El problema no es Ruano. Ruano es un señor que
pasaba por allí. Ruano ha sonado en todas las quinielas para todos los
cargos, y al final le han dado éste, que encima es de los de
consolación. Ruano es un bendito.
El problema es el propio Consejo Social de la Universidad. Un
organismo que se constituye por democracia orgánica (familia, municipio y
sindicato) y que bajo pretexto de “abrir la Universidad a la sociedad” a
lo que contribuye en realidad es a empotrar en la institución a
delegados de los aparatos políticos y sociales del estamento organizado,
que se dota así de nuevas canonjías. El presidente del Consejo (el
actual, los de antes y los que vengan) es elegido a dedo por el
Gobierno, y a éste reporta en exclusiva. Y la estructura interna está
diseñada para que la proporción mayoritaria corresponda a quien ha de
corresponder.
Ruano ha tenido, eso sí, la deferencia de explicarnos, sin
pretenderlo mucho, cómo funciona la cosa. Funciona por teléfono. Cuando
el Consejo ha de pronunciarse sobre algún asunto importante, el
presidente recaba, vía smarphone, la opinión de algunos de sus
integrantes, que ya conoce de antemano, pues cada cual representa lo que
representa. ¿Para qué reunirse a conocer exposiciones o a debatirlas, a
manejar algún informe o para solicitar algún criterio cualificado
externo? ¿O aunque sólo fuera por ofrecer señales de formalidad? Serían
pérdidas de tiempo, pues ya se sabe de qué va cada palo. En Murcia hasta
la ciencia se somete a las opiniones. Sobre todo a las de ‘sí, porque
sí’ o ‘no, porque no’.
El Consejo Social de la Universidad es un lastre adherido a la
institución que viene a reproducir en ésta los más viciados mecanismos
de los usos políticos. Y sin utilidad social alguna más que a efectos
del currículo de los designados para integrarlo. ¿Pasaría algo si
desapareciera?
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