La cuestión catalana ocupa hoy el primer
plano de la actualidad. Los dirigentes políticos pasan media vida
haciendo precampaña en Cataluña y dentro de poco pasarán la otra media
haciendo campaña. Las portadas de los periódicos son monotemáticas,
amenazando al Principado con los fuegos del infierno o con la evasión de
capitales, según sean medios reaccionarios o progresistas. Las
televisiones y las radios no paran de entrevistar a nacionalistas, sobre
todo españoles, y de tertuliar con contertulios de la misma querencia. Solo se habla de Cataluña.
Quién iba a decirlo cuando hace tres años, Rajoy calificaba de algarabía la Diada de 2012 y los debates versaban sobre el régimen del 78, la crisis, la corrupción. Hasta de Grecia había tiempo de hablar. Ahora todo es el debate secesionismo/unionismo.
Los soldados. Las declaraciones del ministro de Defensa, Morenés, de que el Ejército no intervendrá en Cataluña si “todo el mundo cumple con su deber”
han soliviantado los ánimos nacionalistas. Seguramente, la reacción le
parecerá desmesurada a este aristócrata; digna de plebeyos. Y a primera
vista tiene razón, pero no a segunda. El hombre contesta a una pregunta
directa sobre cuál sería la reacción de las FFAA en caso de una DUI. Si todo el mundo cumple con su deber,
etc. No va a quedarse callado. Dice, pues, lo que parece de Perogrullo:
si no hay razón, el ejército no interviene. Pero, ¿quién decide si hay o
no razón? Su respuesta tuvo que ser: en caso de DUI, las FFAA harán lo
que diga el gobierno, pues están a sus órdenes. Pero no lo dice porque
tiene una mentalidad militarista, como todos estos franquistas confesos,
inconfesos y hasta apóstatas del gobierno. Ya sabemos, pues, que el
ejército puede decidir por su cuenta. No está mal para una democracia
consolidada.
Los clérigos.
Apenas se oye hoy hablar de las dos monjas que se implicaron en el
proceso: Forcades y Caram. Supongo que el Vaticano habrá ordenado
bajarles el tono. El conjunto del clero y la Iglesia como jerarquía
están callados. Sin duda, muchos párrocos y curas de aldea son
independentistas. También se acercan los benedictinos de Montserrat,
aunque de estos ya se sabe que son siempre la avanzadilla de la
rebeldía. Otros, en cambio, son cerradamente unionistas. El párroco de
Argentona, pedía ayer en un sermón que no se vote a partidos independentistas
porque propugnan el aborto, entre otras monstruosidades. Algún que otro
clérigo, en concreto un polaco, considera que la posición cerradamente
unionista de la Conferencia Episcopal Española es inmoral.
Será inmoral, pero es. Los obispos españoles no quieren oír hablar de
separación de sus diócesis catalanas. Presididos hasta hace unos meses
por Rouco Varela, un integrista nacionalcatólico de la más rancia
estirpe, han dejado claro su acendrado nacionalismo y prefieren que no
se hable demasiado del asunto. Saben que el Vaticano es una empresa de
dos mil años que se ha mantenido gracias a su refinada diplomacia. Si,
en algún momento el reconocer la independencia de Cataluña reporta
beneficios, Cataluña será reconocida y los obispos españoles
refunfuñarán pero se callarán. No obstante, queda algún tiempo hasta tal
situación. Mientras tanto, aunque son contrarios a la secesión, también
se callan.
Los veedores.
O encargados de la tercera vía. Es población civil que ahora se
organiza en una plataforma social no partidista con ánimo de promover
una salida negociada al conflicto, pilotada por ellos con sus
propuestas. Entusiastas se han sumado cinco secretarios generales del
PSOE, González, Almunia, Zapatero, Rubalcaba y Sánchez, con dos
expresidentes del gobierno y uno que quiere serlo, presidente, claro; no
ex. Este grupo incluye asimismo a los de Catalunya sí que es pot,
esto es, Podemos y sus compañeros de viaje. No en su forma pero sí en
cuanto a sus objetivos. Todo son fórmulas de tercera vía.
El
argumento de la tercera vía tiene la fuerza del realismo y la
experiencia. Supone que, en todo conflicto polarizado, la mayoría se
inclina por el centro, el pacto, la negociación, la componenda porque
los extremos asustan. Seguramente será así, pero con una condición: que
quienes deciden tengan claro qué proponen los dos extremos y los del
medio o la tercera vía. Y ahí reside el problema, en que la tercera vía
no está definida. Los cinco veedores del PSOE no han pasado de invocar
un vagaroso federalismo mucho menos preciso que la Icaria de Cabet. Los
del proceso constituyente de Podemos, hacen depender su posición en
asuntos catalanes de una inverosímil reforma de la Constitución
española. En ambos casos alambicadas construcciones envueltas en brumas.
Enfrentados
a tres opciones, un claro y rotundo "sí", un claro y rotundo "no" y una
tercera opción, confusa e imprecisa, lo más probable es que los
votantes se decanten por las dos primeras con un cálculo de
costes-beneficios muy fácil de entender: si ganamos, ganamos; y, si no
ganamos y hay que negociar, mejor hacerlo en una posición de fuerza.
O sea que, si los soldados no hacen falta y los clérigos están callados, los veedores no ven gran cosa.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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