Hubo un tiempo en que los candidatos del
PSOE a las autonomías y, sobre todo, a los municipios, trataban de
reducir el peso de las siglas y promover sobre ellas la imagen personal
de quienes optaban a los cargos. En algunos pueblos e incluso en grandes
ciudades, véase Murcia en 2011, el logotipo del PSOE desaparecía de los
carteles electorales o aparecía minimizado o escondido.
La segunda
legislatura de Zapatero fue letal para los socialistas. Hay que
recordar, sin necesidad de que nos pongamos dramáticos, que ZP no sólo
hundió a España sino sobre todo al PSOE. Y algo más, hizo desaparecer de
un plumazo el crédito que a malas penas todavía mantenía la clase
política. La ley de matrimonios homosexuales no será suficiente para
hacer olvidar aquella impostura, la gran engañifla de la vacua
palabrería izquierdista en su versión pijoprogre derrotada con un simple
tirón de orejas en un pasillo de las instituciones europeas. El 15M
surgió contra aquel engendro, no contra el PP.
Los socialistas, para
curarse de tanta tontuna, recurrieron al pasado y tiraron de Rubalcaba,
pero éste era el perfecto jefe de la KGB, el experto en alcantarillas
que elevado a la superficie quedaba en nada. Ahora van por Sánchez
después del regreso al pasado, que proclama desde los carteles el
regreso al futuro.
Sánchez ha recuperado la marca. Después de
tantas ocultaciones -hubo un tiempo en que no ponían PSOE, sino
«Socialistas» junto a un rosa desprendida del puño- han vuelto a la
imagen de la Transición, y con tanto orgullo que las siglas ocupan una
cuarta parte de la superficie del cartel, en imitación de la cabecera de
una de esas revistas mensuales de tendencias cuyos contenidos no se
leen pero crean estilo de hogar cuando son dispuestas, a modo de
lámparas, en la mesa de diseño del comedor junto a libros de arte en
tapa dura o ediciones de Taschen. Y, en efecto, el mensaje es la marca.
No hay más.
¿Cuál es la idea fuerza del PSOE en estas elecciones?
El PSOE. «Somos el PSOE», parecen querer decir. Ya, pero qué PSOE.
Sánchez arrastra con todos los pesoes. Tira de Felipe González, sin
reparar en que hoy es el prototipo de las puertas giratorias y en que su
misión venezolana nos recuerda que fue el amigo principal del corrupto
Carlos Andrés Pérez, y más recientemente el defensor en solitario de la
honestidad de Jordi Pujol. Mala compañía para avalar los reproches a
Rajoy por esa banda. Tira de Rubalcaba, de quien dice recibir consejos
que evidentemente el comisario de los bajos fondos no se aplicó a sí
mismo. Y retorna a Zapatero para defender lo indefendible, pues en esa
fase fue cuando el PSOE perdió la credibilidad para todos los siempres
al instalar definitivamente la idea de que en la oposición dicen
exactamente lo contrario de lo que acaban haciendo desde el Gobierno.
Las contrarreformas del último tramo de ZP fueron la validación para las
que, a renglón seguido, aplicó el PP con apenas unos retoques.
Sánchez,
sin embargo, ha ofrecido algunas señales alentadoras. Liquidó a esa
vulgaridad de Tomás Gómez, frenó al vacuo Carmona, un político de
teletienda, y tiene encendida a Susana Díaz, que es el repuesto del
sistema de corrupción estructural mediante el que el PSOE ha prolongado
su poder en Andalucía, hija protectora de los Chaves, Griñán y Gaspar
Zarrías, ese trío. Visto quiénes esperan a Sánchez para acuchillarlo a
la vuelta de la esquina del 20D habría que hacer algo para preservarlo,
porque lo que vendría a sustituirlo es mucho peor.
La oferta del
PSOE para estas elecciones es el propio PSOE en la confianza de que ya,
al cabo del tiempo y a la vista de los desmanes y de la corrupción del
PP, llegará su hora atendiendo a la ya superada inercia de que las
elecciones no se ganan sino que se pierden. Al perderlas el PP, ganaría
el PSOE. Han lustrado algunas propuestas fagocitando a Podemos, como
antes hizo Zapatero con IU, pero aun así presentan la imagen de copia
frente al original, y por lo demás los esquemas del programa parecen
diseñados en paralelo al PP, sobre políticas y cifras, pero sin ruptura
estructural. La idea más fuerte expresada por Sánchez es que «quien diga
que va a bajar los impuestos, miente», lo cual será verdad, pero poco
estimulante. Detrás de este PSOE no hay más que el reclamo de la marca y
detrás de la marca, poco más. Por eso van como van.
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