La caridad de la prensa con Rajoy es incomprensible. Sus declaraciones falsas del viernes sobre el atentado de Kabul no fueron errores. Fueron mentiras.
Hay una diferencia substancial. Y no solo fueron mentiras, falsedades a
sabiendas, embustes con fines indignos, sino que no es la primer vez
que el personaje recurre a esos procedimientos y siempre con los mismos
indignos fines.
Cuando el hundimiento del petrolero Prestige
frente a las costas de Galicia produjo la mayor catástrofe
mediambiental de la historia, en buena medida por la fabulosa
incompetencia de los gobernantes, Rajoy, que era uno de ellos, salió
minimizando el desastre y hablando de unos hilillos de plastilina.
Posteriormente,
con motivo del peor atentado en España el 11 de marzo de 2004 en la
estación de Atocha, producido por la canallada del gobierno de Aznar de
meter al país en la inicua guerra del Irak, Rajoy, que también estaba en
el gobierno y era candidato en las elecciones unos días después,
escribió un artículo en El Mundo el día de reflexión, afirmando que tenía la convicción moral
de que el atentado era obra de ETA. Fue la mentira que intentó colocar
el gobierno español a toda costa para no perder las elecciones.
Ahora
comparece el mismo día del atentado, precipitadamente, casi salta sobre
el asunto, porque estamos otra vez en período electoral y teme que le
pase lo que le sucedió en 2004 y, para evitarlo, miente de arriba abajo:
niega que sea un ataque a la embajada de España, niega que haya muerto
alguien (llevamos ya cuatro muertos, dos policías españoles y dos
afganos) y termina, como siempre, con una patochada, sosteniendo que "no
es una mala noticia".
La
pauta es siempre la misma: ocultar información, tergiversarla, engañar a
la gente para no perder las elecciones porque lo único que preocupa a
este desalmado no son las vidas humanas sino sus miserables ambiciones.
A
todo esto, los candidatos de las otras formaciones han decidido no
criticar esta nueva indigna mentira del presidente de los sobresueldos.
Seguramente aplican la doctrina de que en cuestiones de Estado no caben
debates políticos. Si lo hacen son cómplices de las mentiras del
gobierno. Efectivamente, con el terrorismo debe hacerse política de
Estado, no de partido. Pero si el primero que se salta esa obligación e
instrumentaliza el terrorismo y la vida de sus compatriotas para sus
fines electorales es el gobierno, los partidos de la oposición no pueden
seguir su ejemplo, pero están obligados a denunciar esa sucia
instrumentalización.
Están obligados a señalar que el país no puede seguir un minuto más gobernando por un sujeto tan indigno como detestable.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
No hay comentarios:
Publicar un comentario