miércoles, 15 de julio de 2015

El peso de España en Europa y dos listas únicas / Ramón Cotarelo *

Dicen que la foto de Rajoy en Bruselas se ha hecho viral. No me extraña. Es una imagen impactante a fuer de simbólica. Ahí está solo, a la mesa, hurgando las tripas de su cartera pero mirando enfurruñado a los demás, como si sospechara que se reían de él, cosa que no podía saber porque ignora todas las lenguas vivas excepto la propia y aun en esa tiene dificultades. Las redes, tumultuosos campos de batalla, ponen verde al presidente.
 
Pero eso no es lo peor porque lo mismo le pasaba a Zapatero aunque este, de natural más afable, se quedaba en un rincón, sonriendo beatíficamente. Y antes a Aznar quien, no habiendo aprendido el Queen's English que, según parece, hoy se gasta, para disimular su aislamiento, iba y venía rodeado de hombres con gafas ahumadas y pinganillo, dando a entender que el problema de acceso era de los demás. El único que se salvaba era Felipe González, que hablaba un francés de Lovaina, o sea, medio belga; pero hablaba, se relacionaba, no estaba como uno de sus adorados bonsais, clavado en una maceta. 
 
A Suárez no le dio tiempo a viajar allende los Pirineos y al Caudillo se lo había prohibido el médico. Franco debe de ser el único estadista del siglo XX en Europa que jamás visitó otro país del continente, como no fueran las dos reuniones de Hendaya y Bordighera. Ni a Portugal llegó a ir, si no recuerdo mal. De su inglés, en efecto, da prueba el vídeo en el que explica al mundo el glorioso movimiento nacional con la fluidez de Ana Botella en Sao Paulo hablando del relaxing cup of coffee.

En este caso, el problema no es de Rajoy, sino de todos los gobernantes españoles desde tiempos inmemoriales. A Rajoy puede achacársele especial ineptitud, al no haber conseguido para De Guindos la presidencia del Eurogrupo. Que su contrincante obtuviera todos los votos menos uno muestra un error de cálculo tan garrafal que parece delictivo. ¿No había sondeado la diplomacia española los estados de ánimo antes de lanzarse en plancha a ese ridículo? El único voto restante, el español, claro, fue para De Guindos. Y con un canto en los dientes pues, siendo español, pudo haber ido a parar a su adversario Dijsselbloem.

¿Y qué esperaban? El peso de España en Europa es casi nulo. Nunca ha sido considerable, pero hoy es peso pluma; pluma de ganso. Y su manifestación más evidente, esa ridícula incomunicación en que se encuentran siempre en Europa nuestros mandatarios a quien todo el mundo sabe que es inútil dirigirse pues no entienden. La cuestión de las lenguas, además, no es solo simbólica, con serlo mucho, es un handicap material tremendo.

Hubo un tiempo, en los siglos XVI/XVII en que toda persona culta en Europa hablaba español; los autores, dramaturgos, componían en español; se traducían las obras españolas; se dominaban los temas españoles y se entreveraban las creaciones literarias, como se prueba por el Gil Blas de Santillana de Lesage o El Cid de Corneille. Luego en los siglos XVIII y XIX, lo español desaparece por entero de Europa porque España desaparece. Los extranjeros que viajan a la Península en el XIX vienen a la frontera, a tierras exóticas, a una especia de adelantada del Oriente misterioso. Y no consideraban necesario aprender la lengua. Si no yerro mucho el último el dominarla fue Victor Hugo, que estaba aquí por lo que estaba. Y en el siglo XX, black out. España no existe. Los españoles se encuentran con que nadie habla su lengua en el continente y ellos no hablan ninguna otra pues, como todo imperio, se habían acostumbrado a ser entendidos en la suya en todas latitudes. Como los anglohablantes hoy.

Así que los mandatarios españoles en las reuniones europeas no hablan con nadie y andan siempre agarrados al móvil, como despachando asuntos urgentes para disimular. En espera de que den comienzo las reuniones, los protocolos, las intervenciones. Entonces, pillan los auriculares, a ver si se enteran. Para ellos, en su tradición autoritaria, esto es la política: uno habla, los demás se callan; de arriba abajo; o desde un plasma y a distancia. Nada de diálogos y menos en lenguas bárbaras.
 
Para el resto de los europeos, esos momentos formales, de las intervenciones, enmiendas, votaciones, etc no son sino una parte de la política, la de exteriorizar y materializar los acuerdos; la otra parte, la de negociar, debatir los acuerdos, formular propuestas y contrapropuestas, se hace previamente, hablando en torno a unos cafés, de modo cordial, en unas reuniones informales de las que los españoles están autoexcluidos por su ignorancia. Y la consecuencia no es solamente que hagan el ridículo sino que nunca consiguen imponer sus criterios, que pierden siempre en cuestiones de reparto de poder.

El peso de España en la UE es nulo. Todos los países votan en contra de ella en el momento decisivo. De Guindos, probablemente el peor ministro de Economía de la UE, se queda colgado de un solo voto, el de su país. Y lo peor es que no lo supiera de antemano, a tiempo de luchar por sus opciones o de retirar su candidatura para no hacer el ridículo. El país no tiene peso en la UE y no va a ganarlo porque Rajoy asegure en la TV que todos cuentan con él ya que, en realidad, Rajoy no pinta nada fuera de España y dentro, tampoco. 
 
 
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Ayer se firmó el acuerdo para la lista única entre CDC y ERC y, al mismo tiempo, la CUP se desmarcaba. David Fernàndez sostiene que esa lista es un 9N 2.0 y, en el fondo, un fraude de un acuerdo anterior en el que estaban involucradas la ANC y Óminum Cultural sobre lista única civil. La CUP no quiere políticos en la lista y menos a Mas. Insiste en ir por su cuenta con un objetivo doble y paralelo en el eje social y el eje nacional. Una Cataluña independiente con justicia social. Y advierte que competirá con todas las demás opciones.

Llegados a este punto, la opción de lista única soberanista aparece dividida. Teniendo en cuenta las diferencias, es una situación similar a la de la izquierda española. Quiere la unidad, pero se presenta separada. Queda tiempo hasta septiembre y puede haber sorpresas pero, en lo esencial, conviene hacerse a la idea de que, estando todos de acuerdo en la conveniencia de la unidad, no la alcanzan. Y si no la alcanzan, puede que sea por razones de peso. No es justo pensar que estas decisiones se tomen siempre por criterios personalistas o caprichosos. Por ejemplo, es bastante correcto que los de la CUP quieran una lista sin políticos por dos razones: primera porque los políticos tienen siempre partidos detrás que tratan de beneficiarse de los logros comunes; y segunda porque ellos no son políticos. Es verdad.

Pero también es legítimo que los políticos que han llevado el proceso durante estos últimos años quieran seguir liderándolo, con independencia de consideraciones sobre si CDC ha dejado de ser un verdadero partido y Mas se ha quedado sin apoyo partidario. Es aspiración legítima seguir liderando un proceso que se ha encarrilado y dirigido (o seguido) hace ya tiempo. La presencia de políticos, añade una porción considerable de experiencia práctica que será necesaria en la gestión de las instituciones con independencia de para qué se gestionen. Además, incorpora una aureola institucional que, guste o no, influye en el comportamiento de sectores sociales y, cuando se está a ganar unas elecciones, no es recomendable ignorar los votantes a puñados.

Y ello sin contar con que, si la acusación de la CUP es que Mas, CDC, en cierto modo también ERC instrumentalizan el proceso para sus fines, la misma acusación cabe hacerles a ellos, que quieren imponer su criterio, en definitiva tan válido como el otro, aunque a ojos de quienes lo profesan lo sea más. Dicho en otros términos: el discurso de la unidad tiene un elemento nacional ante el que parece sensato aplazar, postergar, poner entre paréntesis fenomenológicos los criterios e intereses singulares. Un discurso al que todos rinden pleitesía pero de boquilla.

No obstante, el proceso sigue su ritmo. A estas alturas es bastante claro que las elecciones del 27 de septiembre van a ser decisivas. Pero no lo está cómo; precisamente se celebran para salir de dudas de una vez y saber cada cual a qué atenerse. La insistencia en que, adoptando un criterio de unos o de otros, los resultades van a ser más o menos favorables a la opción independentista no es disparatada. He visto un estudio demoscópico que da 67 escaños a los soberanistas si estos concurren con tres listas, 62 si lo hacen con dos, sin la CUP y 75 si hay una única lista única. Eso está bien, pero es tan convincente como lo contrario. Es predicción de comportamiento humano y no puede aspirar a certidumbre. Podrían ser esos los resultados u otros.
 
La lista única de CDC y ERC se propondrá también a las asociaciones civiles, incluida la AMI, Asociación de Municipios por la Independencia, que la apoyarán seguramente, con lo que se pondrá en marcha la gran plataforma independentista y, sobre todo, lo que es más importante, se despejará la incógnita de la convocatoria del 27 de septiembre que todavía no es fija. Cuando lo sea es probable que cambien algunas relaciones en el campo soberanista.
 
La segunda lista por la independencia de la CUP puede en principio restar algo del voto soberanista global, rebajando la superaditividad que se le supone, pero, por otro lado, funciona como un polo de absorción del voto de izquierda no independentista que, cuando menos, tendría un motivo para transferirse de Podemos a la CUP.
 
La lista única de siempre es lo mejor, pero no conviene caer en la trampa de perder lo bueno por obcecarse en conseguir lo mejor. Primero vamos a contarnos y luego veremos qué hacemos.  


(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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