domingo, 20 de septiembre de 2015

Cunde el pánico / Ramón Cotarelo *

Metroscopia en El País de hoy. Los pelos como escarpias. El titular de primera suena a ABC Los separatistas logran mayoría de escaños y casi el 50% del voto. No se lo pierdan: los "separatistas"; ya falta menos para lo de los judeomasones. Se hace un primer análisis electoral erróneo como siempre, y se señala que la lista de Juntos por el Sí no llega a la mayoría absoluta y necesitará de la CUP. En realidad, CDC y ERC, el independentismo, han bajado 4 o 5 escaños con relación a 2012. Sí, es cierto; pero la CUP ha ganado siete u ocho. La conclusión obvia es que el independentismo ha aumentado y se ha radicalizado.

Lo interesante, sin embargo, es el análisis político del conjunto del sondeo de Metroscopia y, por su impacto, en efecto, cunde el pánico en el campo españolista. Además de la encuesta, el diario consagra a Cataluña un editorial (Elecciones críticas) y un artículo de Cebrián, anunciado en portada como si fuera el oráculo de Delfos, Reconstruir el Estado. Los títulos traslucen el nerviosismo. De celebrar, cuando menos, que se den cuenta de la trascendencia y gravedad de las circunstancias que hasta la fecha han estado ignorando con una estolidez irritante. Palinuro se ha aburrido de señalar que en la cuestión catalana (que ha sido siempre la "cuestión española" y sigue siéndolo) el nacionalismo catalán llevaba la iniciativa política mientras el español ni se enteraba. Ahora se van viendo las consecuencias de confiar el gobierno a una manga de necios e incompetentes.

Tanto en el editorial como en el artículo de Cebrián se sigue cargando contra el independentismo catalán, aunque no con la virulencia con que se ha venido haciendo hasta la fecha; pero, y eso es lo importante, ya se reconoce abiertamente que la responsabilidad de la situación de ruptura es en lo esencial del presidente del gobierno, mejor dicho, de su patente ineptitud y del desastre que ha provocado en el conjunto del país. El artículo de Cebrián, que no es el habitual exabrupto lleno de petulancia y soberbia, trata de simular una imposible equidistancia entre el independentismo y el cerrilismo del gobierno. Todavía ayer su diario asustaba a la audiencia con la pueril amenaza de la banca de marcharse de Cataluña en caso de independencia, algo tan absurdo que solo puede ser producto de la colaboración intelectual entre Rajoy y Linde, el gobernador del Banco de España, dos lumbreras.

Reconstruir el Estado se llama la pieza cebrianesca. En realidad viene a decir que hay una crisis de Estado, algo tan evidente como que el movimiento catalán es, en realidad, una revolución. Cebrián se ve a sí mismo como estadista y por eso quiere reconstruir el Estado. Sigue sin ser ecuánime en su análisis y continúa reduciendo un vigoroso (y ejemplar) movimiento social a los supuestos cálculos tácticos de Mas, pero no es tan abusivo y mendaz como su propio periódico. Parte del supuesto de que no habrá independencia por diversas razones, todas ellas refutables que, en realidad, se resumen en una: no habrá independencia porque él no quiere. Al margen de la validez de esa conclusión, su diagnóstico es generoso en distribuir culpabilidades para lo que, en efecto, se considera una "crisis de Estado", al hablar de los "últimos decenios". 
 
Reduzcamos el foco al último: Zapatero sería mejor o peor en política económica, pero no hay duda de que era un demócrata y respetuoso con el Estado de derecho. Eso no puede decirse de la última legislatura con el PP. Ni democracia, ni Estado de derecho, ni nada. El país lleva cuatro años en manos de un partido corrupto hasta la médula, imputado por tal por los jueces. Como tal no ha hecho otra cosa que expoliar los caudales públicos al tiempo que legislaba o pretendía legislar verdaderos disparates, atropellos e injusticias que luego se ve obligado a revertir él mismo: ha pasado con el aborto, con la exclusión de los inmigrantes del acceso a la sanidad pública, con los expolios de los funcionarios, el rechazo a los matrimonios homosexuales o la LOMCE, un auténtico bodrio eclesiástico por el cual sus perpetradores disfrutan de un retiro dorado en París a costa de los constribuyentes españoles.
 
Cuatro años de incompetencia y puros dislates bajo mayoría absoluta de unas gentes que no saben ni lo que es la democracia. Cebrián enumera escandalizado los casos más graves: un Tribunal Constitucional presidido por un ex militante del partido de la Gürtel, unos jueces también sumisos al partido que no se inhiben y pretenden juzgar por lo penal a una organización a la que están agradecidos, una perversión sistemática de las instituciones, una práctica de gobernar mediante decretos leyes, una ignorancia del principio de división de poderes, etc, etc. Cuatro años que coronan más de veinte de corrupción sistemática, en muy buena medida, responsable de la crisis. Cuatro años de gobierno de un presidente que debería haber dimitido casi antes de tomar posesión, de haber tenido algún mínimo sentido del decoro y de la democracia. Cuatro años de degradación de la vida democrática, del debate público, de la comunicación política, monopolizada por una banda de esbirros y matones.
 
Y, en lo referente a Cataluña, cuatro años de arrogancia, desprecio, ignorancia e intento de sometimiento, sin el menor espíritu dialogante o constructivo.  A los años anteriores de verdadera catalanofobia (hasta un político tan tosco como Albiol reconoce que la recogida de firmas contra el estatuto fue un "error") siguió después un ánimo abiertamente hostil, ya inaugurado con la estupidez de que había que españolizar a los niños catalanes y coronado hasta la fecha con la arbitraria reforma en solitario de la ley del Tribunal Constitucional, lo cual ya es el colmo para un personal que luego sostiene cínicamente que las leyes están para que los demás las cumplan.
 
Está bien que la élite pensante del país caiga en la cuenta de que a punto se encuentra de quedarse sin él por ponerlo en manos de una banda de incompetentes y corruptos, en la más pura y acrisolada tradición hispánica. Basta con observar el nivel de los políticos que han tenido más poder en los últimos años, los Rajoys, Aguirres, Gonzáleces, Cospedales, Camps, Fabras, Barberás, Matas, Granados, Ratos, etc. Por no hablar de los Florianos, Casados, Hernandos y otros detestables corifeos. Con esta tripulación, ningún navío llegará a puerto.
 
Está bien asimismo la idea de que ya no basta con una reforma de la Constitución, sino que hay que reconstruir el Estado. La pregunta es: ¿cómo? Y ¿qué Estado?
 
 
Aquí ahora mi artículo de hoy para elMón.cat. Se titula l'ombra del fracas. Para quienes quieran leerlo en castellano, incluyo aquí la versión original:
 
 
La sombra del fracaso
 
Ramón Cotarelo

La mayoría absoluta que los sondeos pronostican al bloque del “sí” en las plebiscitarias del 27 de septiembre anuncia que el independentismo ya ha triunfado, que Cataluña es una nación, que tiene derecho a constituirse en Estado y que esto es ya indiscutible política y moralmente. Que lo sea ahora jurídicamente es el meollo de lo que nos jugamos en los tiempos que vienen a continuación, ya, ahora mismo.

La campaña del 27 de septiembre, la realizada y la que falta, es la prueba de que en Cataluña, efectivamente, la vieja política ha muerto, que está naciendo otra y una forma nueva de hacer las cosas, pero no como lo predican los emergentes, sino de verdad y en serio. Todas las opciones españolas, desde el PP hasta Catalunya sí que es pot se negaron a admitir que estas elecciones fueran plebiscitarias porque no están acostumbradas a que las cosas en su país sean como quieren y las definen los catalanes, sino como quieren y se definen en Madrid. Madrid decide; Cataluña obedece. Madrid pone los nombres; Cataluña los acepta. Y, por eso, siguiendo la querencia, han desembarcado todos en Barcelona, a decir a los catalanes lo que tienen que pensar, hablar, hacer.

Algunos, los del PSOE y C’s están de commuters, van y vienen como pendolari, mareando el AVE o el puente aéreo. Otros, como los líderes de Podemos, sabedores de que se juegan aquí su futuro en España, han cogido abono fijo en algún hotel de la capital catalana y no se mueven ni para ir a comer el domingo a casa. Y así han conseguido que el régimen habitual y tradicional de tratar a los catalanes como gentes de la colonia o menores de edad se les vuelva en contra. Cualquier agencia de publicidad les explicaría que no es buena táctica que el personal no sepa quién es el cabeza real de cada lista, si Rivera o Arrimadas, Sánchez o Iceta, Iglesias o Rabell. Pedir a la gente que vote por teloneros es hacerla muy de menos. El único cabeza de lista que parece genuinamente catalán, Albiol, es el que más interesaría que no lo fuera.

El 27 de septiembre mostrará a los ojos de todos, especialmente de los europeos, el fracaso de la vieja política, el fracaso del sucursalismo. Un fracaso tan descontado que las fuerzas más sólida y tradicionalmente españolas han decidido abandonar toda senda de diálogo o entendimiento civilizado y han pasado a la acción directa que aquí no es otra cosa que las amenazas y las provocaciones. “Se ha acabado la broma”, zanjó Albiol hace unos días como resumen del intento de pucherazo del gobierno de cambiar a la fuerza la ley reguladora del Tribunal Constitucional para convertirlo en un retén de guardia del cuartel ya que como Tribunal Constitucional tiene nulo predicamento.

Haciéndose eco de este turbio propósito, reaparecen los militares –que nunca andan muy lejos cuando se hace política en España- recordando que el artículo 8 de la vigente Constitución los hace garantes de la integridad territorial de la patria. Evidente es que están dispuestos a cumplir con su deber en Cataluña ya que se les sigue olvidando hacerlo en Gibraltar por más que el ministro de Asuntos Exteriores no ve llegado el día en que la Legión lo recupere. El ministro de Defensa advierte que, si los catalanes “cumplen con su deber”, el ejército no tendrá que intervenir. Por supuesto, el “deber de los catalanes” se decide en Madrid y los cuartos de banderas respaldan estas hoscas admoniciones para que se tomen muy en serio.

Todo son anatemas, y excomuniones en caso de independencia. Según un mandatario de la UE, familiarmente unido a militantes del PP, con lo que no se sabe si habla como eurócrata o simpatizante del partido fundado por Fraga, la República catalana independiente quedaría eo ipso fuera de la Unión. Están acostumbrados a mentir, falsear, simular una autoridad que no poseen y creen que en Europa puede prevaricarse tan impunemente como se hace en España. Que Cataluña vaya a quedar dentro o fuera de la UE es algo tan problemático como lo es con España porque si la República catalana independiente es un “Estado nuevo”, también lo será una España sin Cataluña que, entre otras cosas, tendrá que recalibrar su representación y su aportación a la Unión; es decir, obligará a renegociar los tratados, igual que si de un acceso catalán se tratara.

En realidad, poco importa la verosimilitud o probabilidad de las predicciones. Lo que se busca es conseguir mediante amenazas y chantajes torcer la voluntad democrática de los catalanes. Se azuza a los empresarios más recalcitrantes a que amenacen con salir del país, a los banqueros a que presionen y afirmen, contra todo sentido común, que se irán a hacer negocios en otras zonas más pobres.

Todo vale para evitar o disimular el fracaso. Y, por si hubiera alguna duda, el ministro del Interior, cuyo hilo directo con la divinidad por la intercesión del Caudillo es permanente, lo ha dejado claro de una vez por todas: ningún gobierno español aceptará un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Esto, claro, incluye al PP y al PSOE, pero también a los demás partidos españoles que se adherirán a esta prohibición no por gusto, dirán, sino por amarga necesidad.

Como todos los esfuerzos han fracasado, solo quedará emplear la fuerza bruta. Esta se encontrará con una desobediencia generalizada. Y ahí es donde el triunfo moral y político del independentismo se convertirá en jurídico por imposición de Europa y la comunidad internacional. Porque si se emplea la fuerza contra el derecho, una fuerza mayor hará valer un mejor derecho. 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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