martes, 26 de enero de 2016

¿Cuándo pararán de robar? / Ángel Montiel

Faltaba Acuamed. O sea, las desaladoras. Un caso que se extiende hasta la misma mesa de trabajo de la vicepresidenta del Gobierno de España, esperanza blanca para sustituir al Pasmarote. Quien creyera que la corrupción es un fenómeno aislado, colateral o circunstancial tendrá ya, a estas alturas, que revisar su buenismo. En esta Región no queda ya proyecto u obra que se haya escapado de la corrupción. Es más rápido hacer la lista de aquellas iniciativas donde parece, al menos hasta el día de hoy, que nadie ha metido la zarpa que la que resume los pelotazos y las sisas. Hay que hacerse a la idea de que aquí se ha robado a espuertas y no es posible aceptar ingenuamente que se trata de un fenómeno marginal de unos pocos desaprensivos. Queda claro que hay unas redes de complicidad y consentimiento sin las cuales todo este estercolero no habría podido instalarse. 

Como es lógico, los efectos de la corrupción no sólo se perciben en los sobrecostes y la distracción de recursos que luego resultan escasos para los deberes básicos de la gobernación, sino también en la ineficacia derivada de que los gestores estén más atentos a su propia ganancia que al desarrollo de los proyectos encomendados. Y para rizar el rizo, lo habitual es agrandar las necesidad, generar nuevas obras innecesarias para obtener de ellas el porcentaje concertado. No es extraño, pues, que casi todas las grandes iniciativas públicas estén preñadas de corrupción y que, en consecuencia, hayan resultado proyectos fracasados. Corrupción e ineficacia son dos caras de la misma moneda, y Acuamed, sin ir más lejos, es el perfecto paradigma.

Los Gobierno del PP, tanto el nacional como el regional, han venido consintiendo la corrupción porque no les era ajena. Bárcenas y Gürtel revelan que estaba incrustada en los propios aparatos al máximo nivel, incluyendo la cúpula. En esta Comunidad no se dado la más mínima exigencia de ejemplaridad entre otras cosas porque la acción del propio Gobierno ha empezado en muchos casos por incitar a la corrupción. 

Lo hemos visto en casos como La Zerrichera, Novo Carthago, Paramount y otros, en que la Administración transgredía en favor de intereses de empresarios amiguetes sus propias normas de protección medioambiental. Las consecuencias judiciales posteriores han creado un fenómeno, que aún parece perdurar, de parálisis del estamento funcionarial en esta área, por autoprevención, lo que acarrea prejuicios a proyectos limpios, es decir, a la dinámica de una sociedad sana, interceptada por la anomalía de una Administración pública que ha considerado durante mucho tiempo que la corrupción es un acicate para el desarrollo, con las consecuencias que ahora sufrimos, no sólo ya en lo económico sino también en lo político. 

La corrupción, insisto, no sólo es un mal por sí misma, sino que corroe todo lo que toca: desprestigia a las instituciones, provoca el estado de sospecha general e incluso incita a la resignación pública, pues su manto se extiende a ciertas zonas de la propia ciudadanía al aceptar éstas que, si es inevitable, hay que manejarse con ella y a ser posible gozar de los oscuros beneficios que genera. Los poderes públicos son conscientes de esta última consecuencia, así como que, por increíble que parezca, la corrupción no suele provocar mermas electorales a corto plazo. 

Esta es la razón por la que no se apresuran a exigir responsabilidades políticas salvo en casos como el de Murcia, por imposición de los socios de investidura del actual Gobierno. El PP llegó a mantener en su puesto a un alcalde condenado en todas las instancias por compra de votos hasta que el Tribunal Supremo lo inhabilitó y ya no podía legalmente presidir la corporación. Esto da idea del nivel de exigencia ética de un partido que ha intentado que la corrupción se metabolizara como parte de ´las cosas que pasan en la vida´ y que ha negado sobre todas las evidencias la propia existencia de la estructuración del latrocinio. 

Tan estructurada está que no hay ya, digo, espacio en el que no salte la liebre. Lo penúltimo, el AVE ya esquilmado antes de asomar el morro, y ahora, Acuamed. ¿Qué será lo de esta semana? Lo cierto es que ya van quedando pocas instancias en que la corrupción no se haya posado, de manera que tal vez eso contribuya a la relajación del corruptómetro. No hay mal que por bien no venga: han robado tanto que ya no les queda mucho por robar.

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