Como
estaba previsto, el Parlament de Catalunya aprobó ayer la declaración
de intenciones de independencia y la desconexión del Estado español. Su
contenido, expuesto por Raül Romeva, puede escucharse aquí.
Media hora después, con una celeridad desconocida en tan abúlico
personaje, Rajoy distribuía una foto suya en Twitter firmando el oficio
de remisión al Consejo de Estado, paso previo al recurso de la
declaración independentista ante el Tribunal Constitucional. Es un
proceder muy propio del hombre y su partido, al que Palinuro ya dedicó
un post titulado hacer como que hacen.
Aquí se trataba de mostrar contundencia, decisión, rapidez, como si
Rajoy no fuera Rajoy sino una persona normal, de esas que responden si
les preguntan y procuran apagar los incendios cuando se les declaran en
casa. Inútil faena: a los pocos minutos estaba toda la red tomándose a
chirigota al presidente, cosa comprensible en un presidente que es de
chirigota. Pero también aprovechó para amenazar directamente a Carme
Forcadell, la presidenta del Parlament catalá porque chirigota o no
chirigota, su verdadera naturaleza es esa: amenazar y, si puede,
reprimir. Mañana se tramitará el recurso, pero el señor de los hilillos
y los sobresueldos ya ha ordenado a los magistrados del Constitucional
que recuerden a presidenta de la Cámara la posibilidad de que le caiga
una buena. Una prueba incontrvertible del respeto de la derecha por la
división de poderes.
Por
la tarde Mas pronunció su discurso de investidura. Tanto uno como el
otro discurso estuvieron muy bien; contenidos, pero a la altura del
momento que está viviendo Catalunya. El de Romeva fue una especie de
manifiesto que reflejó los acuerdos a que previamente llegaron Junts pel
Sí y la CUP en materia de políticas concretas y actitud institucional
frente a la legalidad del Estado español. El de Mas, un programa de
gobierno que desgranaba políticas aun más concretas para hacer realidad
las anteriormente enunciadas por Romeva.
Pero
también incluía observaciones y decisiones de vuelo más amplio de las
que quisiera resaltar dos: la primera que, si bien la intención es
avanzar en la hoja de ruta, no está cerrada la puerta a una negociación
con el Estado. Con toda claridad, Mas encaró la posibilidad de celebrar
un referéndum vinculante de autodeterminación. Aunque Palinuro se
felicite de que pueda hacerse realidad su vieja propuesta referendaria,
creo de cortesía elemental que se advierta al gobierno español (y a su
estrecho colaborador en este terreno, el PSOE) de que quizá ya no sea
tiempo ni para el referéndum. El independentismo más decidido quiere
avanzar en dirección de una DUI, si no de derecho, de hecho. Y,
francamente, después de la cerrazón y el desprecio del nacionalismo
español frente a Catalunya, puede que nadie tenga fuerza moral
suficiente para pedir a los independentistas que se esperen, que ahora
sí el Estado va a tratarlos con el respeto que merecen.
La
segunda cuestión y crucial aquí es si Mas consigue o no la investidura
para aplicar el programa. Oficialmente, la CUP sigue negándola y
oficialmente también JxS siguen presentando a Mas como único candidato.
Es una repetición del juego del gallina que hace meses aplicábamos a las
relaciones entre el gobierno central y la generalitat y ahora podemos
transferir con entera justicia a la tensión entre JxS y la CUP. Ignoro
cómo acabará esta vez pero es de esperar que los dos actores tengan muy
presente que es un juego de suma no cero pues los dos pueden perder y
los dos pueden ganar. Siendo la posibilidad de perder solo una y muchas
las de ganar, nadie entendería que eso no sucediera y que la incipiente
República catalana fracasara a la hora de gestionar su primera
victoria.
En
el nacionalismo español hay un enrocamiento tanto más compacto cuanto
que estamos en periodo electoral y todos los partidos esperan sacar
réditos de la cuestión catalana, especialmente los dos dinásticos y el
emergente de ciudadanos. El otro emergente, Podemos, lo tiene más
difícil porque sus reservas izquierdistas, su respeto (a regañadientes)
al derecho a decidir de los catalanes y su propuesta de referéndum
vinculante no tendrán buena acogida en la opinión pública. Siempre he
sostenido que esto es una falacia y que el electorado español es
perfectamente capaz de entender explicaciones complejas, al margen de
los gritos cuartelarios en defensa de la Patria amenazada. Es cosa de
tomarse en serio la pedagogia política. Pudiera hacerla Podemos y hasta
el PSOE pues con ella volvería a sus orígenes, ya que el partido nació
para señalar a la mayoría de la población trabajadora el camino hacia su
emancipación.
En
un gobierno de concentración y salvación nacional entre el PP, C's y el
PSOE como puede que esté fraguándose, el único que tiene mucho que
perder es el último y, por ende, sus votantes y la población en su
conjunto, sometida quizá a otros cuatro años de gobierno devastador de
la derecha bien del PP, bien de C's o de una alianza entre ambos. La
idea de que los socialistas son los únicos que pueden ganar a la derecha
se basa en un juicio erróneo al no ver que eso solo sería posible si el
PSOE fuera capaz de elaborar un discurso propio sobre la planta del
Estado español. Esto es, no subordinado al del PP porque, se pongan como
se pongan, los socialistas jamás ganarán al PP en punto a españolismo
centralista.
Sánchez,
que no parece hombre de muchas luces (y quizá por eso se entienda tan
bien con Rajoy como ya lo hacía Rubalcaba, su mentor) debiera escuchar
menos la voz de su sangre madrileña y algo más la formulación de ayer de
Mas en el Parlament cuando dijo que es preciso elegir entre la
subordinación y la libertad.
Subordinarse
al mandato de esta derecha incompetente, corrupta y responsable de la
ruptura de España es perder la libertad. Y llevar a la perdición a los
votantes.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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