domingo, 13 de marzo de 2016

Garre, crónica de un oxímoron / Alberto Aguirre de Cárcer *

Garre sabía que aquel 26 de octubre de 2014 no iba a tener muchas oportunidades de hablar a solas con Rajoy. Y de camino en el coche desde el aeropuerto a la Convención Intermunicipal del PP en Murcia, se confesó con una frase que tenía su sentido entonces, pero que hoy retumba después de que esta semana pidiera a Rajoy que dé un paso atrás: «Presidente, conmigo no vas a tener ningún problema».

A Garre se le veía feliz y relajado desde marzo, cuando Valcárcel le designó para presidente regional sin pasar por las urnas, poco antes de marchar a Bruselas. Ocupar San Esteban, decía, había colmado sus aspiraciones políticas, aunque llegase allí por descarte. La imputación de Pedro Antonio Sánchez por su dúplex había impedido el nombramiento de quien era el delfín de Valcárcel y, por extensión, de la mayoría del PP regional. 

Sin embargo, en octubre aún pendía esa amenaza judicial, que no fue archivada hasta febrero de 2015, y el veterano político pachequero se ofreció a Rajoy meses antes de las autonómicas. Quería seguir. O no se dio por enterado del mensaje de Cospedal de que fue elegido para cubrir una etapa, en una reunión celebrada en Toledo con Valcárcel tras tomar posesión, o nunca se le explicitó con nitidez. Lo cierto es que desde el principio Garre quiso marcar un discurso propio, alejado completamente del de su antecesor, apostando por la cercanía y la tolerancia cero contra la corrupción, al frente de un gobierno de peso político y elegido a medias con Valcárcel. 

Era tal el afán por hacer visible el giro que cada referencia a la regeneración democrática era interpretada por Valcárcel como una enmienda a la totalidad. Poco tardó la brecha entre ambos en agigantarse. A los tres meses de la investidura, en el verano de 2014, Valcárcel ya hizo saber que Garre no sería la cabeza de cartel, incluso si no podía ser Pedro Antonio Sánchez. Pero Garre aparentemente no lo sabía cuando habló con Rajoy en octubre. Tampoco parecía enterarse de lo que sucedía a su alrededor: un día después de la Intermunicipal de Murcia, la UCO activó la operación Púnica y detuvo a las directoras generales del Info y del Instituto de Turismo. Los correos del jefe de gabinete de Juan Carlos Ruiz revelarían después que el exconsejero también se movía para ser el elegido por Génova.

Oficialmente no había candidato. Todo estaba abierto y Garre siempre se vio con posibilidades, pese a ese presunto caso de corrupción en su Gobierno o la explosiva dimisión de otro consejero, Manuel Campos, por el aeropuerto: «Hay Garre para tiempo», declaró a ‘La Verdad’ en enero de 2015. Ni siquiera dio por perdida su oportunidad cuando, semanas después, en la convención nacional del PP, Sánchez recibió extraoficialmente la bendición de Génova. Vivía en una falsa creencia porque salía bien valorado en los sondeos y su relación con Rajoy, sin ser estrecha, era buena. De eso se ocupó el equipo económico dirigido por Martínez-Pujalte con un cambio de estrategia. Se acabó el choque con Montoro a cambio de fluidez financiera. Había elecciones pronto y no era momento de recortes. Frente a las acusaciones de sumisión, Garre respondía en privado: «Todo lo que he pedido a Rajoy para la Región me lo ha dado».

El interno del Gobierno regional, por el contrario, era una caja de bombas. Dividido y con cada consejero yendo a su aire. Cualquier noticia sobre los casos de sus dos imputados tenía como respuesta un desmarque público de Garre, reiterando su famosa doctrina de la generosidad. En el Consejo de Gobierno la tensión era máxima. En noviembre de 2014, Sánchez pensó en dimitir para refugiarse en el partido hasta que su caso se aclarase. La cosa se complicó en febrero cuando la Fiscalía se querelló contra el hoy presidente por el Auditorio de Puerto Lumbreras. Pero Sánchez ya había sido señalado por el dedo de Génova y todo el partido salió en su apoyo. Menos Garre, que dos días después hizo un sonoro y genérico alegato contra la corrupción. 

El consejero Cerdá no aguantó más. Días después bastó un leve empujón de otros para que dimitiese el 26 de febrero, dejando el caso Novo Carthago fuera del alcance del juez Abadía. Una operación calculada para evitar que el magistrado pudiera encausar a Valcárcel y este caso letal para el PP siguiera en sus manos a dos meses de las autonómicas. Pero Garre no firmó la dimisión hasta no tener relevo para Cerdá y el juez tuvo tiempo de señalar en un auto al presidente del PP regional antes de soltar la causa, paralizada desde entonces en un juzgado. En el fragor de esa guerra fue cesado también el consejero de Economía, Francisco Martínez Asensio, fulminado por Garre pese a que no tuvo nada que ver con esa operación fraguada a sus espaldas. Y ahí acabó toda expectativa para Garre. Se ofreció luego a Cospedal para ir en las listas por Cartagena y ayudar a Sánchez, pero le vetó Valcárcel, que también le negó meses después un escaño en el Senado.

Después de todo esto, y tras rechazar dos veces liderar un partido regionalista, Garre sorprendió esta semana con su petición de que «Rajoy dé un paso atrás por el bien de España y de su partido». «Es un clamor silencioso», aseveró con un oxímoron. Hombre de principios, Garre dice lo que piensa, pero a veces no se piensa mucho lo que va a decir. Es verdad que muchos votantes y dirigentes populares creen que Rajoy es un obstáculo para que el PP lidere un gobierno de coalición. Y no pocos piensan que Rajoy podría apartarse como fruto de una reflexión personal, aunque jamás por imposiciones internas o externas. 

En realidad, los dirigentes que salieron en tromba por sus declaraciones no lo hicieron por temor a una reacción en cadena, sino para que Rajoy visualice que están de su lado. Hablando de palmeros y plañideras, Garre causó el efecto contrario al que pretendía. Ahora la posibilidad de que Rajoy se eche a un lado es más remota que hace una semana. Más adelante se verá. En clave regional Garre logró volver a la palestra en una sociedad murciana que siempre le ha respetado por su honradez. Pero pase lo que pase, su vida parece finiquitada en el PP, donde el aparato le ve, políticamente y valga otro oxímoron, como un muerto viviente. Él, sin embargo, y una vez más, no se dará por enterado ni por vencido.


(*) Periodista y director de La Verdad


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