Garre sabía que aquel 26 de octubre de 2014 no iba a tener muchas
oportunidades de hablar a solas con Rajoy. Y de camino en el coche desde
el aeropuerto a la Convención Intermunicipal del PP en Murcia, se
confesó con una frase que tenía su sentido entonces, pero que hoy
retumba después de que esta semana pidiera a Rajoy que dé un paso atrás:
«Presidente, conmigo no vas a tener ningún problema».
A Garre se le veía feliz y relajado desde marzo, cuando Valcárcel le
designó para presidente regional sin pasar por las urnas, poco antes de
marchar a Bruselas. Ocupar San Esteban, decía, había colmado sus
aspiraciones políticas, aunque llegase allí por descarte. La imputación
de Pedro Antonio Sánchez por su dúplex había impedido el nombramiento de
quien era el delfín de Valcárcel y, por extensión, de la mayoría del PP
regional.
Sin embargo, en octubre aún pendía esa amenaza judicial, que
no fue archivada hasta febrero de 2015, y el veterano político
pachequero se ofreció a Rajoy meses antes de las autonómicas. Quería
seguir. O no se dio por enterado del mensaje de Cospedal de que fue
elegido para cubrir una etapa, en una reunión celebrada en Toledo con
Valcárcel tras tomar posesión, o nunca se le explicitó con nitidez. Lo
cierto es que desde el principio Garre quiso marcar un discurso propio,
alejado completamente del de su antecesor, apostando por la cercanía y
la tolerancia cero contra la corrupción, al frente de un gobierno de
peso político y elegido a medias con Valcárcel.
Era tal el afán por
hacer visible el giro que cada referencia a la regeneración democrática
era interpretada por Valcárcel como una enmienda a la totalidad. Poco
tardó la brecha entre ambos en agigantarse. A los tres meses de la
investidura, en el verano de 2014, Valcárcel ya hizo saber que Garre no
sería la cabeza de cartel, incluso si no podía ser Pedro Antonio
Sánchez. Pero Garre aparentemente no lo sabía cuando habló con Rajoy en
octubre. Tampoco parecía enterarse de lo que sucedía a su alrededor: un
día después de la Intermunicipal de Murcia, la UCO activó la operación
Púnica y detuvo a las directoras generales del Info y del Instituto de
Turismo. Los correos del jefe de gabinete de Juan Carlos Ruiz
revelarían después que el exconsejero también se movía para ser el
elegido por Génova.
Oficialmente no había candidato. Todo estaba abierto y Garre siempre
se vio con posibilidades, pese a ese presunto caso de corrupción en su
Gobierno o la explosiva dimisión de otro consejero, Manuel Campos, por
el aeropuerto: «Hay Garre para tiempo», declaró a ‘La Verdad’ en enero
de 2015. Ni siquiera dio por perdida su oportunidad cuando, semanas
después, en la convención nacional del PP, Sánchez recibió
extraoficialmente la bendición de Génova. Vivía en una falsa creencia
porque salía bien valorado en los sondeos y su relación con Rajoy, sin
ser estrecha, era buena. De eso se ocupó el equipo económico dirigido
por Martínez-Pujalte con un cambio de estrategia. Se acabó el choque con
Montoro a cambio de fluidez financiera. Había elecciones pronto y no
era momento de recortes. Frente a las acusaciones de sumisión, Garre
respondía en privado: «Todo lo que he pedido a Rajoy para la Región me
lo ha dado».
El interno del Gobierno regional, por el contrario, era una caja de
bombas. Dividido y con cada consejero yendo a su aire. Cualquier noticia
sobre los casos de sus dos imputados tenía como respuesta un desmarque
público de Garre, reiterando su famosa doctrina de la generosidad. En el
Consejo de Gobierno la tensión era máxima. En noviembre de 2014,
Sánchez pensó en dimitir para refugiarse en el partido hasta que su caso
se aclarase. La cosa se complicó en febrero cuando la Fiscalía se
querelló contra el hoy presidente por el Auditorio de Puerto Lumbreras.
Pero Sánchez ya había sido señalado por el dedo de Génova y todo el
partido salió en su apoyo. Menos Garre, que dos días después hizo un
sonoro y genérico alegato contra la corrupción.
El consejero Cerdá no
aguantó más. Días después bastó un leve empujón de otros para que
dimitiese el 26 de febrero, dejando el caso Novo Carthago fuera del
alcance del juez Abadía. Una operación calculada para evitar que el
magistrado pudiera encausar a Valcárcel y este caso letal para el PP
siguiera en sus manos a dos meses de las autonómicas. Pero Garre no
firmó la dimisión hasta no tener relevo para Cerdá y el juez tuvo tiempo
de señalar en un auto al presidente del PP regional antes de soltar la
causa, paralizada desde entonces en un juzgado. En el fragor de esa
guerra fue cesado también el consejero de Economía, Francisco Martínez
Asensio, fulminado por Garre pese a que no tuvo nada que ver con esa
operación fraguada a sus espaldas. Y ahí acabó toda expectativa para
Garre. Se ofreció luego a Cospedal para ir en las listas por Cartagena y
ayudar a Sánchez, pero le vetó Valcárcel, que también le negó meses
después un escaño en el Senado.
Después de todo esto, y tras rechazar dos veces liderar un partido
regionalista, Garre sorprendió esta semana con su petición de que «Rajoy
dé un paso atrás por el bien de España y de su partido». «Es un clamor
silencioso», aseveró con un oxímoron. Hombre de principios, Garre dice
lo que piensa, pero a veces no se piensa mucho lo que va a decir. Es
verdad que muchos votantes y dirigentes populares creen que Rajoy es un
obstáculo para que el PP lidere un gobierno de coalición. Y no pocos
piensan que Rajoy podría apartarse como fruto de una reflexión personal,
aunque jamás por imposiciones internas o externas.
En realidad, los
dirigentes que salieron en tromba por sus declaraciones no lo hicieron
por temor a una reacción en cadena, sino para que Rajoy visualice que
están de su lado. Hablando de palmeros y plañideras, Garre causó el
efecto contrario al que pretendía. Ahora la posibilidad de que Rajoy se
eche a un lado es más remota que hace una semana. Más adelante se verá.
En clave regional Garre logró volver a la palestra en una sociedad
murciana que siempre le ha respetado por su honradez. Pero pase lo que
pase, su vida parece finiquitada en el PP, donde el aparato le ve,
políticamente y valga otro oxímoron, como un muerto viviente. Él, sin
embargo, y una vez más, no se dará por enterado ni por vencido.
(*) Periodista y director de La Verdad
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