lunes, 7 de septiembre de 2015

Llega la equidistancia / Ramón Cotarelo *

Acabo de leer un interesante artículo de Jordi Évole en El Periódico de Catalunya titulado Trampas. Es un escrito ponderado, conciso y claro que expone un punto de vista muy digno de tenerse en cuenta. El título se refiere a las trampas que hacen los dos bandos hoy enfrentados en la cuestión nacional, el nacionalismo español y el nacionalismo catalán. Unos y otros, dice Évole, hacen trampas.

Desde luego. La política no es un lance según las reglas de la moral caballeresca, en la que las trampas están prohibidas. Antes al contrario, en el enfrentamiento schmittiano entre amigo/enemigo, las trampas son frecuentes. La cuestión no es si hay maniobras, juego sucio, golpes bajos; la cuestión es qué actitud adoptamos frente a ellos. Únicamente los fanáticos y sectarios sostendrán que los "suyos" no hacen trampas sino solo los otros, los adversarios, los enemigos. El resto de los mortales sabemos que tan trampas son las de los unos como las de los otros. Se abre aquí, en esta oportuna observación, la vía para optar a la actitud de la neutralidad o la equidistancia en un conflicto. Pero, aun suponiendo que haya equidistancia sincera en los conflictos políticos, que suelen ser morales, esta deberá tener en cuenta la diferencia que pueda haber en cuanto a la naturaleza y el impacto de las trampas.

Évole cita las más obvias a que recurre el nacionalismo español y las del nacionalismo catalán y matiza que son de dimensiones distintas. Sí, en efecto, muy distintas. Completamente desproporcionadas. El nacionalismo español cuenta con el gobierno, con sus aparatos represivos (policía, tribunales, fuerzas armadas) y sus aparatos ideológicos, (medios de comunicación y sistema educativo, clero católico); cuenta asimismo con los poderes fácticos de la empresa y la banca y con la complicidad del ámbito internacional, que es interestatal. Su poder es inmenso y las trampas a su alcance mucho mayores de lo que pueda soñar el nacionalismo catalán. No hay ni color. Equiparar en competencia tramposa el gobierno de La Moncloa y el de la Generalitat es igualar una chinche con un hipopótamo. Más claro y sin tapujos: Rajoy puede meter en la cárcel a Mas (y de hecho, parece estar intentándolo) y Mas a Rajoy, no. Es lo que se llama asimetría y, en términos más humanos, desigualdad de oportunidades. Ser equidistante entre desiguales tiene sus problemillas. 

Además de calibrar el empaque de las respectivas trampas es obligado averiguar qué reacciones suscitan en ambos campos. No es frecuente que los nacionalistas españoles critiquen las trampas que se hacen en su nombre. A veces, si son muy disparatadas, casi dictatoriales, como esa reforma de la ley del Tribunal Constitucional, se elevan voces de protesta. Pocas y esporádicas. La crítica a las trampas del nacionalismo catalán desde sus propias filas son, en cambio, más frecuentes. El mismo Évole es muestra de ello, pues si bien no está claro si es o no partidario de la independencia, sí se declara a favor del derecho a decidir y en forma de un referéndum. Y critica las trampas de la Generalitat, dando carta de naturaleza de este modo a una especie de equidistancia.

Una trampa es obvia, en línea también con la que señala El País de ayer en un insólito editorial en contra de Mas, denunciando que este no diferencia entre sus funciones institucionales y las partidistas, ideológicas, independentistas. Pero eso es exactamente lo que sucede con todos los gobiernos en España, lo que sucede con Rajoy desde el primer momento de su mandato. ¿Por qué es vituperable en Mas lo que no lo es en Rajoy?

La trampa mayor, a juicio de Évole, lo que más le preocupa, es el empeño en convertir unas elecciones autonómicas ordinarias en un plebiscito. Y no le falta razón al decir que la mecánica electoral, admitiendo matices, no es la plebiscitaria, que no los admite. Los independentistas han convertido unas elecciones ordinarias en un plebiscito y con ello restan libertad a la gente, libertad de elección. O sea, libertad a secas. Lo que corresponde ahora es averiguar por qué y si lo han conseguido.

El porqué. Los nacionalistas llevan años pidiendo un referéndum de autodeterminación. Referéndum que se les ha negado siempre con un aluvión de consideraciones de todo tipo que, al final, han  ido disipándose como las brumas del amanecer después del referéndum escocés, quedando reducidas a la muy somera de que los catalanes no pueden hacer un referéndum porque no. Hicieron entonces la consulta del 9N, dándole ese nombre porque el de referéndum lo tenían prohibido. Finalmente, dan en llamar elecciones plebiscitarias a las del 27 de septiembre. Y es así porque no les dejan hacer un referéndum. Con todo, queda claro que la condición de "plebiscitarias" viene dada porque el referéndum, al que todos los partidarios del "derecho a decidir" aspiran, es imposible. Los gobiernos de Madrid nunca lo permitirán. 

El efecto. Llamar elecciones "plebiscitarias" a las del 27 de septiembre no significa que lo sean de derecho. Ni lo pretenden. Es un punto de vista, una opción del bloque del sí a la independencia que tampoco se presenta unido ya que tiene dos candidaturas. En función de esta interpretación perfectamente subjetiva, el bloque del sí considera que la elección es plebiscitaria porque todo lo que no sea "sí" lo contará como "no". Pero esto es un juicio, una opinión, un criterio. Las demás opciones que no son el bloque del sí no se consideran a su vez como un bloque. El PP, Ciudadanos, el PSC y Catalunya sí que es pot, comparten algunos aspectos pero menos de los que los separan y, de hecho, parecen ir a las elecciones cada uno por su cuenta. En esa medida, estas elecciones no serán plebiscitarias puesto que se votarán matices. 

Justamente esa es la base de la crítica de Évole. ¿Cómo van a ser plebiscitarias si lo que cuentan son los escaños? Por supuesto, los escaños y los votos, como en todas las elecciones. Y ello obligará a llegar a algún tipo de pronunciamiento sobre qué porcentajes de unos y otros legitiman una DUI. En tanto no tengamos las cantidades no es muy útil regatear porcentajes.

Pero sí se puede ir a la cuestión de fondo sobre si es admisible leer en clave plebiscitaria (en realidad, de referéndum) el resultado de unas elecciones autonómicas ordinarias. Si la respuesta es "no", nos podemos encontrar con la paradoja de una mayoría parlamentaria de partidos independentistas pero que no pueden implementar sus programas y que, en consecuencia, no sirven para nada. Porque, en caso de que los hicieran servir, tendrían que poner en marcha un proceso constituyente y, en consecuencia, cambiar retrospectivamente la naturaleza de las elecciones autonómicas ordinarias.

Pero eso ya pasó una vez en la historia reciente. La Constitución de 1978 fue elaborada por unas Cortes que no se habían elegido como constituyentes sino como Cortes ordinarias mertamorfoseadas luego en constituyentes. Algo similar a lo que planea hacer el Parlament si cuenta con mayoría independentista. 

En un conflicto tan desigual, tan desproporcional, la equidistancia entre una gente que quiere votar y decidir su futuro y otra que no le deja no es justa.
 
La desgracia de España
 
Es un triste sino que en el momento probablemente más grave de su historia reciente, a las puertas de un crisis que puede acabar con su existencia, España esté gobernada por un tipo suma de todos los vicios y defectos personales de los seres humanos y de los gobernantes españoles de la peor especie; un tipo mendaz, intelectualmente nulo, desconfiado, sin escrúpulos, corrupto, fanfarrón, embustero, falso, ignorante y rencoroso.


Su tarea ha sido destrozar el país que recibió, aniquilar su Estado del bienestar, destrozar la sanidad y la educación pública, desmantelar los derechos de los trabajadores para que aumente la tasa de beneficio del capital, paralizar la administración, descapitalizar y destruir los servicios públicos para privatizarlos después, dejar desasistida a la población dependiente, enviar a los jóvenes a la emigración, saquear la hucha de las pensiones y dejar a los jubilados actuales o próximos sin futuro.

Y todo ello mientras tanto él como sus compadres de partido se han enriquecido cobrando sobresueldos o saqueando las arcas públicas durante años a través de una serie de delitos, desde la apropiación indebida a la malversación de caudales públicos, falsedades y todo tipo de latrocinios en el reinado de la corrupción. Un gobierno y un partido repletos de enchufados, corruptos y presuntos delincuentes, muchos de los cuales, pero no todos ni como debieran, están desfilando por los juzgados. 

En numerosas ocasiones de su triste historia España ha estado gobernada por estúpidos, incompetentes y ladrones. Pero no me parece que jamás se haya dado una confluencia como la actual, con una asociación de presuntos malhechores dotados de un poder ilimitado, producto de su mayoría parlamentaria absoluta. Un gobierno protegido además por una batería de medios públicos y privados, todos ellos a su incondicional servicio y repletos de comunicadores pagados con dineros públicos para mentir, provocar, falsear y distorsionar sistemáticamente la realidad.

La esperanza de estos sinvergüenzas, heredada de la época dorada de la dictadura, que es el régimen que añoran, es que, al haber controlado todos los medios de comunicación y no tener reparos a la hora de adoptar leyes represivas y autoritarias que impidan la crítica, la protesta, la libertad de expresión cuenten con impunidad y puedan salirse con la suya. La idea es presentar una realidad falsa y como recuperación del país lo que no es otra cosa que su hundimiento.

Cuentan con la inestimable ayuda de una oposición mayoritaria, socialista que, más que oponerse, coadyuva al desastre porque por omisión, dejadez o incompetencia, no es capaz no ya de controlar los desmanes de este gobierno franquista sino de elevar la voz crítica. Una oposición que, en el fondo, es cómplice, que lo fue con Rubalcaba y lo es en mucha mayor medida con este Sánchez, incapaz de presentar una moción de censura a un gobierno que ha destruido el país y que, en el colmo del dislate, se apresta a aprobar los presupuestos del Estado prácticamente sin debate para que le dé tiempo a convocar elecciones en las vacaciones de Navidad y eso si las convoca. 

Porque si el gobierno es una vergüenza según todas los usos del Estado democrático de derecho, la oposición del PSOE no le va en zaga.

Y justo en el instante en que un movimiento independentista fuerte como jamás ha cuajado en Cataluña, bajo la dirección de unos partidos y grupos que han tenido la sabiduría y la decisión de aunar esfuerzos para desvincularse de este Estado español, incapaz de modernizarse, hacer frente a la crisis y sobrevivir por estar administrado, como siempre, por una banda de incompetentes y presuntos ladrones.

El movimiento independentista catalán es la única manifestación libre de sentir popular que este gobierno inenarrable no puede controlar. Es la opción democrática viva en el Estado español, la única que la banda de presuntos chorizos con el sobresueldos a la cabeza no puede sofocar ni ocultar. La única que se mantiene digna frente a las maniobras y engañifas no solo de las fuerzas del gobierno y su partido sino también del conjunto de la oposición, socialistas, comunistas y neocomunistas, que forman vergonzante causa común con aquel para mantener el país en un estado de sojuzgamiento que no tiene perdón.

Por eso merece ganar.
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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