Pablo Mayoral, de Podemos, decía ayer que Rajoy solo tiene miedo a Pablo Iglesias. El "solo" delata la convicción de que el PSOE y Ahora en Común
no preocupan a la derecha. Es una riña por ver quién es más combativo,
quién la asusta más, pues ese será quien gane las elecciones.
A
su vez, Rajoy, el líder de la derecha, decía también ayer en una
Conferencia Política del PP con la que ha iniciado la que promete ser la
campaña electoral más larga desde 1977, que no sabe qué sea el voto del miedo.
No que no sepa lo que es el miedo, como un valiente galo, sino el "voto
del miedo". Y, sin solución de continuidad, se lanzaba a meter miedo en
todas direcciones, asegurando que, si llega a gobernar Podemos, la
pensiones se reducirán, los supermercados se vaciarán y la gente tendrá
que hacer cola para sacar dinero; o sea, corralito. Nada, sin embargo,
que no haya hecho él. Él ha bajado las pensiones en términos reales y ha
esquilmado el fondo de reserva de la seguridad social. Los
supermercados no están vacíos pero, para quien no puede pagar los
precios de los alimentos (y hay mucha gente pasando hambre en España y
muchos niños con malnutrición) es como si lo estuvieran. Igual que las
colas para sacar dinero. Será quien lo tenga, porque los parados y
quienes cobran salarios de miseria, por más cola que hagan, no sacarán
nada.
Es
la peculiar lógica de un presidente que vive en la paradoja y la
contradicción sin que ello le preocupe. En realidad, no le preocupa
nada. Si es capaz de ser presidente del gobierno de un país acerca de cuya deuda no tiene ni la menor idea,
es que, en verdad, todo le importa un pimiento. Él lo que quiere es
mandar en su pueblo, cobrar los sobresueldos si se tercia, que sus
compadres se forren y los conserjes lo saluden respetuosamente al ir al
casino a jugar la partida de mus. Lo demás es secundario excepto, por
supuesto, la lectura del Marca.
En
su alegato a la Conferencia ha repetido el rollo de la recuperación y
ha insistido en la necesidad de que no se hagan locuras, ni cambios a
tontas y a locas, que se siga por el sendero trazado con toda eficacia
por su gobierno porque, de otro modo, se pondrá en peligro la susodicha
recuperación. A continuación, también sin solución de continuidad, ha
asegurado a su gente que frente a las vanas y alocadas promesas de
otros, el PP representa el verdadero cambio. Es decir, pide el voto de la continuidad y el del cambio al mismo tiempo.
Resulta absurdo, por supuesto, pero nadie seguramente lo hará notar
porque el personaje, todo él, es un monumento al absurdo, un personaje
del teatro del absurdo.
En
realidad, la Conferencia sirve para anunciar que por fin se harán
primarias en el PP, así como la novedad de que el programa electoral del
PP incluirá un proyecto de reforma de la ley electoral de modo que
gobierne siempre la lista más votada, otorgándole una prima. Es una
práctica autoritaria con ribetes de dictadura porque se trata de
fabricar mayorías parlamentarias que no reflejan las de la calle. Esa
fue una de las razones de la conflictividad de la II República. Lo
sorprendente es que, dado el desprecio del gobierno por la democracia,
no haya tratado de hacerlo ya en esta legislatura, para garantizarse el
triunfo, más o menos como lo hizo Berlusconi en Italia en su día. Pero
no haya cuidado: si los dioses dan la victoria al PP en las próximas
elecciones, la reforma se llevará a cabo y la derecha se perpetuará en
el poder porque ni siquiera en estas circunstancias de vida o muerte
será la izquierda capaz de unirse.
Sobre
la corrupción, el tema dominante de su gobierno y legislatura, aquel
por el que será recordado, ni una miserable referencia. Ni para anunciar
medidas anticorrupción. A fin de mostrar su voluntad de cambio dentro
de la continuidad, como diría el Caudillo Franco, el PP ha cambiado el
logo. No es la primera vez que lo hace. Debe de ser la sexta o séptima.
Ahora ha copiado el círculo de Podemos y ha sacado una imagen bastante
cómica. Menos mal que están las redes para arreglar las cosas y hacer
bien lo que las gentes hacen mal. El logo trasmite mucho
mejor que el oficial el espíritu del PP, que es el de la corrupción, los
sobres, los sobresueldos, las comisiones, las mordidas, las estafas de
todo tipo.
Algunos de los intervinientes en esta conferencia de
contradicciones e incongruencias sí han reconocido la corrupción de su
partido pero solo para decir que los corruptos ya están fuera y la
organización ha pagado el precio político por ella. Ambas cosas son
falsas. Algunos corruptos pueden volver al seno de la organización, por
ejemplo Bárcenas, quien deberá ser readmitido o indemnizado con 900.000
euros si prospera la demanda que tiene planteada. Otros que ahora
gallean dentro de la organización y hasta en cargos públicos, pueden
verse mañana ante los tribunales acusados de las prácticas corruptas que
son el modus operandi del PP.
Porque
es así: el PP parece más una asociación de delincuentes que un partido
político, al decir de algún juez en debida providencia.
Y que esa banda que ha expoliado el país vuelva a ganar las elecciones sí que mete miedo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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