miércoles, 13 de enero de 2016

El oso y su piel / Ramón Cotarelo *

¡Qué dura es la vida! Quienes iban a asaltar los cielos y echar a patadas a la casta, no han llegado ni al entresuelo y son ellos mismos casta. Ya están cambiando cromos: la presidencia de la mesa del Congreso contra cuatro grupos parlamentarios, un puesto en mesa a cambio de que no me armes un lío. Aprenden rápido. Pero les queda un trecho. 
 
Ayer mostraron su bisoñez y, por pedir demasiado (un defecto que los caracteriza) se quedaron sin nada, casi sin mesa y sin grupos parlamentarios para sus tres franquicias. Los demás grupos, (PP. PSOE y C's) más avezados, se repartieron las tajadas y dejaron a Podemos el privilegio de patalear ante las cámaras, hablando de que "los tres del búnker comienzan a cabalgar". Es de esperar que cuando adquieran más experiencia acudan a metáforas menos estrambóticas porque eso de ver un búnker cabalgando choca.

¿Qué pasa con esos cuatro grupos parlamentarios que quiere Podemos? El lector encontrará una explicación en un post anterior de Palinuro, El cuarteto de San Jerónimo.

No es un capricho, no; ni un acto de codicia; ni ganas de fastidiar. Podemos necesita los cuatro grupos para sobrevivir y que no se descubra (demasiado) la superchería que ha montado con los 69 diputados que proclama como suyos cuando suyos son solo 42. Los otros 27 son de sus franquicias gallega (6 En Marea; Beiras), catalana (12 En Comú Podem; Colau) y valenciana (9 Compromís Podem; Oltra) y ninguna de las tres quiere formar grupo con Podemos por la muy sencilla razón de que no son de Podemos. Los grupos distintos son para disimular la engañifa, que ya empezó la nocha electoral del 20 de diciembre; engañifa, típica de la vieja política, de vender una derrota como una victoria. Otra prueba más de que se trata de una engañifa es que las franquicias ya están negociando con otros partidos (ERC, IU) la formación de grupos. Todo antes que ir al de Podemos.

Se entiende que los morados, muy nerviosos, amenacen al PSOE con no formar gobierno si no cede en lo de los grupos. Amenazas, cambalaches, negociaciones. Muy nueva política. Pero sea nueva o vieja la política, ¿podrían aclarar los de Podemos exactamente cuántos diputados tienen? No, no pueden porque no lo saben ni ellos. Situación esta no ya pintoresca sino claramente chusca, producida por su inveterada costumbre de vender la piel antes de matar al oso. 

No ganaron las elecciones; las perdieron. E inventarse 69 diputados donde solo hay 42 (dos más que Rivera, el de C's) no les hará ganarlas.
 
A toda maquina
 
Es conocidísima la frase de Marx en el 18 Brumario de que la historia siempre se repite, una vez en forma de tragedia y otra de farsa. Pero no hace falta esperar a la historia. Esa dualidad puede ser también coetánea y contemporánea, en el presente. En un país pueden coexistir dos realidades, una trágica, otra cómica; una seria, otra burlesca; una solemne, otra una farsa. Es exactamente lo que está pasando ahora mismo en España. 
 
De un lado, una parte, Cataluña, vive un momento trascendental en su historia, el del alumbramiento de un nuevo Estado, una República catalana; del otro, el resto del Estado asiste perplejo y abochornado al espectáculo de un presidente del gobierno que parece de ópera bufa y termina una inenarrable comparecencia con un Muchas tardes y buenas gracias, y un juicio en el que la heredera del trono real en 6º grado debe responder de unos presuntos delitos en una sala presidida por un retrato de su hermano.

La emoción de un momento histórico y la perplejidad de una bufonada.

Ayer tomó posesión de su cargo el nuevo presidente de la Generalitat con la fórmula de prometer lealtad al pueblo de Cataluña, pero no a la Constitución vigente ni al Rey. La marcha de Cataluña hacia la independencia adquiere ímpetu y más velocidad. Palinuro ha dado cumplida cuenta de los tensos momentos vividos en días pasados en los que, con sus más y sus menos, la clase política catalana ha mostrado una voluntad, una capacidad de acción y una altura de miras al servicio de su proyecto nacional que claramente prueban una vez más que Cataluña no es España y ya quisiera España ser Cataluña. 

Como su intención es seguir actuando de cronista de este proceso de emancipación en el "país vecino", como dicen mis amigos de ERC, señalo que esa toma de posesión del centésimotrigésimo presidente de la Generalitat vino precedida por un discurso de despedida del anterior, Artur Mas, quien tuvo la presencia de ánimo y el sentido del humor de afirmar que él "sí agradecía los servicios prestados a todos", un todos en el que estaba incluido el Rey de España quien, sin embargo, no había tenido la gallardía de reconocérselos a él.

No hace falta añadir que en la alocución de Mas y la toma de posesión de Puigdemont, los representantes del Estado, esto es, la delegada del gobierno y el ministro del Interior, mantuvieron un gesto hosco y agrio y no aplaudieron. Mostraban así, por si hacía falta, con cuánto desagrado se ve en España que los políticos prometan lealtad al pueblo antes que a un Estado que repudian, razón por la cual pretenden edificar el suyo. 
 
¿A quién está juzgándose en Mallorca?
 
Este país tiene una deuda inmensa con el juez Castro, ese hombre que, en cumplimiento de su deber, ha instruido la causa cuya vista oral se inició el lunes y en la que, entre otros acusados, se sientan en el banquillo una infanta de España y su marido. Es fácil intuir las inmensas presiones que ha debido resistir ese  representante del Poder Judicial, viendo el papelón que en la primera sesión de la causa estuvieron haciendo el fiscal y la abogada del Estado, empeñados en apoyar a la defensa de la infanta para exonerarla contra viento y marea.

Sí, el país entero debe un homenaje al juez Castro. La base de la civilización es la justicia y la base de la justicia, la independencia y la honradez de los jueces. De cada juez.

Porque no solamente el fiscal y la abogada del Estado defendían a la acusada. Todo el establecimiento mediático, todos los publicistas del régimen, que son muchos y muy bien pagados, todas las fuerzas vivas del orden y la tradición, apoyan que se otorgue a la infanta un trato de privilegio porque, en el fondo, no creen que la justicia deba ser igual para todos.

Sin embargo, el problema no es si esta señora es acusada, juzgada y condenada o no. Aunque parezca mentira, es lo de menos. Su importancia personal es cero. De hecho la Casa Real ya la ha despojado de su título nobiliario y la ha arrojado de su seno, que es como desnaturalizarla.  
 
No, el problema no es ella personalmente, sino lo que representa. Ella no es más que un cortafuegos. De lo que se trata es de eliminar la posibilidad de que la incriminación llegue más arriba, a su hermano, a su padre, a la Corona, a la institución monárquica. Porque, aunque las magistradas ya hayan rechazado dos veces la petición de que Juan Carlos I y Felipe VI comparezcan como testigos, sus nombres seguirán apareciendo, las peticiones seguirán produciéndose y de ellas se harán eco los medios extranjeros.

Por mucho que pretendan evitarlo, en el banquillo de la Audiencia de Mallorca no se sienta sola la infanta de España. Se sienta, se quiera o no, la sombra de su padre (presente en la sala como el espíritu del padre de Hamlet) y el actual Rey en efigie. 

Se sienta la monarquía.
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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