Veo, veo a un banquero de postín pelando con exquisito cuidado y gran
habilidad una gamba roja del Mediterráneo mientras bajando la voz les
dice a sus comensales de la vieja política y grupos de comunicación: ‘no
os preocupéis, Podemos no llegará al Gobierno, eso está hablado con
quien se debía de hablar y no queda resquicio para dicha operación, se
ponga Sánchez como se ponga, porque como les gusta decir a ellos: no
pasarán’.
Los invitados en la mesa redonda de Opazo, en la esquina y al fondo
de la segunda sala del restaurante, cruzan sonrisas y esbozan un suspiro
de satisfacción porque el nombre de Pablo Iglesias está en todos los
pucheros de la alta sociedad. Y en algunos comentarios que van desde la
mayor alarma al desprecio y con permanentes alusiones rijosas a los
modales y la vestimenta de la nueva estrella de rock político nacional
-‘¿habéis visto que pintas en su visita al Rey, en mangas de camisa como
si fuera el camarero de Palacio?-, dicen los unos a otros en línea con
la denuncia que sobre ‘patricios’ y ‘los plebeyos’ hizo Iñigo Errejón en
un reciente artículo.
Ahora bien, si algunos de los poderosos recibe una invitación para
una cena privada donde se anuncia la presencia de Iglesias, en ese
instante pierde el culo por asistir e incluso le pregunta al anfitrión:
‘¿vamos con o sin corbata?’
En el fondo de este choque político, clasista y de instancias de
poder -los de Podemos bien asentados en el Parlamento- hay una mezcla de
temor y admiración por el liderazgo de Pablo Iglesias de quien muchos
influyentes personajes alaban su capacidad para embelesar. Y sobre todo
para que los ciudadanos no le imputen su reciente pasado político
bolivariano, anti capitalista, comunista, o sus iniciales propuestas del
impago de la deuda, del sueldo público para todos, salida de la OTAN,
etcétera. Cosas sin importancia, ‘pelillos a la mar’.
Nada de todo eso ha tenido ni tiene un coste político ni electoral
para Podemos porque la fascinación que provoca la presencia de Pablo
Iglesias deja en un segundo plano todo lo demás.
De igual manera a los poderosos asombra la capacidad camaleónica que
tiene Iglesias para saltar en cuestión de días desde el trampolín del
comunismo a la red de la socialdemocracia, sin que sus bases, sus otros
dirigentes y votantes rechisten porque a todos ellos les une el mensaje
subliminal del paulatino asalto al cielo del poder. ‘Si no llegamos,
nada podrá cambiar’, es la consigna que se transmite a las bases
solicitando un poco de paciencia y tranquilidad.
En el estreno de la relación de Iglesias con el rey Felipe VI todo
apunta a una extrema cordialidad. Pablo trató a don Felipe VI como Rey y
Jefe de Estado y no como el bobo de Garzón que lo llama ‘ciudadano
Felipe de Borbón’. E incluso durante ese primer encuentro oficial en
Zarzuela ambos hablaron de la serie de Juego de Tronos en la intimidad. Y
algún día se sabrá si Iglesias ha tenido algún encuentro con la reina
Letizia, lo que no sería nada de extrañar.
De momento Iglesias se ha cuidado de no utilizar la palabra
‘República’ en sus mítines y actuaciones públicas. Aunque si alguien le
pregunta por ello dice que el Jefe del Estado debe ser elegido por el
conjunto de los ciudadanos. Pero no va más allá y prefiere cultivar su
nueva y ahora buena relación con el monarca que es de su generación como
Rivera y Sánchez (el único que no encaja es Rajoy), porque la considera
clave y esencial para su legitimación como posible hombre de Gobierno.
Además cuando el personaje se acerca a alguno de los poderosos, de
esos que lo miran de arriba abajo y con curiosidad como si fuera un
bicho raro, estos enmudecen cuando le oyen hablar de corrupción o de las
puertas giratorias de la gran promiscuidad política y económica de los
tiempos gloriosos del bipartidismo que ahora descansa en paz.
Sorprendente fenómeno, pues, el de Pablo Iglesias y el impacto y la
fascinación que provoca en su contra y a su favor en el escalafón de la
vida pública -entre los cuerpos de élite del Estado- y también social y
de la alta sociedad. Es la estrella del momento pero falta por saber si
tiene un lugar estable en el firmamento de la política española o si por
el contrario será fugaz.
(*) Psudónimo de un veterano periodista cordobés
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