lunes, 19 de octubre de 2015

Los cigarrales de Toledo / Ramón Cotarelo *

Sí, en un cigarral toledano ha tenido lugar la reunión estratégica convocada por Rajoy para aleccionar a los suyos, a modo de arenga del jefe, en previsión del combate que se avecina. Se ha llevado a los ministros, la dirección nacional del partido, los portavoces de los grupos parlamentarios y los presidentes regionales. Un verdadero estado mayor. El lugar está muy bien elegido. Un cigarral nombre que, supongo, designará una lugar en el que antaño abundaban las cigarras. El canto de las cigarras suele ser monótono y aburrido y muy persistente. 

Es buen acompañamiento, incluso ideológico, para las cavilaciones de Rajoy al comienzo de la precampaña electoral. Es un símbolo del mensaje que siempre lanza: somos seguridad, los de siempre, los normales, los del sentido común, como Dios manda. Y así una y otra vez, y otra. Como las chicharras. Hasta que la idea, convertida en martillo, entre en la cabeza del auditorio como la gota malaya. Una discurso que los medios audiovisuales tienen que repetir hasta la extenuación. Un discurso elemental, condensado en tres sencillos enunciados: 
1) todo lo que hubo antes del gobierno del PP fue ruina y desastre; 2) con las políticas realistas y responsables del PP, el país está remontando, saliendo de la crisis; 3) quienes digan lo contrario mienten y sus propuestas solo conducirían a la catástrofe. A Franco le dio un resultado óptimo durante cuarenta años. Tanto que no le era necesario convocar fastidiosas elecciones.

El discurso del presidente no tiene nada que ver con la realidad pero eso no es importante. No lo hace para entender la realidad o mejorarla, sino para ocultarla, mentir sobre ella, convertirla en otra que él y los suyos se inventan o, plagian del otro lado del Atlántico. No va a salir diciendo que ha arruinado el país, esquilmado el fondo de pensiones, aumentado el déficit, dejado el paro como estaba o peor, empobrecido a la población mientras él y los suyos se apropiaban del común por todos los procedimientos, incluidos la corrupción y el delito. No va a decir que, mientras sostiene que la ley de dependencia no es viable, él mantiene a su padre, dependiente, con cargo al dinero de los contribuyentes. No va a reconocer su responsabilidad en los papeles de Bárcenas y el presunto beneficio personal que obtuvo del asunto. Tampoco va a admitir que la relación entre el PP y la trama Gürtel es simbiótica y ha corrompido las instituciones del país. 

Nada que ver con la realidad real. Todo con una realidad inventada en la cual puede decirse cualquier cosa y arremeter contra los adversarios con la alegría de disponer de un verdadero frente mediático y de no hacerse responsables de nada. La idea es presentar el PP como una empresa seria, sólida, responsable y no un chiringuito montado deprisa y corriendo o un partido hecho a partir de una tertulia televisiva. Grave afrenta a la televisión de la que el PP se sirve en régimen de monopolio en el caso de los medios públicos y de oligopolio en el de los privados. Sobre todo porque el PP es un partido hecho en tertulias televisivas y normalmente monocordes. 

El mensaje de la chicharra es: el PP es un partido en el que se puede confiar. La corrupción no existe, la condición del PP como presunta asociación  de malhechores, tampoco. Nada se mueve. El PP ganará las próximas elecciones de modo holgado, según su propio juicio. Todo seguirá sin moverse y gobernado por un partido cuyas políticas profundamente injustas se orientan a aumentar la tasa de explotación de los trabajadores y el expolio de la ciudadanía, tanto en el orden económico como en el de los derechos y libertades.

Obligado aparte en referencia colateral a Cataluña: nadie va a romper España, la ley se cumplirá y se adoptarán las medidas necesarias al efecto. De dialogar, nada; de negociar, menos. Nación no hay más que una, la española y en esto cuenta con el apoyo entusiasta del otro gran partido dinástico. Quienes en Cataluña proponen esperar a las elecciones de diciembre para ver si hay algo que negociar con España son gentes bien intencionadas pero algo ilusas.
 
 
 
 
La Iglesia está muy presente en la vida pública. La jerarquía se expresa con frecuencia sobre asuntos de interés general y habitualmente en la perspectiva más conservadora y hasta reaccionaria. Monseñor Cañizares se pasea por ahí con una capa de cinco metros de cola roja por si alguien no se había dado cuenta de que es cardenal y aprovecha para enredar y azuzar contra los refugiados. Pregunta si todos ellos son trigo limpio. Puede que no, claro, pero la cizaña ya la pone él. Monseñor Rouco, desde su ático de lujo, seguirá planeando, es de suponer, la re-evangelización de España. 
 
Monseñor Reig, desde Alcalá de Henares elabora doctrina homófoba a base de entender la opción sexual como una patología. Él, que es cura católico y, por tanto, de cosas sexuales solo sabe lo que le haya contado el Espiritu Santo. El cura ese de los Jerónimos, que oficia misas por Franco y anhela una nueva cruzada para salvar a España de la hez habitual. La Iglesia es presencia permanente y los clérigos no paran de opinar sobre lo que les compete y lo que no les compete.

A su vez, las personas públicas civiles, políticos, comunicadores, periodistas, publicistas, son extraordinariamente parcas en su discurso sobre la Iglesia. Reina el silencio de la prudencia, por no decir miedo. Unos no hablan porque no se atreven a suscitar la reacción eclesial y otros, porque no les hace falta. No hablan de su fe sino que la ejercen a la vista pública sin ningún respeto mundano. El ministro del Interior lleva condecorada media docena de vírgenes o sea, de estatuas de la Virgen, es decir, media docena de leños policromados con cargo al erario. 
 
Algunas mujeres del gobierno y el partido, en cuanto pueden, se visten de mantilla y peineta, todas de negro al estilo tradicional de la devoción española. Todos los cargos juran delante de un crucifijo, con una mano sobre los evangelios. Muchas de sus medidas políticas se adoptan invocando poderes milagrosos de diversas vírgenes y santas. Y no se trata solamente de políticos de la derecha. En el PSOE hay chupacirios más beatos que los del PP. Algunos, incluso, son más papistas que el Papa. Sobre todo este, que es medio montonero.

Obviamente, nadie niega a la Iglesia el derecho a predicar y hacerse oír sobre cuanto juzgue conveniente que es todo pues su negociado es la salvación de las almas. Pero ese derecho debe ejercerse en condiciones de igualdad con otras gentes con negociados igualmente encomiables: la asociación de alcohólicos anónimos, los amigos de los animales o la Liga Antidifamación B'nai B'rith, etc. El clero católico recibe un trato privilegiado. La Iglesia en su conjunto, como asociación o sociedad perfecta, según ella misma, es un Estado dentro del Estado y no solo tiene una condición de absoluta inmunidad fiscal sino que recibe transferencias netas de las arcas públicas en miles de millones de euros. Con parte de estos financia sus medios audiovisuales desde los que defiende al gobierno y su partido y ataca sistemáticamente a la oposición. La que sea.

Esta situación tan absurda debe acabarse de modo tajante, aplicando cuando menos la timorata separación entre la Iglesia y el Estado que se prevé en la Constitución. El PSOE, según parece, se compromete a revisar los famosos Acuerdos de 1979, sucesores del Concordato de 1953 y de dudosa constitucionalidad. Debiera denunciarlos sin más y pasar a una ejecución del principio de autofinanciación de la Iglesia, recogido en los Acuerdos pero jamás aplicado. Amén de ello, la Iglesia, como asociación privada que es, por muchas que sean sus peculiaridades, debe atenerse al régimen fiscal ordinario en todos los aspectos, desde el impuesto de sociedades, el IRPF, el IBI, el IVA, todos. Y sin excepciones. Carece de sentido esa que introduce el PSOE de que no paguen el IBI los edificios destinados al culto. ¿Por qué no?

Para ser una sociedad moderna es necesario que los ciudadanos que quieran disponer de los servicios de una iglesia se la paguen de su bolsillo. No del de todos. Asimismo es preciso revisar otra serie larga de abusos y privilegios. Por ejemplo, hay que suprimir el cobro de una entrada en las catedrales y templos importantes, igual que la Iglesia deberá devolver todos aquellos bienes inmuebles que hayan inmatriculado a su nombre sin tener títulos para ello. El PSOE promete aquí una especie de nueva desamortización ya que, según parece, la Iglesia ha inmatriculado más de 4.000 propiedades por este procedimiento. Entre otras, la mezquita de Córdoba que ha pasado a su propiedad por 60 euros

Tomamos nota de estos compromisos del PSOE y recordamos con escepticismo que la ejecutoria de ese partido en materia de relaciones Iglesia-Estado no es brillante. Ni los gobiernos de González ni los de Zapatero amagaron siquiera con cumplir con la aconfesionalidad del Estado. Pusieron un ejemplar de la Constitución junto a los evangelios por si algún rojo quería prometer por lo civil y se dedicaron a mimar al clero. El último gobierno de Zapatero se atrevió a pergeñar un proyecto de ley de libertad religiosa que metió luego en el cajón, asustado cuando los curas fruncieron el ceño. Para contentarlos ese mismo gobierno socialdemócrata incrementó del 0,5 al 0'7% de la cuota de cada cual la cantidad que los contribuyentes católicos pueden aportar a su Iglesia.

A la vista de lo anterior, el crédito de los socialistas en referencia a las relaciones Iglesia/Estado es escaso.

En un asunto me pica la curiosidad. La Iglesia está también muy presente en Cataluña. Incluso más que en el resto del Estado. En Cataluña hay dos monjas muy implicadas en el ámbito público y en el proceso independentista, Teresa Forcades y Lucía Caram. Pero, además, hay mucho clero y jerarquía detrás del independentismo. No solo párrocos vehementes con la estelada sino prelados que ponen los puntos sobre las íes a sus pares españoles cuando a estos se les escapa la fiebre nacionalcatólica en versión imperial. A su vez, los políticos catalanes soslayan todos los temas religiosos, excepción hecha de Unió, claro, que es organización democristiana. Misma prudencia que en España. Sin embargo, la pregunta es obligada: en el caso de una República catalana, ¿qué lugar ocuparía la iglesia católica? ¿Seguiría siendo una organización privilegiada, un Estado dentro del Estado?
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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