Dice el señor Óscar López, portavoz del PSOE en el Senado, que la independencia de Cataluña no es "ni legal ni posible, ni con un 51% ni con un 80%" de apoyos.
Si quedaba algún despistado catalán creyente aún en una negociación en
especial con la izquierda española, por concederle mayor sensibilidad
hacia estas cuestiones, que pierda toda esperanza, siempre mejor que
perder el tiempo tratando de razonar con quien embiste.
Veamos
qué verosimilitud tiene esta rotunda negación lopecística a medio y
largo plazo. A corto plazo, clarísimo: se trata de ganar votos negando
los derechos de los catalanes, discurso que suena a música celestial en
la España profunda. En cuanto al medio y largo plazo hay dos
perspectivas: una abstracta y otra concreta, aquí y ahora, en España.
La abstracta.
El enunciado de López es típico fetichismo de la legalidad y alimento
de todos los trasnochados positivismos jurídicos. La ley en vigor es el
horizonte de toda acción social. Con este criterio, todavía estaríamos
con las leyes de Solón que, por cierto, eran bastante aceptables para la
época. Pero hombre de Dios, López, ¿cree usted que la ley es un ente de
razón eterno, inamovible, incambiable, como el ser de Parménides o una
realidad natural como el cañón del Colorado? Aunque llamemos leyes a las
normas que rigen los actos de las personas y los fenómenos del cosmos,
entre ambas hay una diferencia esencial: las primeras pueden cambiarse;
las otras, no. No las confunda, buen hombre.
Y
no solamente pueden cambiarse sino que, muchas veces, es obligatorio,
inevitable, hacerlo. 150 años atrás le ley decía que las mujeres no
podían votar, ni estudiar ni hacer nada y 25 años atrás, que no podían
abortar. Hubo que derogarlas y promulgar otras. ¿Por qué? Porque, aunque
no lo crea usted, la ley, la legalidad, puede ser injusta, inicua y es
menester cambiarla. Ciertamente, responderá el señor López, que es
socialista y, por tanto demócrata, pero por sus cauces. En democracia la
ley se cambia por mayoría. ¿Y un 80 % de catalanes no sería una
mayoría? ¡Ah! Pero es que no se cuenta solo en Cataluña, sino en toda
España y en toda España, un 80% y hasta un 100% de catalanes a favor de
algo jamás sería mayoría.
O
sea, la democracia del señor López tiene gusano, como las manzanas. Los
catalanes jamás serán mayoría en España y, aunque el 100% de ellos
quisiera cambiar la ley, siempre sería una minoría. Una minoría
estructural (mayoría en su propio territorio) condenada a vivir bajo la
ley que dicte la mayoría española que, además, pretende imponerle una
condición nacional que no considera suya. Eleve el señor López el vuelo
gallináceo del positivismo jurídico de la legalidad y remóntese a una
cuestión de legitimidad. Haga un esfuerzo de comprensión: prácticamente
ningún país de los casi 200 que hay hoy en el mundo, sería
independiente de acuerdo con la legalidad preexistente: no lo serían los
Estados Unidos, ni el resto de América, ni la India, ni muchos países
europeos, desde Noruega a Eslovaquia. Si la mayoría de los catalanes
quiere la independencia, sea o no legal según las leyes españolas, la
conseguirá, por mucho que el señor López y miles de lópeces se opongan.
Porque es algo legítimo.
La concreta.
En realidad, López solo presta su apolillado discurso a un lema de
campaña de su jefe, Sánchez, con su "¡más España!" que, por cierto,
suena un poco al "¡más madera!", del inolvidable Groucho Marx. El
socialismo español -que inició la transición reconociendo el derecho de
autodeterminación de los pueblos de España- se ha pasado a lo tonto a lo
tonto a un espíritu jacobino centralista, no tan bestia como el de la
derecha, pero sin grandes concesiones más allá de un
federalismo desdibujado que viene a ser una reedición del "café para
todos", aunque el de algunos sea americano y el de otros expresso.
La
falta de sensibilidad y de inventiva de los socialistas frente a la
cuestión catalana y el miedo que tienen a perder las elecciones si los
acusan de tibios o ambiguos será precisamente lo que les haga perder las
elecciones porque, para centralistas, ya están los neofranquistas.
Hasta los expertos que Sánchez ha escogido para que le reformen la
Constitución le dicen, supongo que con grandes precauciones, que es
preciso reconocer de algún modo la singularidad catalana. Pero ya solo
eso saca de quicio a los nacionalistas españoles sean de izquierdas o de
derechas.
El
soberanismo catalán ha puesto de relieve el fracaso de la transición y,
sobre todo, el fracaso de la izquierda. El de la transición lo
trataremos en otro momento. Ahora terminemos con el de la izquierda. No
solo de la dinástica socialista, cosa evidente o de la comunista,
asimismo dinástica aunque algo menos. También de esa izquierda
aparentemente rompedora como Podemos, que amaneció quejándose
precisamente del fracaso de la transición y la traición o inoperancia de
las otras izquierdas y que prometía acabar con el régimen del 78,
romper el candado de la Constitución.
En el momento de retratarse, sin
embargo, para ver si los los catalanes pudieran ejercer el derecho de
autodeterminación que los de Podemos decían reconocerles, resultó que
deberían hacerlo en el marco de la legalidad española (la del señor
López, vamos) y en espera de poder debatirlo con todos los españoles
durante un proceso constituyente que Podemos tiene tantas posibilidades
de iniciar como de parar el sol.
Toda
la izquierda española se ha estrellado en Cataluña y lo ha hecho porque
la izquierda catalana declarándose independentista, sigue siendo tan de
izquierdas como la española. O más.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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