miércoles, 20 de enero de 2016

Miguel Navarro, el político que se equivocó tres veces / Apunte de Argárico *

No es el título de una película de las de antes. Conocí a Miguel Navarro recién arrepentido de las consecuencias imprevistas de su estrategia de acoso y derribo de Carlos Collado, otro socialista lorquino, como presidente de la Comunidad Autónoma en 1992. Me acuerdo de un demudado presidente de la Asamblea Regional tras el incendio provocado la tarde de aquel día por unos sindicalistas cartageneros de USO despedidos, ante la pasividad de los políticos murcianos frente a la crisis industrial de la ciudad. La cara del presidente de la cámara aún la recuerdo desolada, impotente y apesadumbrada por haber llevado su ambición política personal a tales extremos con el apoyo de la Oposición.

En mi calidad de periodista de un diario de Madrid con circulación nacional tuve aquel fatídico día acceso a todo en primera fila, tanto dentro como en el exterior del edificio institucional. Y ahí fue cuando Miguel Navarro compartió conmigo, sin apenas habernos tratado antes, una serie de reflexiones junto al estrago del fuego justo bajo su despacho oficial, hasta reconocer cierta responsabilidad política personal con lo sucedido, sin eximir a su compañera de partido y delegada del Gobierno, Concepción Saénz, por provocar a los manifestantes de las grandes empresas con un desmesurado aparato de seguridad para proteger a los diputados por la mañana hasta producirse violentos enfrentamientos entre la Policía y unos 5.000 hombres de la industria local.

Apenas he tenido contacto con él desde aquellas fechas porque Miguel Navarro tuvo que volver a Lorca, renunciar a su ambición y dar por concluida sus aspiraciones políticas regionales aunque pronto volvió a ser noticia por sus actividades privadas en el extranjero musulmán aun siendo alcalde de la ciudad y, según parece, de la mano de un diplomático de la máxima confianza del ministro Moratinos.

En mi muy frecuentes contactos veraniegos con la recalcitrante derecha lorquina, absolutamente parada en tiempos de Fraga, me sorprendió siempre que el candidato favorito de esa derecha local era tanto o más que el del PP, el sociolisto Miguel Navarro.

Haber publicado en su día las dudas sobre cómo un maestro de escuela pudo adquirir semejante chalet en primera línea de la playa de Calabardina, en Águilas, le llevó a partir de ese momento a mirarme con recelo y saludarme con mucha precaución cuando nos cruzábamos por la calle. Porque en Madrid nunca le he visto pese a sus frecuentes viajes a casa de su hija, abogada del Estado preparada por Juan Ramón Calero, desde que tuvo que dejar el cargo.

No me sorprende para nada que el agradecido PP lorquino se haya puesto ayer y hoy a la cabeza del homenaje en las exequias de un político que, tal vez, se libró de la cárcel por prescripción de un presunto delito por el que nunca llegó a ser juzgado por intercesión de sus amigos de Lorca más que de su propio partido.

Pero, ¿en qué tres cosas se equivocó este hombre? Conspirar contra compañeros socialistas con ayuda y orquesta del PP e IU; someterse a la derecha lorquina y sus intereses de clase con los convenios urbanísticos, y meterse en negocios, aquí y allá, de la mano de indeseables y por lo que pudo haber entrado en prisión si el tiempo no llega a jugar a su favor.


(*) Pseudónimo de un veterano periodista de Murcia

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