jueves, 8 de octubre de 2015

El yo divido / Ramón Cotarelo *

¡Ah, la izquierda verdadera, la izquierda transformadora, la verdadera izquierda, que todos estos nombres se da a sí misma la izquierda que se quiere a la izquierda del PSOE! ¿Qué idéntica a sí misma es! Tanto que, según se reconoce como izquierda, se escinde y así vive, de la energía que libera la fisión del núcleo del átomo. Que a eso aboca el yo dividido descubierto hace mucho por la antipsiquiatría. La izquierda tiene el yo dividido, es desunión esencial y enfrentamiento. Por eso es izquierda.

Y por eso también el principio de unidad aparece como mandato último de su libro santo, el Manifiesto Comunista. "¡Proletarios del mundo, uníos!" Es el grito de guerra más sostenido y fracasado de la historia. El proletariado no se ha unido jamás y las fuerzas políticas que lo han representado tampoco, salvo escasos y brevísimos episodios aquí o allí. Cada vez que la izquierda ha postulado la unidad lo ha hecho para justificar una nueva escisión. La izquierda debe de ser el único ámbito en el que alguien se separa al grito de "unidad".

En España, según costumbre, IU nació en 1986 con esa visión unitaria. El PCE aglutinaba a todas las fuerzas políticas de la izquierda que habían estado en contra de la OTAN y daba forma a un ente algo amorfo pero dirigido desde el núcleo comunista que llamó así IU, unida. La manía de la unión. Esa IU aspiraba a superar al PSOE como la fuerza hegemónica de la izquierda y no lo consiguió jamás ni por asomo.  Así cristalizó una opción política de origen comunista con una escasísima representación parlamentaria, casi irrelevante, que vegetaba sin hacer realidad su histórico deseo de sorpasso.

De pronto iluminó el horizonte de la resignación la llamarada de Podemos. Esta organización neocomunista reverdecía la promesa del sorpasso, aunque con una condición lógica: la de no parecerse a los tristes de IU, que llevaban años fracasando. Por eso Iglesias, que tiene un verbo sentimental e intuitivo, decía que su partido no sería tabla de salvación de nadie y llamaba a los de IU pitufos, siendo especialmente cruel con el bueno de Garzón. No lo llamaba momia y senil porque el de IU es más joven que él. Pero se le veía en el gesto. Curiosamente no calificaba así a Anguita, a quien bien pudiera, porque, por razones complicadas, el cordobés seguía teniendo peso e influencia él personalmente en la gente de Podemos. Y este fue el origen de la dislocación de esta organización, de la fisión nuclear: romper con IU, arrastrarla por el lodo, pero considerar un referente a Anguita, un comunista de catón que vive en los tiempos de la IIIª Internacional.

Podemos fue el producto contingente y transitorio de una conjunción casual: las elecciones europeas de 2014, la crisis económica, la crisis de liderazgo del PSOE y la atonía de IU. Su esencia era la del huracán: transformar el sistema de la Restauración de raíz en un movimiento social universal e imparable. Mientras esa opción fue posible, el élan vital de Podemos era arrebatador. En unas elecciones en enero de 2015, hubiera arrasado con el 30 por ciento del voto o más. No hubo elecciones generales, pero sí andaluzas, municipales y catalanas y, a la vuelta de ellas, Podemos descubrió que su puesto viene siendo un triste cuarto lugar en la jerarquía de partidos, un acomodo a una realidad continuista y una renuncia a sus anhelos, los flamígeros y hasta los templados.

La cura de amarga realidad de las tres consultas, sobre todo de la catalana, en la que Podemos no solo no ha sumado votos a los resultados de EU sino que los ha restado, ha hecho que IU haya retomado aliento y plantado cara a las exigencias hegemónicas del socio putativo. El yo sigue tan dividido como al comienzo. Cuando Garzón e IU acusan a Podemos de ruptura unilateral, en el fondo, le están haciendo un favor porque eso es precisamente lo que estos quieren: proyectar la imagen de que están dispuestos a lo que sea, hasta a medidas unilaterales y arbitrarias con tal de que no se les confunda con IU y con el comunismo, porque ellos lo que quieren es ganar las elecciones. Justo esa es la base de la acusación de Garzón. A su juicio, Podemos se ha convertido en una máquina para ganar las elecciones. El hombre es casi tan simple como Rajoy. No parece si no que él prefiera una máquina para perderlas.

Estos dos personajes, incapaces de mirarse a la cara y de resolver la esquizofrenia de su yo dividido, se enfrentan al PSOE por arriba y son hostigados, acosados, por abajo por una miríada de organizaciones personalistas, animadas por dioses menores que también quieren brillar en la fragmentada constelación de la izquierda. A esta le sucede lo que suele pasar con el ejército español: que tiene más generales que soldados. Y así no hay modo de ganar una guerra. Ni unas elecciones.

Comprendo que irrita mucho, a mí en primer lugar, pero pido que cada cual se ponga la mano sobre el corazón y se pregunte qué se puede votar aquí para echar a la derecha neofranquista. 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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