El PP comenzó a perder Cataluña el día en que sirvió la cabeza de Aleix Vidal-Quadras, adobada y en bandeja, cual Juan el Bautista, al Herodes Pujol que
ya entonces llevaba quince años construyendo mafia y nacionalismo en
inextricable conjunción. Y la terminó de perder con el último vídeo en
catalán de la campaña electoral reciente, con el cual reconocía que los
nacionalistas llevaban razón y jugaba, una vez más, a contentarlos, a
halagarlos, a tratarlos como al adolescente enrabietado que son.
El PSOE había entregado Cataluña mucho antes, cuando regaló el cinturón obrero y castellanohablante a los señoritos de Boccaccio del PSC, los cuales inmediatamente pusieron sus votos al servicio de la 'construcción nacional de Catalunya' que estos días culmina en la CUP, la agrupación de charnegos de extrema izquierda que van a hacer posible la operación separatista. A partir de ese momento los niños dejaron de llamarse Manuel, Antonio o Roberto, para catalanizarse obligatoriamente si querías que tuvieran futuro. Lo que ambos le ofrendaron a la xenofobia organizada fue nada menos que los argumentos. Sobre todo, el esencial, el lingüístico, el de que la lengua de los catalanes de hoy es el catalán.
Uno de los componentes del fascismo fue siempre la melancolía por lo perdido, la recreación de un pasado mítico que sólo puede recuperarse torciendo la Historia y mintiendo sobre el presente. La Cataluña 'nazionalista' se sueña y se quiere monolingüe, lo cual no es cierto desde que una dinastía castellana comenzó a reinar en Aragón a principios del siglo XV. Han pasado seiscientos años, y hoy la sociolingüística (y un paseo por Barcelona) nos aporta verdades irrebatibles: el catalán es lengua materna de menos del 40% de los catalanes; el 54% tiene como lengua materna el español; y el resto tienen otras lenguas como maternas.
El PSOE había entregado Cataluña mucho antes, cuando regaló el cinturón obrero y castellanohablante a los señoritos de Boccaccio del PSC, los cuales inmediatamente pusieron sus votos al servicio de la 'construcción nacional de Catalunya' que estos días culmina en la CUP, la agrupación de charnegos de extrema izquierda que van a hacer posible la operación separatista. A partir de ese momento los niños dejaron de llamarse Manuel, Antonio o Roberto, para catalanizarse obligatoriamente si querías que tuvieran futuro. Lo que ambos le ofrendaron a la xenofobia organizada fue nada menos que los argumentos. Sobre todo, el esencial, el lingüístico, el de que la lengua de los catalanes de hoy es el catalán.
Uno de los componentes del fascismo fue siempre la melancolía por lo perdido, la recreación de un pasado mítico que sólo puede recuperarse torciendo la Historia y mintiendo sobre el presente. La Cataluña 'nazionalista' se sueña y se quiere monolingüe, lo cual no es cierto desde que una dinastía castellana comenzó a reinar en Aragón a principios del siglo XV. Han pasado seiscientos años, y hoy la sociolingüística (y un paseo por Barcelona) nos aporta verdades irrebatibles: el catalán es lengua materna de menos del 40% de los catalanes; el 54% tiene como lengua materna el español; y el resto tienen otras lenguas como maternas.
Y no se olvide que las lenguas
maternas son imposibles de imponer. Por eso, dirigirse a los catalanes
sólo en catalán es falsear la realidad, aceptar la mentira melancólica
sobre la que han construido un sistema de castas ejercido desde los
apellidos (repasen la lista de Junts pel Si)
y la sangre, y, por tanto, asumir sus falacias. Contra ellas sólo han
ofrecido miedo, catástrofes. Un vídeo dirigido a los catalanes debe ser
rodado en ambas lenguas, porque ambas lenguas son hoy las lenguas
catalanas. Y en ambas lenguas deberían estar los carteles, los topónimos
y, por supuesto, las aulas. En las dos. Si hubiera Estado.
(*) Profesor de Enseñanza Secundaria
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