Primeras consecuencias de las elecciones del 27 de septiembre que
desbaratan los análisis de los resultados de los partidos españoles. La
carta abierta de Podemos, las autocríticas de IU, el triunfalismo de
C's, la renovada trifulca en el PSC y el frenesí propagandístico del
PP, cometen el mismo error: dan por cerrado el episodio catalán y se
concentran en las generales de diciembre, como si fuera un camino
marcado y un panorama diáfano. Falso: el periodo hasta las legislativas
promete ser muy agitado y tumultuoso precisamente a causa de las
elecciones catalanas. Casi parece mentira que sigan sin verlo.
La
conferencia política de la CUP, cuyos diez diputados son decisivos para
la investidura del presidente independentista, ha levantado máxima
expectación. Los cupaires que quizá tengan que tragar al final a Mas si
l@s de Junts pel sí se obstinan en que es imprescindible, juegan
con habilidad sus bazas. Proponen decisiones concretas, antes de la
investidura, que crearán hechos consumados para quien ocupe
eventualmente la presidencia de la Generalitat. Esas medidas son
decisivas a la hora de calibrar el grado de enfrentamiento entre
Cataluña y España: muy alto.
El partido movimiento propone no acatar el
Tribunal Constitucional y, en consecuencia, no obedecer sus decisiones.
Justo el supuesto para el que se ha aprobado una reforma de la Ley de
dicho Tribunal. Curso de confrontación desde el primer momento.
Igualmente, la CUP propone no aplicar la LOMCE, esto es, la Ley de Wert,
un bodrio que tampoco quieren aplicar otras Comunidades Autónomas del
PP y, por supuesto, ignorar olímpicamente la Ley Mordaza. Una
panoplia de incumplimientos que apuntan a un estado de desobediencia
generalizada. Para coronarla, la CUP pide que el Parlamento elegido el
27 de septiembre sea constituyente y lleve el camino de la construcción
de la república catalana. Este es el aperitivo. La revolución. Luego, se
hablará de nombres.
Mas, el presidente en funciones y el principal nombre aquí en juego, ya anuncia que, en los próximos días, presentará una declaración de intenciones independentista en el Parlament.
Es un audaz intento de mantenerse en su pretensión a base de propugnar y
poner en práctica medidas conducentes a la independencia. De este modo,
Mas quiere pasar de presidente en funciones a presidente in péctore. Y la CUP tendrá difícil aferrarse a su negativa del principio.
En
estas circunstancias, con una revolución nacional en marcha, resulta
por lo menos ingenuo pensar en que quepa planificar las elecciones
generales de diciembre de este año cuando no es así. No sabemos cómo
reaccionará el Estado frente a alguna de las medidas, como la de
convertir un Parlamento ordinario en uno constituyente en un proceso
descaradamente ultra vires que, de un modo u otro, vendrá apoyado
por una mayoría absoluta de diputados. ¿Qué cabe hacer cuando, como en
el Juego de la Pelota, los Estados Generales ordinarios se autoproclaman
Asamblea Nacional constituyente? Lo esperable será una anulación de la
medida a cargo del Tribunal Constitucional cuya autoridad no es
reconocida. Lo que venga después, es imprevisible.
A
tal crisis profunda ha llevado el país la fabulosa incompetencia de
Rajoy. La indiferencia de los españoles ante el poder político les
impide ver que, cuando este se confía a alguien inapropiado para
ejercerlo, las consecuencias tienen infinidad de ramificaciones, pero
todas desastrosas. El gobierno neofranquista es incapaz de imponer el
lema de la dictadura: una, grande, libre y se encuentra en la desagradable situación de negociar la ruptura que él mismo ha propiciado por su carácter autoritario.
Rajoy ha sido la mayor fábrica de independentistas de la historia.
Rajoy ha sido la mayor fábrica de independentistas de la historia.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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