiere compartir responsabilidades. "Yo bien quisiera hacer concesiones", parece decir a los interlocutores- "pero es imposible por los compromisos adquiridos con las huestes neofalangistas.".

El secretario general de Podemos, en un repetino ataque de paranoia delirante, destituye fulminantemente al número tres de su partido en un procedimiento cuya originalidad reside en una mezcla de autoritarismo franquista y estalinista al mismo tiempo.  Nada más acorde con el espíritu de la "nueva política"

Por último, el líder de ciudadanos recién estrenado en la política nacional, trata de reproducir el modelo UCD de Suárez y el mito del centro, pero no consigue disipar la imagen de eclecticismo que provoca su falta absoluta de ideología y de experiencia de gestión.

En estas condiciones, los sondeos auguran lo que cualquiera con algo de objetividad y sentido común puede predecir: las nuevas elecciones parecen ser inevitables a la vista de la incapacidad de los dirigentes de los partidos de refrenar sus egos desbocados y sus megalomanías sin parangón. Que sea Podemos, el que más tiene que perder si se repiten el que con mayor ahínco trata de provocarlas, demuestra que su endiosado líder ha pasado de la clarividencia de Maquiavelo a la estrategia de Groucho Marx en Sopa de ganso.
 
 
Calma chicha antes de la tormenta

El paralelismo entre Cataluña después del 27 de septiembre y España tras el 20 de diciembre es aleccionador. En el Principado toda la obsesión era constituir un gobierno por difícil que fuera para no repetir las elecciones y, al final, se consiguió gracias al sacrificio personal del presidente Mas. En el Estado, en cambio, la obsesión parece ser no constituir gobierno alguno y repetir elecciones, cosa que será casi segura porque el presidente está dispuesto a sacrificarlo todo excepto su propia persona.

Hoja de ruta en Cataluña y, según se dice, vacío de poder en Madrid. Lo primero es cierto, aunque está por ver cómo funciona; lo segundo, no. No hay vacío de poder. Hay un poder detentado de hecho por una organización de presuntos malhechores y constituido en tiranía. En efecto, el gobierno se declara en rebeldía ante el Parlamento y el Parlamento, elegido por sufragio universal, pero acobardado, no se atreve a destituirlo por la vía expeditiva que tiene a su alcance, que es la moción de censura. No sé si hay otro caso en la historia europea en que un Parlamento se amilane tan lamentablemente ante un gobierno que, al no obedecer al depositario de la soberanía se constituye en tirano.

Según el gobierno, como este Parlamento es nuevo y no le dio su confianza en su día, no puede controlarlo. Eso es una falsedad. No hay parlamento nuevo ni viejo; el Parlamento es un órgano continuo, no queda en suspenso porque la soberanía popular no puede suspenderse. Por eso existe la diputación permanente, porque el Parlamento no está nunca ausente. Distintas son las legislaturas, no el órgano en sí. Este parlamento puede y debe controlar al gobierno esté o no en funciones y si el gobierno se niega, debe destituirlo.
Lo contrario es faltar a su deber. Así que en España no hay vacío de poder, sino un poder no sometido a la ley, un poder tiránico. Y lo más probable es que se repitan las elecciones, dado que los partidos son incapaces de acordar una solución porque, a diferencia de lo que ha sucedido en Cataluña, ninguno de ellos acierta a poner los intereses de esa España que dicen defender por delante de los de su partido.

Pero precisamente ese carácter tiránico, no sometido a la ley del gobierno del Estado (el mismo que dice a todos los demás, especialmente los independentistas catalanes que han de someterse a la ley) es el más ominoso, el que preanuncia dificultades, intransigencias, interferencias y, en último término, provocaciones en el proceso independentista. Porque, quien se salta la ley una vez, se la salta ciento

Por eso este momento de aparente calma chicha –un gobierno funcionando en Cataluña y otro sin funcionar (o sea, “en funciones”) en España- es uno que requiere especial atención a las medidas que el gobierno catalán tome y cómo las justifica. La legalidad que el gobierno del Estado y la oposición parlamentaria invocan para restringir el ámbito de actuación de las instituciones catalanas tiene toda la fuerza de obligar del derecho positivo y ninguna desde el punto de vista de la legitimidad del mandato democrático. Pero el gobierno catalán no puede esperar otra cosa que dificultades y/o provocaciones del central, esté este ocupado por la derecha o por la izquierda española que niega de raíz el derecho de autodeterminación de los catalanes.

Por ello y para que la conciencia de la razón se convierta en la razón de la conciencia, debe continuar con su hoja de ruta, sin descanso, sin ofrecer flancos desprotegidos al ataque del adversario. El plazo de los 18 meses tiene un valor orientativo, pero no puede convertirse en un elemento forzoso a cuyo cumplimiento haya que sacrificar la seguridad del proceso.

Lo que se haga respaldado por la mayoría parlamentaria tendrá, por supuesto, el valor de la legalidad pero, para reforzarlo con el de la legitimidad, tiene que venir confirmado con la mayoría social y las últimas encuestas demuestran que hay una labor de pedagogía pendiente de hacer, un trabajo de actuación de soberanía de hecho que la gente perciba como más eficaz que la actuación en régimen de dependencia autonómica y eso no se consigue de la noche a la mañana, no se improvisa.

Por último, las instituciones catalanas tienen que seguir consolidando relevancia internacional. La quinta columna del independentismo catalán está en el exterior y, para que su poderoso efecto se haga sentir cuando sea necesario, debe tener perfectamente claro cuál es el contenido y el carácter pacífico y democrático de la causa que se le pide que apoye.

En otros términos, sin prisa pero sin pausa, le gobierno que hoy administra una mayoría parlamentaria tiene que apoyarse en una mayoría social cuando la calma chicha se rompa y el gobierno central de hecho pise el acelerador en contra del proceso.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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