lunes, 8 de febrero de 2016

Negociar para qué / Pablo Sebastián *

Este lunes comienzan las negociaciones entre PSOE y Ciudadanos para la formación de un nuevo gobierno llamado ‘reformista y de progreso’, de acuerdo con lo acordado por Pedro Sánchez y Albert Rivera. Pero la pregunta que se plantea es la de negociar para qué, una vez que tanto el PP como Podemos han anunciado su oposición al posible acuerdo de ambos partidos que suman 130 escaños y están lejos de la mayoría del Congreso de los Diputados de 176 votos.
Entonces ¿qué pretenden Sánchez e Iglesias con estas negociaciones? Pues Sánchez pretende, para empezar, demostrar a su partido que su objetivo no es solo negociar y pactar como Podemos sino intentar con estas conversaciones un gobierno tripartito del cambio, dotado de un programa concreto y una base parlamentaria suficiente para dar a la legislatura estabilidad. Un pacto tripartito al que también se opone Ciudadanos si la tercera pata del trípode es la de Podemos. De igual manera que Podemos se niega a entrar en un acuerdo con C’S.
Asimismo, Sánchez sueña con la posibilidad de que, en caso de lograr un acuerdo final con Ciudadanos, el PP o Podemos se abstengan y le permitan conseguir la investidura. Pero esa pretensión está bloqueada por las claras y contundentes declaraciones de Mariano Rajoy quien ha dicho que siempre votará en contra de un proyecto de gobierno en el que Sánchez aparezca como presidente. Y lo mismo, pero con distintos argumentos, le ha dicho a Sánchez Pablo Iglesias, con lo que el intento bilateral de Sánchez y Rivera está condenado al fracaso.
Entonces ¿a qué juega Rivera con esta negociación? Pues simplemente a desbrozar un terreno de entendimiento con el PSOE que podría ser la base de un posterior acuerdo tripartito con la presencia del PP, si logra que los pactos hallados entre PSOE y Ciudadanos -que están por ver- los puede aceptar el PP al menos como base de una negociación a tres.
En todo caso, mientras arranca esta negociación con la que Sánchez también espera ganar tiempo antes de presentar su investidura, lo que sigue pendiente es el encuentro de Rajoy y Sánchez, al que hasta ahora se había negado el líder del PSOE. Pero que ahora y en su condición de candidato oficial a la investidura por el encargo del Rey, Sánchez debe celebrar en una entrevista con Rajoy mal que le pese y a sabiendas que no habrá acuerdo de ningún tipo entre ambos.
Encuentro que aprovechará Rajoy para advertir a Sánchez de todos y cada uno de los riesgos que incluye su posible acuerdo con Podemos que, al día de hoy, parece el único al alcance de la mano de Iglesias si finalmente él y sus barones aceptan ese desafío con el apoyo externo de los independentistas catalanes de ERC y Di, que había sido vetado por el Comité Federal del PSOE.
En medio de este laberinto en el que se encuentra Sánchez está por dilucidar la oposición de Iglesias a abrir negociaciones con el PSOE de manera paralela y simultánea a las que los socialistas mantienen con Ciudadanos, lo que tiene cierta lógica.
Pero que también deja en entredicho el razonable procedimiento negociador impuesto por Sánchez que consiste en hablar primero de programa de gobierno, antes de repartir los sillones del Ejecutivo tal y como lo pretendía Podemos en su burda escenificación de un pacto de gobierno de coalición con el PSOE.
Está claro que el numerito del reparto de Ministerios y vicepresidencia de Iglesias eran una provocación carente de sentido. Pero también es cierto que carece de sentido negociar un programa para un gobierno de coalición cuando no se tienen los apoyos necesarios para culminar esa operación.
Entonces ¿a qué juega Sánchez, como candidato oficial a la investidura del nuevo presidente del Gobierno? Ni el mismo lo sabe. A lo mejor se conformaría con protagonizar un debate de investidura para perderlo, pero también para promocionarse de cara a unas elecciones generales anticipadas, culpando a PP y Podemos de bloquear la gobernabilidad.


(*) Periodista


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