viernes, 11 de diciembre de 2015

El machismo de 'Ciudadanos' / Ramón Cotarelo *

Ya está claro por qué C's se llama Ciudadanos y no Ciudadanas, como también podría: porque es un partido machista dirigido por un machista.

Este petimetre catalán, convencido como estaba de que tenía las elecciones ganadas porque los sondeos le eran muy favorables y su espíritu español le daba mucha ventaja, se ha metido en un charco adormecido por aquellos y empujado por este. Ya se había metido en otros antes, como cuando dijo que los parados debían devolver los salarios percibidos o hace poco cuando ha sugerido eliminar la condición funcionarial a los profesores para dejarlos a merced de los empresarios, como lo está él. Pero este es más profundo, más cenagoso, y puede hundirlo en la ignominia de su demagogia de reaccionario disfrazado.

Su metedura de pata procede de su subconsciente. Los retrógrados, los machistas, no entienden o dicen no entender que la igualdad requiere tratar desigualmente a los desiguales. Su concepción mecanicista de la igualdad es, en el fondo, una argucia para ir contra la igualdad y, por supuesto, contra la justicia; para mantener los privilegios y los abusos. El asunto concreto en el que este mozo ha patinado es el de la mayor pena para la violencia ejercida por el hombre que por la mujer en el contexto de violencia de género. Rivera se reviste de arcángel de la igualdad y pide equiparar las penas y la señora que lo representaba en el debate de TV1 creía hablar como Salomón cuando decía que para un niño es igual ver cómo su padre mata a su madre que como su madre mata a su padre. Los contertulios le dijeron que no entendía el fondo de la cuestión de la violencia machista, pero no es así. Lo entiende perfectamente; igual que lo entiende Rivera. Lo que sucede es que les parece muy bien.

Vamos a ampliar un poco el argumento a modo de explicación. En el fondo, el asunto es un caso concreto de discriminación positiva. Todos los machistas están en contra y argumentan que quebranta el sacrosanto principio de la igualdad ante la ley, el que la señora de la tele y Rivera invocan con gran facundia y lo harán no solo para ir contra la discriminación positiva sino también contra otras medidas de justicia hacia las mujeres, como las cuotas o los cupos. Todas las cipayas católicas de derechas dicen que las mujeres no necesitan cuotas en nuestra sociedad y que las que valen ya triunfan, etc., etc. como si la sociedad hubiera dejado de ser patriarcal y machista y de acumular privilegios para los hombres y dificultades y obstáculos para las mujeres.

La igualdad ante la ley. ¿Cómo puede hablarse de Estado de derecho -dicen- si se consagra la desigualdad ante la ley, aunque sea con supuestas buenas intenciones, como el adelanto de las mujeres? Muy sencillo, igual que se hablaba de Estado de derecho cuando los ordenamientos jurídicos consagraban el sometimiento de las mujeres, su condición de sojuzgadas, menores de edad, incapaces y sometidas a la tutela de los varones. Si los Estados en que la mujer no podía votar (hasta ayer mismo, como quien dice) eran Estados de derecho, estos también. Y no hace falta decir mucho más.

Pero se puede, porque la razón siempre es generosa en la palabra: la discriminación positiva no solo es compatible con el Estado de derecho sino que, precisamente, lo hace realidad porque trata desigualmente a los desiguales: y los compensa por la injusticia padecida hoy y en el pasado. Cuando se dice que las cuotas de mujeres son injustas por desiguales se pasa por alto que siempre ha habido cuotas... a favor de los hombres; en todas partes, siempre y no se llamaban cuotas porque nadie se atrevía a cuestionarlas a pesar de que durante años, siglos y aún hoy, muchas veces eran cuotas del 100%, esto es, con exclusión total de las mujeres como lo estaban de la ciudadanía en la Grecia clásica, en Roma y prácticamente hasta la actualidad.

La discriminación penal de castigar más a los hombres por la violencia machista es de justicia. Es el trato desigual a los desiguales el que garantiza la igualdad. Contraponer a este concepto de igualdad otro mecánico, como hacen Rivera y los de Ciudadanos, solo muestra que, en el fondo, están en contra de la igualdad y a favor del privilegio y las situaciones de abuso patriarcal.

Este neofalangista consiguió salir de los demás charcos mejor o peor. El de ahora es más profundo, más pringoso y más revelador, y la gente ya ha empezado a darse cuenta de que, por debajo, de las apariencias de lustroso y simpático broker está la vieja derecha reaccionaria de siempre.
 
La televisión manda
 
La americanización de la política ha llegado por fin también a España. Lo que los teóricos como Sartori, Manin, etc., vienen anunciando desde hace años, la "videodemocracia", "la democracia de audiencias" está haciéndose realidad en esta apartada región del mundo. Ya lo era antes, con el antiguo formato de campañas a base de mítines, cuando se reservaba la frase contundente del candidato para el momento en que las cámaras grababan a fin de estar en los telediarios. Pero ahora ha cambiado: los líderes no esperan la llegada de las cámaras sino que ocupan los platós de televisión y se prodigan en todo tipo de programas, sea cual sea su contenido con tal de que tengan audiencia.

Los llamados "partidos emergentes" han nacido en los programas de televisión, en las tertulias, las entrevistas, los espacios de locutores con mucho seguimiento. Y ahora, por un efecto de retroalimentación, se ha cerrado el círculo y si antes eran los políticos quienes buscaban las cámaras,  son las cámaras las que buscan a los políticos y estos se han convertido en verdaderos héroes de shows de más o menos repercusión. Aparentemente, la dinámica de la acción política está cambiando y es frecuente encontrar análisis que tratan de dar cuenta de esta evolución según la cual la sociedad mediática hace honor a su nombre.

Porque este amoroso diálogo entre los políticos y los platós forma parte de lo que se ha bautizado ya como infotainment (o infoentretenimiento) pero no se agota en él, ha convertido la política en un espectáculo y un simulacro. Los políticos son actores y las cuestiones, los issues que se debaten están guionizados de forma que, cuando alguno se sale del guión lo despellejan, como ha pasado con el machismo de Rivera (a) Falangito. El despelleje no tiene por qué ser en el propio plató sino que suele producirse luego en las redes sociales, especialmente Twitter, la dominante. Ahí es donde un patinazo, un lapsus, un error, se viraliza y da de nuevo la vuelta al ruedo porque, al viralizarse, los medios convencionales recogen la noticia que retorna a las redes ya con el marchamo de las cabeceras. Un Merry go round permanente.

En principio, no hay nada en contra de esta forma de hacer política y batirse el cobre en las campañas electorales. Estas elecciones del 20 de diciembre son también una buena ocasión para comprobar qué efectos tendrán los cambios. A primera vista se me ocurren cuatro cuestiones que pueden tener interés:

La primera es obvia: el medio determina el mensaje y la asistencia a los programas de mucha audiencia trivializa el discurso y vacía de autoridad la figura de los candidatos que aparecen como gente superficial, cuando no verdaderos botarates. Puede decirse que tanto da siempre que los voten. La cuestión es si la gente vota a  cantamañanas. También parecía que Beppe Grillo en Italia iba a comerse el mundo y luego resultó que no lo votan.

La segunda es el peligro de que los medios, que son empresas privadas con intereses específicos, manipulen el impacto que los políticos y los candidatos tengan obligándolos a adaptar sus discursos a los parámetros ideológicos que alimentan aquellos. Los medios audiovisuales no solo determinan la agenda sino que obligan a ajustar los postulados programáticos al mainstream que ellos mismos han creado y alimentado.

La tercera es la relación entre medios y redes sociales. Estas últimas son verdaderos zocos de militancia política pero, aunque su gran abullición pareciera anunciar otra cosa, su impacto sigue siendo minoritario, como saben todos los que convocan actos a través de las redes a los que habitualmente acude menos del uno por ciento de quienes han comunicado que lo harán mediante un click en el correspondiente botón de "iré".

La última es que la audiencia televisiva no diferencia entre votantes y abstencionistas. El 25 por ciento que habitualmente se abstiene en las elecciones españolas, también mira la televisión. Incluso es posible que sea lo único que haga, mirar la televisión. Ir luego a votar es otro asunto.
 
Echar a estos delincuentes
 
Los amigos de Transversales han publicado un número extraordinario en PDF sobre las próximas elecciones del 20 de diciembre para el que me han pedido un artículo. En su presentación la redacción de la revista advierte de que el contenido es muy variado, como corresponde a la izquierda, que es sumamente plural. Asimismo recuerda que no tienen por qué coincidir con el contenido de las colaboraciones y que, leídas estas, es muy posible que unas autor@s no coincidamos con otr@s. Sin duda. Eso también es bueno. No sé si llevarlo al nivel de excelente advirtiendo de que hasta es posible que todavía otr@s ni siquiera coincidamos con nosotr@s mism@s. 
 
Los tiempos se han acelerado tanto que no es absurdo que alguien cambie de parecer a su ritmo y ya no suscriba lo que escribió ayer. Sobre todo cuando se da rienda suelta al torrente de pasión que aparece en este número de la revista y que, por supuesto, bien venido sea. No sé si interpreto un sentir universal pero sí muy extendido (al menos en los medios en que muevo) al decir que estamos tod@s hart@s de ver, escuchar y aguantar a esta banda de ladrones e imbéciles campando por doquier tras haber hundido el país en todos los sentidos a base de robar, reprimir y excluir. Además de por la serie, el número es extraordinario por su contenido. Enhorabuena al equipo de Transversales.

Pinchando en la imagen o en el enlace se accede al contenido completo del número. En cuanto a mi artículo, lo reproduzco a continuación:

Un sobresueldos y tres mindundis.

Hay unanimidad en los sondeos hasta la fecha: cuatro de los cinco partidos de ámbito estatal (PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos) están empatados más o menos a la altura del 20% de intención de voto. El quinto, la Unidad Popular, de Alberto Garzón, antes IU y antes PCE, pedalea en la cola tratando de rebasar la fatídica barrera del 3%. Los cinco partidos presentan candidatos; ninguno candidata. Las mujeres en las listas, casi todas de escrupulosa “cremallera”, empiezan un escalón más abajo. Eso, para abrir boca.

Del Sobresueldos, nuevo candidato a La Moncloa, es poco lo que cabe decir. Después de 4 años de desgobierno, con el país empobrecido, la gente en el paro o en la emigración, la seguridad social arruinada, el futuro del Estado del bienestar es inexistente. El del Estado de derecho aun peor porque las instituciones no funcionan, la división de poderes no existe, el gobierno prescinde del Parlamento o, si comparece, es para poner en marcha el rodillo y la organización territorial del poder ha quebrado con la secesión catalana. El presidente no ha hecho otra cosa que mentir como un bellaco desde siempre y, lo que no son mentiras, son estupideces dichas con la facundia de quien no calibra el pozo de su propia necedad.

Lo increíble es que un candidato y un partido así todavía tengan alguna intención de voto y que esta sea quizá la mayor, a pesar de que la valoración popular de Rajoy es la más baja de todos los políticos. Es incomprensible que la gente se apreste a votar a alguien de quien no se fía y a quien suspende en valoración sistemáticamente hace cuatro años.
Hay varias razones para explicar esta disonancia cognitiva tan peculiar, pero una de ellas la admiten todos porque es irrefutable: el sobresueldos es un mal gobernante, pero tres de los cuatro posibles relevos no son mucho mejores. Sánchez, Iglesias, Rivera, simplemente no dan la talla en campo alguno. Su reiterada, aburrida, sobreexposición a los medios los ha mostrado en su verdadera naturaleza: tres narcisistas inconsistentes, desesperados por llegar al poder como sea, incluso a riesgo de mostrarse como tres cantamañanas. El cuarto, Garzón, el único que ha sabido guardar cierta compostura en vez de hacer el ridículo por los platós televisivos, el más consistente de ellos, a pesar de ser el más joven, apenas tiene posibilidades reales por aparecer vinculado a IU e incapaz de quitarse de encima la sombra del comunismo

Ahora bien, al tratarse en conjunto de cinco opciones, con dos nuevas escisiones, una en la derecha (PP/C’s) y otra en la izquierda (a la dualidad tradicional PSOE/PCE-IU se suma ahora Podemos), y dada la naturaleza del sistema electoral español lo más seguro es que las cuatro fuerzas principales estén relativamente igualadas, por lo que es probable que, luego del 20 de diciembre sea muy difícil si no imposible, formar algún gobierno en España, salvo en una circunstancia que mencionaremos al final.

En efecto, al darse por primera vez en muchos años una escisión en la derecha, en virtud de la Ley d’Hondt y el tamaño de la mayoría de las circunscripciones, el PP tiene un importante reto de C’s que no lo dejará apuntarse el triunfo. Lo mismo puede decirse de la izquierda, pero agravado por tratarse de tres opciones en lugar de dos. Al final, el único discurso dominante en todos los cuarteles será el del voto útil. El PP se presentará como el voto útil frente a C’s para parar a la izquierda y en esta tanto el PSOE como Podemos lo invocarán para parar a la derecha. 
 
En los dos bandos habrá un montón de votos desperdiciados en aquellas circunscripciones que elijan 6 diputados o menos y que, por cierto, son 35, esto es, casi dos tercios de las circunscripciones totales. Si se introdujera un sistema de segunda vuelta, parte de este estropicio podría arreglarse, pero no es el caso. A ello hay que añadir la tendencia de la izquierda a la izquierda del PSOE a atacar más a este que a la derecha, lo que es verdaderamente irresponsable porque, en definitiva, acabará propiciando el triunfo del PP o del PP y C’s camino de una coalición entre los camisas viejas del franquismo y los flechas nuevos de este neofalangismo de C’s.

Claro que la actividad del PSOE ya desde el comienzo de esta X legislatura ha provocado las críticas con harta razón. Durante los cuatro años de gobierno autoritario, corrupto, antidemocrático, ruinoso, catalanófobo, el PSOE, partido mayoritario de la oposición no ha hecho oposición alguna. Al contrario, a veces ha dado la impresión de estar más con un gobierno de agresión permanente a las clases trabajadoras y populares que con estas. Así que no tiene mucho sentido que ahora se escandalice cuando la otra izquierda lo ataca y lo identifica con el PP.

La disyuntiva es muy significativa y pone de relieve la penosa crisis de la izquierda española: IU es irrelevante y el escaso porcentaje de votos que consiga no servirá para nada más que para debilitar a la otra izquierda. El PSOE pierde el tiempo cuando critica a Podemos (que no es mucho) pues debería concentrar sus dardos en el PP y en Ciudadanos. Pero el caso más grave es el de Podemos: después de haber fagocitado a IU pero sin acabar con ella, se ha empeñado en el sorpasso anguitiano del PSOE para lo que actúa de nuevo como un aliado objetivo del PP. Al final, la rutilante promesa del partido morado, incapaz de diferenciarse del todo de IU solamente servirá para consolidar el gobierno de la derecha otros cuatro años.

Por último, la peor opción de todas pero no inverosímil, según lo que suceda en Cataluña, es un gobierno de coalición del PP, C’s y el PSOE con la excusa de una excepcionalidad o emergencia suscitada por el independentismo que aconseje a estos partidos nacionalistas españoles cerrar filas para salvar la unidad de España frente a la revolución de la República catalana.

Así el país volverá al franquismo que añora un tercio de la población, el baluarte del voto del PP.
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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