viernes, 18 de septiembre de 2015

Batallas perdidas / Ángel Montiel

Si tu chica ha decidido abandonarte porque se le rompió el amor de tanto usarlo, la peor técnica para volver a seducirla consiste en tratar de convencerla de que dejará de disfrutar de tu dinero y relaciones, que los amigos comunes le harán el vacío, que se quedará sola en el mundo y que no tendrá donde caerse muerta. Esto la decidirá definitivamente a coger la puerta, aun en el caso de que pudieran ser ciertas esas consecuencias para ella. Es lo que sucede en situaciones normales cuando a un discurso sentimental se opone otro estrictamente económico.

Así, Cataluña. Los grandes partidos y medios de comunicación estatales repican durante la campaña electoral una amplísima letanía de perjuicios tremebundos para los catalanes si la mayoría de éstos emprende el camino segregacionista. Son peligros ciertos, pero su exposición suena a amenaza y desprende, además, un tufillo paternalista. Por si fuera poco, el discurso estatal en su conjunto renuncia a recuperar la avenencia a dos, dando por sentado que el amor es imposible, y apela a conveniencias internacionales, como quien en el último intento de retener a su pareja moviliza a los amigos para que lo sustituyan en la interlocución, y éstos le razonan: “Si quieres seguir siendo socia del Real Casino, del Canal Plus y del Club de Tenis ha de ser con su carné, aunque en casa ni os habléis”. Vaya plan.

La oligarquía catalana que promueve el independentismo no lo hace por motivos sentimentales. Le aviva, claro, el interés económico delincuencial, como tan a la vista está, la esperanza de seguir afanando en su rodal sin reporte de responsabilidades. Pero su ingeniería política, con la complaciente colaboración durante años de socialistas y populares, ha conseguido generar una muy amplia masa crítica, esta sí animada por impulsos irracionales que en algunos casos rozan la mítica y hasta la mística. 

Frente a esto, no hay advertencias económicas que valgan. Ya no puede haber debate de ideas, pues las mentalidades son distintas. Cuando esto se da, entramos en el diálogo de sordos. Hace unos días, en el Debate de La 1, uno de los dirigentes independentistas replicaba a la acusación de utilizar prácticas victimistas: “Queremos separarnos para no tener que seguir quejándonos”, es decir “no queremos ya ni veros, sea lo que sea que ocurra después”. Ante esto, poco queda por hacer.

Ni siquiera, a estas alturas, existen mecanismos para desvelar que la fuga intenta neutralizar las consecuencias de la corrupción institucionalizada, pues el 3% catalán tiene su correlato en los sobres de Bárcenas y los Eres andaluces, de modo que nunca escucharemos a Rajoy denunciar el saqueo de Cataluña por su clase política. Y habrá catalanes que razonen: “Entre corruptos, me quedo con los míos”.

La batalla del Estado para retener a Cataluña está perdida a medio plazo, sea cual sea el resultado de las elecciones. Y esto es porque el argumentario básico de los grandes partidos y medios de comunicación contribuye a estimular la pulsión independentista. Si tu chica no te soporta no la vas a retener advirtiéndole de que en la calle hace frío. Aunque sea cierto que caigan chuzos de punta.


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