Las cifras del mercado de trabajo del mes de agosto han causado un no
disimulado gesto de contrariedad en medios oficiales. El discurso
invariablemente triunfal que viene repiqueteando desde las instancias
gubernamentales, con aire inequívoco de tinte electoral, para tratar de
reivindicar los méritos de la gestión económica con la humana pretensión
de prolongarla por cuatro años más, ha tenido que doblegarse ante la
contundencia de las cifras de paro y afiliación a la Seguridad Social,
ambas deslizándose en la dirección no deseada. Es decir, aumento del
paro y descenso de los afiliados a la Seguridad Social, estadística esta
última que suele identificarse (no sin cierta inexactitud en los
términos) con la creación o destrucción de empleo.
Lo cierto es que el paro aumentó en agosto (mes tradicional de subida
del desempleo registrado por el organismo público dependiente del
Ministerio de Empleo y Seguridad Social) y el número de afiliados
cotizantes al organismo previsor ha descendido en poco más de 134.000,
la peor cifra (por escaso margen) de un mes de agosto en los tres
últimos años. Si la economía está creciendo realmente a ritmo del 3,1%,
como diagnostican las estadísticas oficiales, el descenso del número de
afiliados a la Seguridad Social durante el mes de agosto se antoja
excesivo.
Hay algo que no encaja y, a la postre, resulta necesario revisar las
ínfulas triunfalistas que se manejan desde el Gobierno. Equiparar esta
disminución de la afiliación a la Seguridad Social con destrucción de
empleo no es muy correcto, ya que se trata de situaciones distintas.
Pero qué duda cabe que son dos cosas que se le parecen. En todo caso, el
final del verano parece haber traído de la mano un parón en la creación
de puestos de trabajo, no sólo por la estacionalidad propia de la
conclusión de la campaña turística anual sino por el cierre de otro tipo
de actividades temporales.
Sucede, sin embargo, que el retroceso de empleo que conllevan todas
estas ramas de la actividad estacionales ha sido sorprendentemente mayor
que en anteriores ocasiones. Parece que la actividad turística, que se
mueve en cifras récord históricas, está siendo menos intensiva en empleo
que en etapas precedentes y habría que preguntarse la razón de ello.
También sorprende que algunas cifras, como el crecimiento del consumo
privado y de la actividad crediticia ligada a la financiación del
consumo, no estén generando, como era de esperar, un mayor nivel de
ocupación. Hay cifras muy brillantes en algunos sectores (las ventas de
coches, por ejemplo) que superan con mucho las de hace un año y las de
etapas anteriores, y sin embargo no están reflejándose en una mejora
sustantiva de los niveles de ocupación.
La recta final del año no suele ser muy prolífica en creación de
empleo pero esta vez estamos ante un momento político complejo que puede
generar reacciones novedosas en cuanto a la actividad empresarial se
refiere. Los medios empresariales van a auscultar con detenimiento en
estas próximas semanas las expectativas políticas y a leer con fruición
los resultados de las numerosas encuestas que se van a ir publicando,
tanto en el ámbito regional (elecciones catalanas) como en la más amplia
jurisdicción estatal, con la llegada, muy a finales de año, de la
contienda legislativa, con el turno de las elecciones generales. No
parecen existir miedos especiales sobre el futuro devenir de la vida
política y sobre las posibles variantes en el manejo de las directrices
económicas. La relación de causa y efecto entre el incierto otoño
político y la reacción del empleo podría suministrar quizás alguna
explicación a este inesperado e inexplicable parón en la mejora del
mercado laboral.
(*) Periodista y economista
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