La directora de la Academia de Historia, Carmen Iglesias, lleva años
advirtiendo de los efectos de nuestra falta de conciencia histórica. Nos
sucede incluso con hechos muy recientes. Caemos con facilidad en el
presentismo. Y eso nos lleva a no valorar lo que tenemos hoy o a juzgar
el pasado desde la atalaya de los valores del presente. Ahora navegamos
por un mar con oleadas de revisionismo histórico desde donde se divisan
dos orillas. Una está ocupada por adanistas que facturan eslóganes
reduccionistas y alejados de la realidad, como el del ‘candado del 78’.
En la otra están quienes enarbolan el presentismo como coartada para
justificar sus despilfarros e insensateces. Son aquellos que airean la
falacia de que hace diez años todos vivíamos por encima de nuestras
posibilidades y se afanan en hacer una distorsión retrospectiva de los
acontecimientos para eludir sus responsabilidades.
En la Asamblea están a punto de abrirse comisiones de investigación.
Sobre el aeropuerto de Corvera y la desaladora de Escombreras. Dos
proyectos hasta el momento fallidos que además estrujan las cuentas de
la Comunidad, ya asfixiadas por el déficit y la deuda. Al igual que el
proyecto urbanístico Novo Carthago y el resto de artefactos
jurídico-políticos que arrastra la Región se originaron en el período
2003-2007. Ya habían salido del Gobierno Antonio Gómez Fayrén y Juan
Bernal, los dos políticos más rigurosos y sólidos que ha tenido el
centroderecha murciano en los últimos 20 años, y el protagonismo lo
habían asumido, bajo el mando de Valcárcel, Francisco Marqués, Joaquín
Bascuñana y Antonio Cerdá, entre otros. Cada proyecto tiene sus raíces y
circunstancias específicas, pero todos proceden de un tiempo de
crecimiento tan veloz como inconsistente, donde se disparaba con pólvora
del rey y se tomaban decisiones sin ponderar las secuelas jurídicas y
económicas.
El otro denominador común era una sobrecogedora incapacidad de
gestión. Mientras que el Estado construía tres desalinizadoras en
nuestras costas, tras el disparate monumental de Zapatero de anular el
trasvase del Ebro, el Gobierno de Valcárcel decide asumir, sin concurso
público y a través de una sociedad instrumental, un contrato civil entre
dos empresas de Florentino Pérez. Esa operación ata a la Comunidad con
un arrendamiento de la desaladora que implica un coste de 600 millones
hasta 2034 para las arcas públicas. Ni ahora, ni hace ocho años, a nadie
con un mínimo de formación económica se le ocurriría pagar un canon
anual de casi 13 millones de euros por un negocio que, como mucho, iba a
facturar 10 millones. Menos aún si el dinero es público. Pero en la
planificación de muchas obras públicas, autonómicas y municipales, se
actuaba entonces al revés de como dicta el sentido común.
Primero se
tenía o alguien traía una idea (muchas veces peregrina), luego se
buscaban inversores privados de confianza y finalmente se ‘fabricaba’ el
beneficio socieconómico para presentarlo a la ciudadanía. Eran tiempos
de no parar en materia de inversión pública y de especial generosidad
con aquellos que, a su vez, eran generosos con el partido. Si no se
entiende esto no puede comprenderse el fiasco del aeropuerto, sacado a
concurso con un pliego que puntuaba por encima de todo la no utilización
de ayudas públicas y obligaba en seis meses a tener asegurada la
financiación privada (que nunca llegó). La crisis puede justificar que
el proyecto encallara, pero cómo explicar que el Gobierno diera en 2010
un aval de 200 millones a Sacyr, ejecutable al primer requerimiento y
sin beneficio de exclusión, asumiendo todo el riesgo financiero.
¿Cómo
es posible que en unos días, tras retirarle la concesión a Sacyr en 2013
con un contundente informe del Consejo Jurídico, se cambie de opinión,
se empiece a renegociar con quien ya no es el concesionario, no se le
reclame lo que adeuda a la Comunidad y encima se le facilite la
acreditación como gestor aeroportuario? La situación hoy es un poema.
Por desgracia no tan bello como este de José Hierro: «Después de todo,
todo ha sido nada,/ a pesar de que un día lo fue todo./ Después de nada,
o después de todo/ supe que todo no era nada más que nada».
(*) Director de 'La Verdad'
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