sábado, 26 de septiembre de 2015

Del 'transmiseriano' al AVE / Manuel Tovar *

En aquel tren que venía de Granada, y tenía como destino liberador Barcelona, se amontonaban personas, maletas de cartón o de madera reforzadas con cuerdas de esparto y sacos llenos de objetos misteriosos. En cualquier rincón podías encontrarte un par de conejos triscando unas matas de alfalfa o un pollo que te miraba con asombro y movía su cabeza por el hueco del recipiente de pleita que lo albergaba. Su destino probable era alegrar una mesa de domingo en Hospitalet, Santa Coloma o Badalona, tras deshacer aquellas maletas y vaciar los sacos, normalmente llenos de miseria y explotación, en casa de un familiar compasivo. Aquel tren, al que se le dieron varios nombres, fue bautizado también como el transmiseriano.

Miles de personas se subieron a él, abandonando una tierra sin expectativas, porque el poder caciquil dominante era una maquinaria implacable de generar excluidos. Aquella infraestructura, aquel tren, durante mucho tiempo fue vehículo de empobrecimiento, no de desarrollo, para esta desventurada tierra. Los que estaban llamados a ser charnegos y pijoaparte, cuya dignidad es la materia prima de la mejor narrativa de Juan Marsé, se aplicaron a la creación de riqueza en Cataluña. Otros siguieron viaje y encontraron un trabajo digno en la Europa que estaba reconstruyéndose. Cuando aquel tren dejó de ser útil a la estrategia de subdesarrollo en la que nos metió el franquismo se desmanteló la línea.

Hay infraestructuras, vías de tren por ejemplo, que se llevan la fuerza de trabajo, que es el recurso principal de creación de riqueza, de un lugar a otro, sin compensarlo con ningún otro factor que tenga el propósito de activar el desarrollo, Se convierten así en instalaciones para el empobrecimiento general, aunque esto es compatible con facilitar el enriquecimiento de algunos.

Un paseo no exhaustivo por la Región de Murcia permitirá descubrir una colección de instalaciones que constituyen una de las causas de un endeudamiento público sin sentido, cuya consecuencia más inmediata es la de mantener a la Región en el furgón de cola de todos los indicadores significativos del desarrollo, si se la compara con el resto de España.

A medio y largo plazo la situación puede empeorar, sobre todo si siguen tomando decisiones importantes los mismos de siempre. Nada hace pensar, lamentablemente, que en el medio plazo cambie sustancialmente la catadura profesional y moral de la clase dominante. Ahí siguen, impasible el ademán, tras haber hundido entidades financieras, parte del sector público y privado productivo, montado auditorios inacabados, promovido aeropuertos sin aviones, instalando desalinizadoras que no desalan (y que si desalan son todavía más ruinosas) o autopistas que no llevan a ninguna parte, aunque su verdadero propósito era favorecer la venta de casas de un proyecto megalómano de aquel directivo de una caja de ahorros que se autoconcedía créditos de manera compulsiva. Todavía siguen montados en el burro del Gorguel, que, de llevarse adelante, sería un magnífico ejemplo de puerto sin barcos.

Una de las causas de esta crisis sistémica ha sido la de convertir en verdad revelada la perfecta conexión entre infraestructuras e interés general. Esta es una de las ruedas de molino que harán época, a lo que ayudará los muchos comulgantes que hay para semejante despropósito. No existe tal conexión, más bien hay suficientes evidencias de que a mayor gasto, privado o público, en infraestructuras mayor ruina colectiva, cuando esas obras tienen como finalidad aumentar el volumen de las comisiones que cobrarán los promotores a los adjudicatarios y darán lugar a contratos leoninos, que serán procedimientos de drenaje de recursos públicos, o privados, sin relación con los costes y beneficios del servicio, sino con la voracidad de los implicados más directamente, para quienes el interés general es aquel que se traduce en un incremento de sus beneficios corporativos y del saldo de su cuenta corriente. No hay más.

Lo que hay de más es un discurso falaz, tramposo, amoral y cínico, en el que se ha especializado nuestra particular casta dominante, con efectos tan devastadores como el gasto en infraestructuras innecesarias o incongruentes con la mejora del bienestar colectivo. Es el discurso de los comisionistas, los subcontratistas y los amiguetes, que han trabado una red de intereses, en buena medida corruptos, en las que anda atrapado una buena parte de sector público, y privado, en la Región. Destejer esa red se presenta como una obra verdaderamente titánica, donde las haya.

El AVE, soterrado o sin soterrar, en una pieza más del conjunto de despropósitos que desde hace demasiado tiempo se han instalado en el paisaje regional. Lo coherente con nuestro estadio de desarrollo, y mucho menos costoso socialmente, habría sido desdoblar las vías que nos conectan con el mundo, electrificarlas, organizar mejor el transporte de cercanías y resolver las conexiones con los puertos y aeropuertos existentes. Hace, como poco, cuarenta años que todo esto era posible técnica, económica y políticamente. Después de la llegada del AVE aquello que convertiría una infraestructura como esa en factor de desarrollo, seguirá sin hacer y habrá menos recursos para implementarlo.

En esta Región, quienes toman decisiones claves para el bienestar, o malestar, presente y futuro de millones de personas, no saben adonde van, aunque dentro de poco lo harán a alta velocidad.

 (*) Profesor del Departamento de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad de Murcia


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