El agenda setting, que dicen los
expertos, es una función decisiva de los medios. Estos deciden de qué se
habla. Desde hace días del bebé de Bescansa, de las rastas de un
diputado, de las lágrimas de Iglesias y lo que se considera postureo de Podemos.
Voces
indignadas, improperios, insultos, recriminaciones.
Las-cosas-tienen-un-límite. A dónde vamos a llegar. El buen gusto. No me
importa su peinado, pero... Es exhibicionismo, espectáculo, quieren
llamar la atención, ser diferentes.
Sí,
la verdad, es obvio. No hacen falta tertulianos para eso. Quieren
hacerse notar. ¿Y qué? Es el signo de los tiempos. ¿No se han enterado?
¿No han entendido la postmodernidad que tanto predican? Lyotard, su
principal gurú, se enfrentó a Habermas en donde más le duele: la manía
de la comunicación como consenso que remite a acuerdo,
uniformidad, cuando lo que tenemos a la vista es discrepancia,
multiplicidad y discursos que ni de lejos se tocan. Tenemos el derecho a
la diferencia. Hasta los autoritarios de la derecha se han tragado los
matrimonios homosexuales y el derecho a ser distinto.
El derecho a ser distinto, sin jaurías de comentaristas soltando insultos y atrocidades.
Entre
otras cosas porque ese consenso, ese acuerdo, esa uniformidad por todos
aceptada consiste en llamar normales a cosas no ya distintas sino
verdaderamente estrafalarias. A Rajoy se le pone cara de bellota cuando
ve pasar unas rastas, pero luego se va a un desfile de los ejércitos y
se cuadra con el Rey a su lado en saludo militar ante una cabra. El bebé
de Bescansa tiene ya en sus cinco meses más biografía escrita que los
cien mil hijos de San Luis. Eso en un país cuyo ministro del Interior
condecora tallas policromadas que él y quienes son de su confesión,
adoran y a las que otorgan poderes milagrosos. No veo por qué cuesta
tanto imaginar que haya un mundo en donde ver a un ser humano
supuestamente racional condecorar un palo pueda considerarse un
comportamiento de orate.
En
fin, estaría bien que el Parlamento se pusiera a trabajar cuanto antes y
cuanto antes se constituyera un gobierno si quieren saber por donde
sopla el viento en Cataluña.
La transición catalana
El cronista de la República catalana, en
realidad, actúa también como traductor. Ayer TV3 transmitió una
entrevista de Mónica Terribas a Carles Puigdemont de enorme contenido,
que debió emitirse también en canales españoles con subtítulos. Al no
ser así, como siempre, la información de los ciudadanos del resto del
Estado es inexistente. Porque los resúmenes que hace la prensa no sirven
para gran cosa.
Palinuro
lleva años avisando de que en España, la iniciativa política es del
independentismo catalán. Ayer, eso fue patente. Puigdemont expuso largo y
tendido su programa de gobierno, que es ir de la autonomía a la
independencia o, para ser más exactos, de la autonomía a las puertas de
la independencia... en 18 meses. Si, luego, hay independencia o no, lo
decidirá el pueblo y con su persona ya se verá lo que pasará. El nuevo
presidente ha sustitudo a Mas en su papel de Moisés: del Egipto
autonómico a la tierra prometida que él verá, pero no pisará. Para hacer
más bíblica la imagen: la formación de gobierno después de las
elecciones del 27 de septiembre fue el cruce del Mar Rojo, cuando las
aguas de la CUP se dividieron por la mitad (1515-1515) para dejarlo
pasar.
Y
todo dentro de la legalidad en la medida de lo posible. Un gobierno que
ya está trabajando en esta hoja de ruta, con un programa definido, sin
miedo y contando con todos los efectivos posibles (Mas incluido) para
sacar de lo que hay las estructuras de un Estado nuevo. Puigdemont se ve
como un presidente transitorio y su mandato como una transición. No
como esa segunda transición que los políticos españoles están siempre
invocando (primero fue Aznar y luego Iglesias) sino como una transición
de verdad en la que lo que más preocupaba a Puigdemont era transmitir la idea de tranquilidad y seguridad: "de la ley a la ley".
Se
trata de parir un Estado nuevo, pero sin que haya sobresaltos, sin
dolores del parto, incluso sin parto, que la burguesía es muy
asustadiza. Casi mejor sacarse el Estado de la cabeza, como Palas Atenea
salió de la de Zeus. Por eso, el gobierno tiene cuadrillas enteras de
expertos e intelectuales, trabajando en los cimientos y la estructura de
ese Estado que ha de hacerse en silencio pero ha de inspirar tanta
confianza que los ciudadanos acepten pagarle sus impuestos... y este fue
uno de los momentos más delicados de la entrevista.
¿Qué
pasa si España se opone y actúa? De momento, ha empezado mal. Ni el Rey
ni Rajoy, ni nadie ha llamado a Puigdemont para felicitarlo. Los
españoles, diría el inefable Rajoy, son mucho españoles pero poco
educados. Si, además de groseros, se ponen matones y van a la gresca
contra Cataluña, concluye Puigdemont, solo causarán daño al pueblo. Y no
quiso ser más específico.
Clara
está su intención y los políticos nacionalespañoles harán mal en seguir
ignorándola porque, cuando se produzcan los resultados previstos, los
pillarán en Babia, como siempre. De aquí a 18 meses, el govern
hará política social a pleno rendimiento, en el espíritu del plan de
choque de la CUP. Sostiene el presidente -que se cuenta en el ala
socialdemócrata de CDC- que como un objetivo de justicia social en sí
mismo. Pero no se le escapa, supongo, que eso ensanchará mucho la base
independentista y que, al someter la Constitución de la República
catalana a referéndum, espera que la mayoría favorable pase empliamente
del 50 %. Como, además, su gobierno no deja palillo por tocar, echa los
tejos al llamado mundo Colau que, sospecho, es una denominación
imprecisa porque a Puigdemont le pasa lo que a Palinuro: que no tiene
muy claro cuál es el imaginario de Colau.
En
todo caso, los independentistas siguen con la iniciativa, frente a un
Estado español que carece de ella desde hace años y sigue sin tenerla ni
visos de conseguirla. Esa Constitución de la República catalana es una
oferta sumamente tentadora para el electorado catalán. Enfrente, el
nacionalismo español no tiene nada que ofrecer salvo la continuidad de
un statu quo en crisis, en el que nadie cree y que todos quieren
reformar, pero sin saber cómo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
No hay comentarios:
Publicar un comentario