Mucho empeño han puesto Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en excluir del
debate electoral ‘cara a cara’, que ambos celebrarán este lunes, a
Albert Rivera y Pablo Iglesias, para impedir que el cuarteto político
del futuro Parlamento participe en igualdad de condiciones. Pero Rajoy
le teme a Rivera y Sánchez no quiere volver a encontrarse con Iglesias
en un plató.
En realidad lo que ocurre, como dice el titular de la dura y
excelente película de los hermanos Coen este ‘No es país para viejos’.
Entendida la vejez como vieja política bipartidista y partitocrática que
perderá mucho empaque y poderío en estas elecciones víctima de sus
propios errores y corrupciones y de su ceguera ante el tiempo nuevo que
nos toca vivir.
Los errores y mentiras del ataque y asalto de la embajada de España
en Kabul -Rajoy empezó diciendo que el ataque iba contra una residencia
cercana y que solo había un herido español (sic)- y la dimisión urgente y
a la fuerza del embajador Arístegui en la India, tras conocerse ciertas
artes económicas del diplomático español, han resumido en solo unas
horas lo que ha sido en los últimos años la mala gestión del poder y el
sin fin de casos de corrupción del PP. Los que Rajoy deseará empatar
ante Sánchez con los EREs de Andalucía del PSOE, en un concurso de
reproches y mutuas acusaciones donde los SMS de Rajoy a Bárcenas
ocuparán el centro de la discusión.
Mientras tanto, las últimas encuestas electorales huelen a mano larga
de Moncloa y Ferraz, empeñados como están en el PP en agitar el
fantasma del miedo; y en el PSOE en decir que Sánchez no va tan mal,
como se dice en primeros círculos madrileños del poder donde colocan al
PSOE por detrás de Ciudadanos y al alcance de Podemos.
Por todo ello hay que desconfiar de la cocinas de los sondeos y de
las promesas y los programas electorales porque, una vez sabido que no
habrá mayorías absolutas, esos programas habrá que partirlos por dos o
por tres porque serán necesarios pactos para gobernar. Y aquellos que
entren alcance el poder tendrán que conciliar sus proyectos con quienes
les apoyen o les dejen gobernar.
En cuanto al debate entre Rajoy y Sánchez podemos decir que mucho de
lo que en él se discuta -como en el citado capítulo de la corrupción- es
previsible. Rajoy volverá a hablar de la herencia de Zapatero y de que
evitó el rescate camino de la recuperación actual de la economía y del
empleo; y Sánchez nos hablará del rescate de Bankia, la deuda del 100%,
del empleo de bajos sueldos y temporal. Y algo parecido pasará con las
reformas de la Justicia y Educación, la ‘ley mordaza’ etcétera, un
diálogo de sordos no exento de tensión, aunque llamativo ha sido que
Rajoy haya ha pedido a Sánchez moderación, olvidando que él calificó de
‘patético’ al líder del PSOE en el último debate de la nación.
Está claro que para Sánchez en su condición de aspirante -la misma de
la que disfrutan Rivera e Iglesias, que estarán al acecho del debate
ante las cámaras de televisión-, esta puede ser su última ocasión de
intentar acercarse a la victoria que en principio se le anuncia
inalcanzables y a la vez amarga y escasa para el PP y el propio Rajoy
por las dificultades que tendrá para encontrar un pacto de gobierno.
Y ello siempre y cuando los otros tres partidos de la llamada
‘mayoría del cambio’, que defienden las reformas de la Constitución y de
la ley electoral -en contra de la opinión del PP- no se pongan de
acuerdo para articular un periodo constituyente de dos o tres años, lo
que tampoco habría que descartar.
Nada pues está escrito, ni en los debates ni en las encuestas, para
antes de que se abran las urnas del 20-D. Pero si se puede decir que a
partir de esa fecha en la política española nada volverá a ser igual que
lo fue en los pasados años de la transición. Porque un tiempo nuevo y
mucho más dinámico está al llegar, y el pasado pasará.
En cuanto Rajoy y a Sánchez todo anuncia que uno de los dos y sus
respectivos partidos -PP y PSOE- van a ser objeto de una severa crisis
política y personal. Pero no por perder las elecciones el 20-D porque el
verdadero perdedor será aquel que no logre entrar en el gobierno una
vez acabadas las elecciones y concluidos los pactos para gobernar. Les
quedará siempre la opción de ‘la gran coalición’, pero esa es harina de
otro costal.
(*) Periodista
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