Ayer sucedió algo insólito. "El País" traía una crónica de soponcio titulada Alberto Garzón pone fin a Izquierda Unida y creará un nuevo partido.
La firmaba Elsa García de Blas, que es periodista competente y sabe
normalmente de lo que habla. No cita fuentes concretas, sino que se
refiere vagarosamente al "entorno" de Garzón.
Como quien tira una piedra
a un estanque, saltaron todas las ranas en Twitter y el propio Garzón
tuiteaba un signo de interrogación, como diciendo que no sabía de dónde
había salido la noticia. Inmediatamente subía un curioso desmentido en
su cuenta de Facebook, titulado ENÉSIMA NOTICIA DEL "FIN DE IU",
en el que se queja de que a IU la han dado ya por muerta media docena
de veces, que eso no es casual y que IU resiste porque la izquierda
nueva y transformadora se aglutina en su seno.
Cualquiera
esperaría a su vez una explicación de García de Blas. Pero esta no se
produjo porque todo el mundo vio que la aclaración de Garzón no era un
desmentido sino una especie de confirmación subrepticia y vergonzante de
que IU tiene los días contados, como informa la periodista de "El
País". El mismo Garzón lo confirma: cree que hay que sacar conclusiones
de los malos resultados electorales y que en la próxima asamblea IU
reflexionará sobre IU. Cuando, en política, alguien "reflexiona" sobre
sí mismo es para hacerse el hara-kiri.
Así lo entendieron luego los medios al decir que Garzón confirma que IU debate cómo conformar una nueva “herramienta organizativa” para la izquierda.
O sea, en definitiva, que IU, en efecto va directa al desguace. El
propósito es aprovechar ese casi millón de votos de las pasadas
elecciones para poner en pie algo distinto (desde luego, algo que no se
llame IU) que pueda confluir con Podemos y, si tal cosa sigue sin ser
posible por la intransigencia del partido morado, pueda presentarse a
las siguientes elecciones generales.
En
principio la idea no es mala. Es lo que haría cualquiera con los
resultados de IU, cambiar de nombre, de discurso y, al menos
formalmente, de producto. Pero no está claro que salga. Cambiar el
nombre de IU por otro no será difícil. Aunque se le hayan cantado
ditirambos sin cuento como la izquierda "verdadera", "transformadora",
"radical", etc., en el fondo nunca consiguió tener una imagen definida
ni obtuvo un apoyo en el electorado que le permitiera algo más que
hablar de vez en cuando en el Parlamento mientras sus señorías se iban
al bar. Así que poca gente derramará lágrima alguna cuando las heroicas
siglas pasen al museo de la historia, junto a la rueca y el uso, como
decía Engels que pasaría el Estado tras la revolución proletaria.
Pero
el problema no está ahí. El problema está en el Partido Comunista de
España (PCE), del que IU no es más que un disfraz. La cuestión que se
plantea ahora es si hay que cambiar de disfraz o también de disfrazado.
Poner en marcha otra organización-paraguas como IU, aunque se llame CUP
(ganas no le faltan a Garzón, que habla de "unidad popular") no servirá
de nada si su núcleo irradiador es el PCE de siempre. El problema es el
PCE, del que parece que Garzón es militante. O sea, el problema lo tiene
él consigo mismo, pues le costará admitir algo que es una evidencia
prácticamente en todo el planeta: el comunismo no prospera en parte
alguna y, o no existe o es irrelevante. Si Garzón quiere mejorar sus
resultados electorales no solo tiene que acabar con IU; tiene que acabar
con el PCE. Tiene que matar al padre, lo que siempre es complicado.
A
su vez ya puede esperarse una reacción contraria a sus planes en IU
pero, sobre todo, en el PCE. Habrá una vieja guardia de temple leninista
que se negará a desaparecer tan tristemente (y, sobre todo, se negará a
perder sus puestos y cargos) y, según como ande de memoria, condenará
el intento de Garzón como un ejemplo de liquidacionismo, una de
aquellas desviaciones de la línea bolchevique correcta que condenaban a
sus culpables al anatema, ostracismo y quizá algo peor.
El
resultado promete ser la enésima trifulca en IU y PCE en la que, al
final, un núcleo duro leninista, quedará de guardián integérrimo del
espíritu revolucionario marxista-leninista mientras que otros,
seguramente con Garzón a la cabeza, constituirán una nueva organización
que, ya libre del estigma comunista, podrá confluir con Podemos, la
organización que corta el bacalao en la izquierda.
El
problema puede ser que, al desaparecer prácticamente el PCE, Podemos
quede ocupando su lugar y el de IU y acabe obteniendo los mismos
resultados electorales de estos. De momento, no ha habido sorpasso del PSOE y los 69 diputados de que Podemos alardea, seguros, seguros, solo están los 42 suyos.
Con
todo, a pesar del interés de Podemos por venderse como ganador de unas
elecciones que no ha ganado, está claro que no ha habido sorpasso del
PSOE. Pero eso no quiere decir que no pueda haberlo, según la cantidad
de disparates que sigan haciendo sus dirigentes que parecen haberse
embarcado todos en la nave de los locos. Sus resultados
electorales han sido malos pero ahora, tanto su secretario general como
lo barones, singularmte la señora Díaz, los dirigentes y los jubilados
de oro están tratando de empeorarlos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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