martes, 13 de octubre de 2015

El poder de la erótica / Ángel Montiel

Según finos analistas, Rato empezó a entrar en corrupción cuando, tras abandonar el Gobierno se dio cuenta de que había hecho ricos a sus amigos y él era menos rico que aquellos a los que había favorecido. O sea, que los de su cuadrilla cobraban, en la unidad de medida espinosiana, sueldos de mil obreros mientras él sólo de cien. Y decidió supuestamente ponerse a afanar para igualarlos.

Uno, que es analista menos fino, tiene otra teoría. Podría sintetizarse en que una vez que Rato abandonó la erótica del poder pudo descubrir el poder de la erótica. Cuando esto ocurre a cierta edad, los efectos son demoledores. Lo primero que el individuo en tal situación constata es que su atractivo ya no está en su reflejo físico, ni siquiera en la entrepierna sino unos centímetros a la derecha de la entrepierna, donde se portan las tarjetas black. Unas tarjetas que han de ser recargadas constantemente, porque hay mundos inagotables, las marcas premium son carísimas, el lujo se confunde con la necesidad y las whiskerías están abiertas a todas horas.

Umbral solía decir que él, a las nueve de la mañana, ya estaba duchado, masturbado y con la prensa leída. Esto parece que le proporcionaba juicio y templanza para enfrentarse al mundo, al menos durante las horas laborables. Pero hay que ir más allá e imponer, como medida regeneradora de la vida política, que todos los machos que acceden a un cargo público prometan o juren previamente que han disfrutado alguna vez de la felación. Es una práctica que, descubierta en la fase juvenil, atempera el espíritu de por vida, pero si se da con ella al roce de la edad de oro acarrea graves riesgos para el individuo, que suele incurrir en adicción y en comportamientos compulsivos.

En definitiva, a la política, para que no pase lo que está pasando, hay que ir ya mamado...

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