"La primera tarea es poner la economía al servicio de los pueblos: los
seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero.
Digamos NO a una economía e inequidad donde el dinero reina en lugar de
servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa
economía destruye
la Madre Tierra".(Papa Francisco a los movimientos populares)
¿Cómo es posible que este sistema económico tan atroz y cruel se haya
consolidado? ¿Cómo es posible que un sistema político basado en la
desigualdad creciente, en la destrucción de las clases trabajadoras y
medias, en la destrucción del medio ambiente, en la supresión de los
derechos sociales, en invisibilizar los derechos humanos, no se
cuestione socialmente? ¿Cómo un sistema laboral que crea un paro
estructural, un trabajo precario se vea como inevitable?
¿Cómo es
posible que un sistema social que genera pobreza aquí y allá, que
fabrica conflictos bélicos para conseguir los recursos naturales o
controlar zonas geoestratégicas no nos lleve a preguntarnos si es
posible otro mundo? ¿Cómo es posible que un sistema inmoral basado en la
corrupción, la manipulación, la mentira y el miedo no se cuestione su
falta de ética? ¿Cómo un sistema que a toda luz es inmoral, que no tiene
escrúpulos, en donde las acciones de una empresa en Bolsa suben cuando
despide gente, no respeta el medio ambiente y promueve Gobiernos
golpistas aparezca como moral?
La ideología neoliberal se ha
impuesto desde 1970 en Europa como el último bastión de un sistema
basado en el bienestar social que, siendo insuficiente, era un referente
y en el que se podía avanzar y profundizar. En este avance y
consolidación hubo una ´troika´ basada en tres personas: Ronald Reagan,
Magaret Thatcher y el tercero ¿sabéis quién fue? Pues Juan Pablo II.
Esta ´troika´ fue decisiva, cada uno en una faceta, para desmontar todo
aquello que suponía poner freno al acaparamiento de las riquezas por los
ya acaudalados y todo aquello que suponía la defensa y la promoción de
la justicia, la libertad y el entendimiento y la paz.
Aquí entra
en juego un verbo importantísimo, permanecer, que es sinónimo de
esperanza, de esperanzar. Permanecer, en este contexto, significa que
nos mantengamos firmes en nuestras utopías, en nuestros ideales, valores
y principios, superando la tentación de abandono, de derrota o de
integrarnos en el sistema neoliberal y esperar a que las circunstancias
nos favorezcan. Tenemos que permanecer fieles a nuestros compromisos y
luchas en un momento de desmovilización general y de aceptación del
sistema neoliberal como inevitable, ante el cual sólo cabe la sumisión y
encerrarnos en nuestro pequeño mundo, desconectando de cualquier medio
que nos pueda inquietar, cuestionar y, sobre todo, interpelar y nos deje
a las puertas de movilizarnos. No queremos ver las noticias, queremos
programas de evasión.
Permanecer significa tener credibilidad en
la medida en que nuestra fidelidad y coherencia con ese mundo que
soñamos, que es posible, necesario e imprescindible, se realiza en la
cotidianidad de las palabras, los gestos y las acciones. Permanecer
junto a esas personas que son excluidas, marginadas, a las que se les
niegan los derechos básicos que configuran la dignidad humana. La
coherencia significa que lo que proponemos tiene que empezar por
nosotros mismos, todo cambio social empieza en nosotros, pues si no
fuera así caeríamos en la demagogia y quedaríamos atrapados a la primera
de cambio en el poder, ese poder que hemos detestado. Permanecer con
esa fuerza profética para denunciar las causas, las personas e
instituciones que provocan la explotación y la opresión.
Hay
esperanza en la medida en que permanecemos enraizados a ese amor que nos
lleva a buscar el bien común y se traduce en una lucha desde la
libertad y el desafío a este sistema injusto, un desafío que pasa por la
desobediencia civil no violenta, por articular estrategias que molesten
al sistema económico y que quiten la careta y el disfraz a este sistema
cruel y atroz.
En ocasiones me preguntan si es que quiero que me
echen de la Iglesia, y mi respuesta, sin ninguna tipo de acritud, es que
no, porque yo quiero permanecer en esa Iglesia que se fundamenta en ser
Buena Noticia para los pobres, quiero permanecer en esos valores de
libertad, de justicia, de paz, de bondad, de ternura, de no hacer daño
al prójimo, de igualdad, de compartir€ No pertenezco y no permanezco en
esa Iglesia de la opulencia, del confort, del ropaje, de los ritualismos
y las formalidades, del folclore religioso, de la ambición, del poder,
del dinero, de prostituirse con los que tienen los capitales... Cuando
defiendo, con mis grandes incoherencias y contradicciones, una Iglesia
de los pobres, el sacerdocio de la mujer, el celibato opcional,
comunitaria€ es porque quiero permanecer en esa Iglesia que quiere
crecer; no quiero permanecer en el miedo y en eso que llaman carrera
eclesiástica. Yo no pertenezco y ni permanezco en esa Iglesia que apoyó a
Pinochet, ni en la que sus dirigentes se compran áticos lujosos. Quiero
permanecer cercano a la gente. No quiero provocar ni herir
sensibilidades, lo que quiero es que seamos buena gente, aliviando el
sufrimiento humano, no causarlo o ser cómplices con nuestras actuaciones
o silencios.
Todos vivimos en el mismo mundo, pero quiero
permanecer, y espero que las fuerzas no nos fallen, ni me fallen, con
todos aquellos que queremos despertar nuestra sensibilidad hacia el otro
para acogerle, escucharle y abrazarle, despertar esa sensibilidad desde
la entrega, el amor, la amistad, el servicio, la gratuidad y el
altruismo. Me niego a vivir desde el miedo y la obediencia, me niego,
como otros, a vivir con la cabeza bajo el ala, me niego a dejar este
mundo en manos de los avariciosos y sin ética. No quiero pertenecer ni
permanecer en ese mundo que justifica las guerras, pisotea los derechos
de la gente o se mantiene en la indiferencia.
Quiero permanecer
en ese ideal que aprendí de pequeño de intentar dejar el mundo un poco
mejor de como lo encontré, en ese concepto de la vida como un tiempo y
un espacio para el encuentro y la convivencia, sin divisiones ni
barreras.
Quiero permanecer en ese mundo donde nuestra existencia
sea una camino en que competir se transforme en compartir, porque la
vida no es miedo ni soledad; la vida es la esperanza compartida por un
horizonte cada vez más humano.
(*) Sacerdote
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