lunes, 5 de octubre de 2015

Duelo de titanes / Ramón Cotarelo *

A veces la política se hace literatura, fábula, mitología. Ahí están los estrategas del PSOE dando forma a la campaña electoral en lo que el periódico llama duelo entre Sánchez y Rajoy, ignoro si por inspiración propia o ajena. La campaña concebida como un enfrentamiento entre los dos líderes de los dos partidos dinásticos. El término duelo en su faceta de reto, ha perdido mucha mordiente. En el siglo XIX, los duelos se resolvían en el campo del honor, con arma blanca o de fuego y a primera sangre o a muerte. Así murió mucha gente, entre ella Puchkin, Lermontov y Ferdinand Lassalle, el rival de Marx en el corazón de la clase obrera. Los motivos, normalmente puntos de honor. Quizá sea por la desaparición de este, del honor, por lo que hoy puede hablarse de duelo cuando se trata de una competición electoral.

Rajoy y Sánchez son los dirigentes de las dos fuerzas más numerosas y de los que la población está esperando un encuentro, un debate, un cara a cara en el campo del honor de hoy que es la TV y el ámbito mediático. Se ven como dos titanes en lucha por la supremacía. Solo que aquí de nada valen la fuerza o la habilidad con la espada o la pistola. Lo que cuenta es la fotogenia y el saber estar en pantalla en medio de los debates. Es preciso dar imagen de solidez de principios y flexibilidad, al mismo tiempo; de ingenio y de rigor. A Rajoy lo tiene la audiencia muy visto y oído y es poco probable que cambie en esta campaña cuando, además, presenta como acierto y conquista precisamente eso, no hacer nada y esperar que los problemas desaparezcan por sí solos y poco a poco. Sánchez está por probar y, a juzgar por lo visto hasta ahora, su mayor peligro es la sobreactuación, el deseo casi infantil, de estar en todas partes al mismo tiempo.

Rajoy está tan preparado para las exigencias del mundo mediático como para escalar el Everest. La gente además, lo ha calado desde el principio y así se explica esa bajísima puntuación que obtiene siempre en la estima popular. Su prestigio es tan inexistente como su crédito. Nadie cree una palabra de lo que dice. Incluso una corriente de opinión sostiene que cabe una contracreencia basada en la idea de que la verdad es siempre lo contrario de lo que Rajoy defiende. Basta con ver el trato que recibe en las redes, que son el foro contemporáneo.

Se relación con la realidad mediática es compleja. Rajoy es un político de corto vuelo y recorrido, acostumbrado a los ámbitos reducidos, los amigos del casino y poco más. El gobierno, la administración de un país, es algo muy distinto del de una diputación provincial, que es el modelo al que se ajusta su comportamiento. Tiene terror a las comparecencias públicas y verdadero pánico a responder a preguntas no pactadas previamente. No se fía de sí mismo. Y hace bien. Sus colaboradores tampoco se fían de él, así que le dan por escrito todas sus intervenciones en un tipo de caja muy alto y le ordenan que no se salga de ahí y, por el amor del cielo, que no improvise. Porque, cuando lo hace, lo estropea todo a fuerza de sinsorgadas.

El titán Sánchez tiene mucho mejor imagen mediática y una gama de recursos más amplia que la de su engolado rival. Además, sabe hablar, cosa que a Rajoy le genera grandes dificultades, y tiene puntos débiles que castigar del adversario, como es la corrupción. Pero esa amplia superioridad mediática es meramente verbal. En los asuntos de contenido es donde la inseguridad se hace más patente y Sánchez está especialmente obligado a convencer a la gente de que hay diferencias sustantivas entre las posiciones de ambos titanes: uno roba y el otro, no.
Detrás de los titanes, los titanes menores o titancillos, los dirigentes de los partidos emergentes que, a su vez, no querrán quedarse ninguneados en un terreno secundario, como el de los criados o confidentes del teatro clásico en relación con los protagonistas. Ellos no son meras comparsas sino actores de primera categoría. Y así lo recordarán continuamente para pedir igualdad de trato con los dos partidos dinásticos. Los dos titancillos son Rivera e Iglesias, cada uno de ellos con un ego narcisista bastante fuerte que los llevará a pedir confrontaciones televisadas con los dos titanes todos los días. Es poco probable que se den porque los otros dos son muy celosos de sus privilegios, amparados en la normativa vigente, que distribuye los tiempos televisivos según los datos de las pasadas elecciones, pero reclamar siempre genera ruido mediático.

Hubo un tiempo en que los de Podemos se permitían ignorar al PSOE, asegurando que su rival era el PP y dando a los socialdemócratas por "sobrepasados" con la misma ingenuidad con que vendieron otras pieles de oso antes de matarlos. Esos momentos de gloria han pasado. Los titanes son los de siempre y los recién llegados bastante tienen con que los medios no den en la flor de considerarlos frikies, que bien pudieran y no desbarraran gran cosa. La adicción a la TV que muestran ambos, Iglesias y Rivera, dispuestos a asomarse al programa que sea, incluso a cursiladas inenarrables, como la de Ana Rosa Quintana, ha quemado la poca imagen que pudieran tener de gente de ideas, propuestas y capacidad de liderazgo para cambiarla por la de sendos chisgarabises. Y el segundo no ha hecho el espantoso ridículo que el primero en Cataluña. Pero los dos han de controlar sus pulsiones más histriónicas si no quieren acabar como segundo plato del duelo de titanes: el de los dos gallos en corral ajeno.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

No hay comentarios: