Hay, por lo general, un alto grado de satisfacción a causa de la
drástica caída de los precios del petróleo. Estamos saboreando cada mes
(hoy sin ir más lejos) los datos mensuales de la inflación a la baja que
nos permiten vivir la ilusión de una prosperidad monetaria que quizás
nos esté alejando de la realidad de las cosas. Los precios de consumo
rondan el 1% de caída en términos anuales, lo que significa que con el
mismo dinero tenemos una mayor capacidad de poder adquisitivo y de renta
y de ahorro. Se ha dejado de hablar de los riesgos de la deflación,
entre otras cosas porque los indicadores de actividad siguen al alza en
vez de constreñirse.
La caída de los precios está motivada en buena medida con el
desproporcionado papel que juega la energía en nuestra cesta de
necesidades diarias. En especial, dentro de la energía, el precio del
petróleo está a niveles tan bajos que se empiezan a percibir síntomas de
preocupación en algunos sectores de la actividad. Por ejemplo, las
economías mundiales que viven de las exportaciones petroleras están tan
de capa caída que están sometiendo a revisión muchos de sus postulados
de crecimiento de los últimos años. Acaba de señalar el Fondo Monetario
Internacional que el impacto negativo de la caída de la cotización del
crudo petrolífero puede restar entre uno y dos puntos anuales de PIB a
algunas economías que hasta hace pocos meses eran la envidia del mundo
debido a su crecimiento sólido y a su capacidad para atraer actividades
de todo tipo, entre las cuales se encuentran algunas que hasta hace poco
considerábamos en España muy consistentes, como la proliferación de
contratos de obras públicas de los que se han estado beneficiando
empresas españolas importantes.
La caída de los ingresos petroleros se ha ido convirtiendo con el
paso de los meses en un asunto de preocupación para los analistas
económicos ya que se está rompiendo un cierto equilibrio entre las
grandes áreas económicas del mundo que puede ocasionar serios problemas
al funcionamiento de la economía global. Es lo que tiene los cambios
drásticos de situación en la economía, el de sus efectos
desestabilizadores, que no siempre traen consecuencias positivas, ya que
lo que se gana por un lado se pierde por el otro. España es un país
consumidor neto de energía y en particular importador masivo de crudo y
de gas natural. Este hecho nos está beneficiando en gran medida desde
hace año y medio.
Pero ahora empezamos a percibir los efectos negativos colaterales.
Uno de ellos es el impacto negativo que tiene la caída de los precios
del petróleo y de las materias primas en la capacidad de compra de
algunos países que se encuentran en la lista de nuestros principales
clientes, caso de Brasil o de algunas todavía prósperas economías del
Golfo Pérsico, que de momento están regando con dólares algunas
actividades muy visibles de la vida nacional, desde la compra de
vistosos inmuebles hasta el patrocinio de actividades deportivas o la
participación en empresas aeronáuticas o de otras actividades más o
menos afines. El impacto negativo empieza a ser también visible en
algunas de esas empresas que tanto han extendido sus dominios y
actividades en los sectores de la construcción, las obras públicas o los
grandes proyectos de infraestructura.
Otra de las variantes del asunto es la preocupante paralización de
algunos proyectos de inversión millonarios en labores de prospección y
búsqueda de nuevos hidrocarburos, tarea esencial para garantizar el
suministro de energía a largo plazo., Ahora, con los precios tan bajos
de la energía, hay muchos proyectos a los que no les salen los números,
ya que las masivas inversiones en búsqueda de recursos han dejado hace
meses de resultar rentables. Algunas, entre ellas algunos muy
importantes, se están cancelando en estos momentos, lo que significa que
el volumen de reservas probadas con las que se alimentará el futuro
suministro energético se está encogiendo poco a poco, comprometiendo el
futuro energético.
(*) Periodista y economista
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