Primero fue la comparecencia de Mas el
sábado, en la que este habló sin leer durante una hora y contestó las
preguntas de la prensa en catalán, español, inglés y francés, algunas
complicadas. El acto cerraba un complejo y tenso episodio político cuyos
matices no todo el mundo que no tenga la información necesaria puede
entender fácilmente. Nivel europeo, y de los altos.
Después,
al día siguiente, sesión de investidura del nuevo presidente en el
Parlamento que el PP trató de boicotear hasta el último instante con una
triquiñuela legal fracasada de Albiol. Discurso del candidato,
Puigdemont, intervenciones de los grupos y réplicas. De nuevo nivel
europeo muy alto. Y, encima, camino de la independencia. Y tod@s tan
content@s.
Esto
no podía quedar así. Alguien tenía que dar un puñetazo sobre la mesa,
pues estamos en España y ha de saberse quién manda aquí, que no es
ningún Mas ni Menos ni Puchcomosellame. Aquí manda Rajoy. En funciones,
pero manda. Así que el presidente de los sobresueldos decidió dejar alto
el pabellón y ayer mismo, mientras se desarrollaba la sesión de
investidura catalana, compareció en La Moncloa en carne mortal, como la
Virgen del Pilar, y no en plasma, a tranquilizar a los españoles y
reafirmar el principio de autoridad, el único principio que tiene.
Para
lo que hizo, pudiera haber recurrido una vez más al plasma y, de ese
modo, hubiera cerrado su inenarrable mandato de forma capicúa, o sea,
como empezó. Leyó torpemente unas páginas, balbuceando como siempre,
ante unos dummies que pasaban por periodistas a los que no se les
permitió hacer preguntas, con lo que podrían haberlos sustituido por
muñecos de cera. Al terminar la lectura, por llamarla de algún modo, se
despidió con un insultante "gracias por estar ahí" y se fue por donde
había venido, seguido de cerca por la ratita hacendosa que tiene a modo
de vicepresidenta.
Esa
fue su comunicación verbal: frases deshilvanadas, reiterativas, mal
leídas, con errores cómicos, como siempre, y balbuceos que consumen la
paciencia de cualquier auditorio. En cuanto a la comunicación no verbal,
también lo de siempre, empeorado por el paso de los años y la oscura
sospecha de que, en definitiva, ha metido al país en un callejón sin
salida por su pura incompetencia. O sea, ceño, gesto adusto, abundancia
de guiños, casi descontrolados y miradas sombrías que traducían su
soberbia y su irritación por tener que comparecer en domingo a responder
a una manga de insurrectos institucionales que hablan una lengua
incomprensible, en lugar de estar viendo un partido de fútbol y jugando
al dominó.
Desde estos dos puntos de vista, la comparación entre los dos presidentes, Mas y Rajoy, no hace falta decirlo, mueve a risa.
En
cuanto al contenido, una lamentable reiteración del no, nada, nunca,
apoyado en un recurso reiterado a la ley y al Tribunal Constitucional,
un discurso vacío, ayuno de toda idea o propuesta o sugerencia o
indicación: no, nada, nunca. La ley y el Tribunal Constitucional como
amenazas. Cabe advertir que consideró necesario decir que solo respondería a lo que los catalanes hagan con el Estado de derecho, pero con todo el Estado de derecho; solo con la ley, pero con toda
la ley. Sabiendo de quién se trata, es de agradecer que no haya
empezado por amenazar con enviar chulos falangistas, matones a sueldo,
la policía, la guardia civil o el ejército. Pero también sabiendo de
quién se trata, no lo pierdan de vista.
La
comparecencia fue un ejemplo de manual del comportamiento autoritario
de la derecha española de toda la vida: lo que no le gusta, no lo ve ni
lo oye ni le hace el menor caso. Sus antecesores ideológicos eran más
contundentes: fusilaban sin más explicaciones a quienes pensaban,
hablaban o hacían lo que no les gustaba. Estos se han hecho demócratas.
Lo dijo ayer el presidente de los sobresueldos en un tono en el que se
notaba que la palabra le quema la boca y con la intención de tachar de
no demócratas a los independetistas catalanes que lo son mil veces más
que él.
Este
demócrata, miembro de un partido demócrata, fundado por un demócrata,
apoyado por los socialistas y los neofalangistas de C's, contrapondrá a
las aspiraciones independentistas toda la ley y (es de suponer) todo
el Tribunal Constitucional. Una ley que él ha hecho y deshecho a su
antojo, con absoluta arbitrariedad durante cuatro años, basado en el
rodillo de su mayoría absoluta y una ley que, en muchos casos (según se
ve, no en todos) la oposición que lo apoya en esto se ha comprometido a
derogar. Y un Tribunal Constitucional que él mismo ha desprestigiado y
prostituido, nombrando magistrados que no reunían ni reúnen las
condiciones políticas y morales para serlo, empezando por su presidente.
Esta
es la respuesta que el Estado español da a una reivindicación popular
sostenida, masiva, de la sociedad catalana con el apoyo de sus
instituciones.
Cualquiera
que no sea un zote puede ver que esta cerrazón -apoyada por una parte
de la oposición tan responsable del desastre como quien en buena medida
lo ha organizado por su inutilidad- conduce al país a un tiempo de
conflicto causado por la incapacidad de los nacionalistas españoles de
aceptar algo tan sencillo como la celebración de un referéndum igual al
que hicieron los quebequeses y los escoceses. Un conflicto
interinstitucional (una probable desobediencia masiva de los órganos de
gobierno de la sociedad catalana a todos los niveles) que nos hubiéramos
podido ahorrar.
Y que es tanto más absurdo cuanto que todos sabemos que, al final, habrá que hacerlo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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