miércoles, 14 de octubre de 2015

Un Consejo por móvil / Ángel Montiel

El problema no es Ruano. Ruano es un señor que pasaba por allí. Ruano ha sonado en todas las quinielas para todos los cargos, y al final le han dado éste, que encima es de los de consolación. Ruano es un bendito.

El problema es el propio Consejo Social de la Universidad. Un organismo que se constituye por democracia orgánica (familia, municipio y sindicato) y que bajo pretexto de “abrir la Universidad a la sociedad” a lo que contribuye en realidad es a empotrar en la institución a delegados de los aparatos políticos y sociales del estamento organizado, que se dota así de nuevas canonjías. El presidente del Consejo (el actual, los de antes y los que vengan) es elegido a dedo por el Gobierno, y a éste reporta en exclusiva. Y la estructura interna está diseñada para que la proporción mayoritaria corresponda a quien ha de corresponder.

Ruano ha tenido, eso sí, la deferencia de explicarnos, sin pretenderlo mucho, cómo funciona la cosa. Funciona por teléfono. Cuando el Consejo ha de pronunciarse sobre algún asunto importante, el presidente recaba, vía smarphone, la opinión de algunos de sus integrantes, que ya conoce de antemano, pues cada cual representa lo que representa. ¿Para qué reunirse a conocer exposiciones o a debatirlas, a manejar algún informe o para solicitar algún criterio cualificado externo? ¿O aunque sólo fuera por ofrecer señales de formalidad? Serían pérdidas de tiempo, pues ya se sabe de qué va cada palo. En Murcia hasta la ciencia se somete a las opiniones. Sobre todo a las de ‘sí, porque sí’ o ‘no, porque no’.

El Consejo Social de la Universidad es un lastre adherido a la institución que viene a reproducir en ésta los más viciados mecanismos de los usos políticos. Y sin utilidad social alguna más que a efectos del currículo de los designados para integrarlo. ¿Pasaría algo si desapareciera?


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