miércoles, 30 de diciembre de 2015

Desde el Palacio Real / Jaime Peñafiel *

Aunque ha sido la residencia oficial de los Reyes de España, desde Carlos III a Alfonso XIII, a los Borbones nunca les gustó el Palacio Real de Madrid, también conocido como el Palacio de Oriente.

Fue Felipe V quien mandó construirlo en 1738, sobre los restos de un antiguo alcázar, con los planos de Juan Bautista Sachett, y el Rey Carlos III el primero en ocuparlo. El último, Alfonso XIII aunque también lo utilizó Manuel Azaña, presidente de la II República. Durante este periodo, lo de Palacio Real se cambió por lo de Palacio Nacional. Todavía hay una sala, al lado de la Real Capilla, que se conoce por el nombre de “Despacho de Azaña”.

Ignoro si el presidente fue feliz en este palacio. Ningún rey lo fue. Lo consideraban gigantesco, incómodo y frío, con sus 3,418 habitaciones y casi el doble que los Palacios de Buckingham y Versalles.

La propia Reina Victoria Eugenia guardaba tan malos recuerdos que, cuando viajó a Madrid, desde el exilio suizo de Lausanne, para amadrinar a su biznieto, el hoy rey Felipe VI, no quiso ni mirarlo. No solo porque allí fue una esposa mal querida, engañada y desgraciada sino, porque según contó en la entrevista que me concedió un mes antes de morir, pasaba tanto frío que hasta le salieron sabañones. Es tal su magnitud que, cuando se disponía a salir, revisaba no olvidarse nada porque era muy incómodo tener que volver a sus habitaciones.

Cuando don Juan Carlos fue proclamado Rey de todos los españoles, pudo haber elegido el Palacio de Oriente como residencia. Prefirió el palacete de La Zarzuela, que ni es palacio ni palacete, sino un antiguo pabellón de caza en los montes de El Pardo y que Franco le acondicionó cuando contrajo matrimonio con Sofía, en 1962. Desde entonces, ha habido tantas reformas, que hoy parece un ministerio, sin contar con el vulgar pabellón, residencia de Felipe VI y familia.

El Rey Juan Carlos lo utilizó, por primera vez, para el banquete de gala tras el solemne acto de la Misa del Espíritu Santo, en el templo de Los Jerónimos. Posteriormente, para agasajar a los Jefes del Estado en visita oficial, presentación de credenciales, la Pascua Militar y otras recepciones.

En una ocasión, don Juan Carlos lo utilizó en una delicada decisión como Jefe del Estado: fue el 1 de julio de 1976 para destituir a Carlos Arias Navarro, hasta entonces Presidente del Gobierno. Y lo hizo en el Palacio Real como símbolo del poder de la Institución que representaba.

Posiblemente, al utilizar el escenario del Palacio Real, como símbolo de la monarquía, Felipe VI quiso leer su mensaje de Navidad, en estos momentos tan críticos en la vida española.

Pienso que se pasó y fue un error “plantando el sillón en medio del inmenso Salón del Trono, la estancia más lujosa del Palacio Real”, Enric Gonzalez dixit, con toda razón. Y lo hizo bajo ese techo pintado por Tiépolo, paredes tapizadas en rojo de Génova, con orlas estilo rococó de plata dorada bordadas en Nápoles; doce consolas doradas de estilo rococó y otros tantos espejos hechos en Italia y rodeado de estatuas traídas por Velásquez, por encargo de Felipe IV. Todo ello iluminado por gigantescas arañas de la época de Carlos III, realizadas en plata y adornadas con cuentas de cristal de roca tallado y engarzadas en hilos de plata.

Cierto es que el momento tan delicado y trascendental que vive España exige solemnidad, pero no ostentación y lujo. ¿Dónde está el Rey modesto y discreto?

Mejor haberlo hecho, por supuesto en el Palacio Real, pero en la Sala Gasparini ó en el despacho del rey.

Resultaba ridículo verle sentado en medio del gigantesco salón y a pocos metros del trono, que da nombre a la estancia.

Afortunadamente, en esta ocasión, sin la presencia, aunque solo fuera en fotografía, de la consorte y de su hija Leonor. No está la situación para señalar a la heredera, cuando ni él tiene garantizado el cargo a largo plazo. Puede que la cuenta atrás de la monarquía esté a punto de comenzar.

A pesar de todo lo que se ha dicho y escrito, si comparamos este mensaje con el del año pasado, leído en aquel cuarto de estar tan hortera –ni lo de hoy ni lo de ayer-ha perdido 1,5 millones de espectadores. Cierto es que el del año pasado era el primero que pronunciaba y había cierta expectación.

Hoy, a pesar de la situación, mucha menos. ¿Qué podía decir desde su puesto institucional? Lo que dijo. No se salió del guión que le corresponde como Jefe del Estado. Y habló de lo que tenía que hablar: de la unidad entre todos los españoles.

(*) Periodista

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