Todos quieren ahora reformar una
Constitución que hasta ayer era intangible. Cómo se nota la preocupación
que la cuestión catalana causa en España. Cómo se ven los nervios al
comprobar que hay un riesgo real de partición del país, que los
soberanistas catalanes tienen mucho más respaldo del que los españoles
creen y que es necesario hacer algo, hacer como que se hace algo, para
contener este movimiento social independentista que es lo más importante
que ha sucedido en España desde 1975.
El
PSOE promete una reforma constitucional para convertir el país en un
Estado federal. No saben los socialistas a ciencia cierta de qué
federalismo hablan pues nunca les ha preocupado; tampoco si los
soberanistas catalanes aceptarían, cosa poco verosimil; y, por último,
tampoco si podrán hacer esa reforma federal porque necesitarán el apoyo
del PP y ese está ya descartado. Tampoco les importa gran cosa. Ya desde
los tiempos del submarino de la derecha, Rubalcaba, quedó claro que en
las llamadas cuestiones de Estado, el PSOE reconocería siempre su
subalternidad respecto al PP.
Los demás partidos, a toque de silbato, andan pensando qué reformas apadrinarán.
El
único que parece tenerlo claro es Podemos. Una claridad envuelta en
tinieblas, como siempre: desprecia el reformismo constitucional,
argucias del régimen del 78 porque lo suyo es más profundo, radical y
verdadero: un proceso constituyente en el que se podrá debatir todo.
Perspectiva halagüeña. Solo que poco viable si, como parece, Podemos se
queda en un 15% del voto o menos. La Constitución no se tocará y los
asaltacielos se quedarán calentando el escaño y cobrando las dietas
castizas.
La preocupación es absoluta. Asustado por lo que se cuece en Cataluña, el ministro Catalá habla de reformar la Constitución en tres aspectos muy tasados:
1) reparto de competencias entre Estado y CCAA para fortalecer al
Estado; 2) modificación de la línea sucesoria, asunto de capital
importancia; 3) modificar el régimen de aforamientos para reducir la
cantidad de sinvergüenzas que se valen de él para sus fechorías. Algunos
añaden una reforma del Senado, cámara inútil pero muy conveniente para
premiar lealtades perrunas de excedentes de cupo que no sirven para otra
cosa. O sea, que no sirven para nada, pero los pagamos todos.
Loables
propósitos, pero, en lo que hace al PP, sería bueno que dejaran de
hablar de lo que no les compete. Cada día aparece un caso nuevo de
latrocinio a cargo de algún pepero relevante. No es momento de reformar
la Constitución (que tampoco va a servir para nada porque en Cataluña,
ya no los escuchan) ni de hablar de política ni de nada. No son un
verdadero partido sino, digámoslo por enésima vez, una supuesta
asociación de malhechores que ni entienden de política ni de democracia
ni de nada y a los que lo único que importa es forrarse.
No se molesten en reformar la Constitución: dimitan en bloque, devuelvan lo trincado y pónganse todos a diposición del juez.
¡Ah! Y saquen sus garras de Cataluña, como tienen que sacarlas de la caja común.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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