domingo, 28 de febrero de 2016

Una semana en 'Luna Park' / Ramón Cotarelo *

El programa de mano está repartido y los intérpretes tienen sus partes bien aprendidas, así como el público. Si nada se tuerce, el próximo martes, 2 de marzo, habrá una primera votación sobre la investidura de Pedro Sánchez con resultado negativo. Desde ese momento a la segunda votación, el jueves, 4 del mismo mes, transcurrirán 48 horas de frenéticas negociaciones: llamadas de teléfonos, whatsaps, mails, todo echando humo para conseguir la abstención de alguno de los otros dos grupos de peso en la cámara, el del PP (122 escaños) y el de Podemos (65 escaños). Solo con una de esas abstenciones y la correspondiente de ERC-DiL (17 escaños), Sánchez podría salir investido presidente de un gobierno minoritario con 130 escaños de apoyo. 
El argumento que más se utilizará para intentar convencer a Podemos será el de la pinza con PP, al que Palinuro ha dedicado un par de posts sosteniendo que no tiene validez. Es legítimo que Podemos vote "no" porque, a diferencia de las intenciones del PP, la suya no es solo impedir que el PSOE gobierne con el apoyo de C's, sino forzarlo a una negociación mejor planteada y más pausada para una coalición de las izquierdas en condiciones de consenso y mutuo acuerdo, sin imposiciones ni trágalas.

El argumento de que, si no gobierna Sánchez, gobernará Rajoy es falso y trae efluvios de esa misma disyuntiva, a la que es muy aficionado el Sobresueldos, cuando dice que se debe escoger entre él y el caos. En este caso viene a ser algo parecido: o Sánchez o Rajoy y recuérdese que hay razones suficientes para sospechar que la gestión de este es peor que el caos. No es cierto que, si no gobierna Sánchez, gobernará el de los sobresueldos. Rajoy está amortizado y solo para asuntos de trámite.

Pasado el tiovivo de las dos votaciones y recuperado el tempo de estas actividades, sin atosigamientos, comenzará una interesante etapa de política parlamentaria a la que los españoles están poco acostumbrados. Lo primero -lo señalamos en su momento- es adquirir conciencia de que, siendo una situación nueva, insólita, la de un Parlamento sin gobierno, hay que adoptar actitudes nuevas y no regirse por criterios pensados para otras situaciones. No hay gobierno, pero sí hay Parlamento constituido con arreglo a derecho y en pleno uso de sus competencias. Debe, pues, ejercerlas y no abrir un compás de espera hasta ver si hay gobierno o elecciones y cuál sea el resultado de estas que, según se dice (aunque lo dudo) será similar al actual. Ejercerlas quiere decir empezar a legislar ya. 

Sería oportuno que, al margen de las negociaciones para la formación del gobierno, los grupos de izquierdas comenzaran a presentar sus iniciativas. Una moción de derogación inmediata de la Ley Mordaza, derogación igualmente inmediata de la LOMCE o Ley Wert, las dos normas más representativas de la involución  antidemocrática de los cuatro años de la derecha. Denuncia de los Acuerdos de 1979 con la Santa Sede, supresión de los aforamientos, prohibición de amnistías físcales, abolición de las tasas judiciales, etc. 

España es un sistema parlamentario. El Parlamento es el órgano supremo de poder del Estado y, en puridad de los términos, el gobierno no es otra cosa que una comisión suya. Él es quien, en teoría, debe tomar las decisiones. Pero la deformación presidencialista contemporánea en todos los países ha consolidado la falsa creencia de que el órgano más importante es el gobierno. Y no es así. Es el Parlamento. Pero es preciso que la gente se dé cuenta de ello y que los políticos actúen en consecuencia. Espero que los diputados de la izquierda pongan ya en marcha las iniciativas mencionadas.

En cuanto al vodevil de las negociaciones para formar gobierno, la situación esperable es que el PP siga sin conseguirlo, si bien es posible que, dada su mentalidad marrullera, Rajoy el de los Sobresueldos, vuelva a presentar su candidatura. Solo para marear la perdiz. Rajoy, desde luego, tendría perfecto derecho a presentarse al frente de una alianza PP-C's, que contaría con 163 diputados y, aun así, es casi seguro que cosecharía calabazas. Es maravillosa la unanimidad de la clase política española a la hora de considerar a Rajoy como un desastre sin paliativos. A esta dirección en todo caso apunta C's, cuyo líder natural, el barbilampiño Rivera, ha avisado de que si el PSOE se da una castaña, él considera a C's desligado del acuerdo del cambio y el progreso.

Por supuesto, las izquierdas podrán sentarse a negociar y hablar en serio. Por fin llega el giro lingüístico a la lamentable política española y los líderes se enteran de que ya no pueden decir lo primero que se les pase por la cabeza sino que tienen que pensarlo muy mucho. Unas negociaciones que estén presididas por dos principios esenciales, el mutuo respeto y la lealtad a los acuerdos, llevarán a la formación de un gobierno de la izquierda.  Ya veríamos con qué composición, con permiso de los furrieles de Podemos. 

No sería desmesura pedir la abstención de C's para un gobierno de izquierda, al menos a tenor de lo reiteradamente expuesto por Rivera de propiciar la estabilidad y la gobernación del Reino de España bien unida. En la misma medida sí podría serlo pedir la de ERC y DiL ya que, si se cuenta con la abstención de C's es porque  el referéndum está prohibido. ERC y DiL quizá se abstuvieran si el gobierno de la izquierda se comprometiera a realizar el referéndum. Pero, en tal caso, perdería el apoyo C's.

La política parlamentaria es siempre muy complicada. 

De aquí no se va nadie

Es típico de orates y seguidores de magias y cultos vudú negar la realidad a base de conjurarla con hechizos. Los problemas desaparecen echándoles vade retros, fórmulas y encantamientos esquinados que solo ellos conocen.

En los 66 densos folios de propósitos celestiales que llaman Acuerdo para un gobierno reformista y de progreso, esto es, el pacto de legislatura que han suscrito el PSOE y Ciudadanos, no hay una sola mención explícita a Cataluña, pero sí una implícita, muy concreta y rotunda, una prohibición y jaculatoria general dirigida contra los réprobos y rebeldes independentistas catalanes y es cuando, sin venir a cuento, al final del voluminoso acuerdo, se lee que ambas fuerzas se juramentan, como si fueran los horacios y los curiacios, a oponerse a todo intento de convocar un referéndum con el objetivo de impulsar la autodeterminación de cualquier territorio de España.

No hace falta ser buen entendedor para saber de quién se habla aquí. No hace falta ser ni entendedor siquiera porque ese párrafo es una bofetada, un mazazo. Por si hubiera alguna duda y porque Rivera cree que los lectores tienen su mismo coeficiente intelectual, lo aclara en un tuit: A Podemos no le gusta el acuerdo de gobierno, porque no habrá referéndum separatista y no se suben impuestos a la clase media trabajadora. La esencia misma del pacto definida en los gracianescos 140 caracteres: el pacto va contra Cataluña y contra una política fiscal redistributiva. 

Las dos partes firmantes sostienen que, dado el tamaño del ratón que sus montes han parido, todos los demás partidos deben sumarse al pacto por amor a España. A su juicio, el PP ha de hacerlo porque, en el fondo, están diciendo lo mismo y Podemos debe también hacerlo para no coincidir con el PP si este, desoyendo su espíritu patrio, vota en contra. O sea, si Podemos coincide con el PP votando en contra hace mal; pero si coincidiera votando a favor, haría bien. Es lo que se llama el teorema de Sánchez-Rivera.

Resulta sorprendente que unos partidos serios, dinásticos, firmes pilares del orden constitucional actúen con tal nivel de primitivismo, como movidos por fantasías de omnipotencia infantil. Hay algo neurótico, por no decir psicopático, en esa obstinación por negar de cuajo derechos democráticos a una minoría nacional de siete millones de habitantes, por ignorar que el Estado tiene un problema serio de escisión de un territorio que supone el 15 % de su población y un 20% del PIB total, el único problema que amenaza realmente el statu quo del sistema de 1978. 

En el caso de Rivera ese problema se entiende con relativa facilidad, es una relación de odio edípico hacia su patria, que lo lleva a querer destruirla cercenando el uso de su lengua y su cultura para asimilarse a la impuesta. Es la catalanofobia del catalán converso, la misma que en el fondo animaba a Pla y Deniel y otros catalanes que viven su condición nacional como un estigma; y, como todos los conversos, es más papista que el Papa y más español que Millán Astray.

En el caso de Rajoy también se entiende: digno representante del ocaso de una oligarquía incompetente que ha conducido España al hundimiento y el descrédito en que se halla, cree que la política consiste en escalar puestos en una jerarquía orgánica como la de su partido, hecha de servidumbres personales y en marrullear con artimañas de leguleyo para conservar un régimen estrafalario y anacrónico, hecho de una podrida alianza del trono y el altar con una pátina europeísta. 

Pero ¿qué decir de Pedro Sánchez, teórico representante de una idea más abierta, socialdemócrata, progresista de España, y capaz de entender la riqueza de su intrínseca variedad, para cuyo florecimiento tiene preparadas unas recetas federales? Está aun más claro: así como Rivera ostenta el comportamiento del cipayo agradecido por las atenciones de la metrópoli, Sánchez es el portaestandarte del Imperio, claro varón de Castilla, para quien en España solo hay una nación, un pueblo, un líder (él) y una bandera, la borbónica, impuesta por los vencedores en un golpe de Estado con consecuencia de guerra civil. 

Han pasado seis años (a partir de la inepta sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 negando a los catalanes su condición nacional) de crescendo independentista en Cataluña, que ha llevado a esta al borde de una declaración unilateral de independencia en una actitud de consistente enfrentamiento y conflicto con el Estado. Para el actual presidente del gobierno en funciones cuyas dificultades de comprensión de la realidad circundante son de todos conocidas, esta ebullición independentista es una algarabía
Obviamente, lo que no sea la ley y el orden contenidos en el marco de la Ley Mordaza es una algarabía. Lo alarmante es que toda la oferta para un gobierno de cambio y progreso que proponen los partidos que los hacen suyos, sea una seca y tajante negativa a aceptar que los catalanes puedan ejercitar un  derecho democrático que ejercitan otros pueblos de nuestro entorno sin mayores dificultades. Porque eso quiere decir que los partidos dinásticos, pilares de la tercera restauración, carecen de recursos para impedir el definitivo fraccionamiento del país que no sea la mera aplicación de la fuerza bruta.

En el caso de Ciudadanos, un partido creado exprofeso para cortocircuitar la independencia catalana desde Cataluña, el asunto no plantea dificultades. Lo extraño parece ser el comportamiento del PSOE. Que su sucursal catalana está ya al borde de la extinción forma parte del saber convencional. Lo que quizá no esté tan claro es que, al someterse al nacionalismo español más cerril de Sánchez, identificado en esto con su mentor Rubalcaba, el PSOE también va camino de su destrucción.

La dirección socialista actual no es capaz de ver que el país, España, ha cambiado, que la población no responde ya al primitivismo de cuarto de banderas que los nacionalespañoles le atribuyen. Los gestos de rotunda afirmación nacional de Sánchez, además de ridículamente bombásticos, chirrían en cualquier oído democrático: su lema electoral hace unas fechas de ¡Más España!, su flamígero ondear de la roja y gualda en cualquier ocasión, su inicuo “homenaje” a Lázaro Cárdenas en México con una ofrenda con esa misma bandera contra la que Cárdenas luchó toda su vida, atestiguan un nacionalismo español tan obtuso como el de la derecha tradicional. 
Y su última lamentable manipulación de apropiarse de la imagen de Pablo Iglesias Posse para recabar el voto de la militancia para este lamentable acuerdo, muestran que, al nacionalismo español, une una absoluta falta de escrúpulos respecto a la coherencia ideológica de la tradición socialista, convertida en puro marketing.

Una vez más se prueba que aquellos a quienes los dioses quieren perder, primero los vuelven ciegos. 


(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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