La RAE ofrece
dos definiciones para el término ‘plutocracia’: 1. Preponderancia de
los ricos en el gobierno de un Estado. 2. Predominio de la clase más
rica de un país. Este análisis semántico apenas desarrolla la etimología
pura y dura del término, que viene del griego antiguo y significa,
literalmente, ‘Gobierno de los ricos’.
Naturalmente,
en un Estado moderno es harto difícil que el poder económico ocupe
los centros de mando a cara descubierta. Lo hace de forma más
sibilina, mediante la concesión de prebendas, el intercambio de
favores y, sobre todo, a través de la más formidable arma de
sometimiento: la deuda.
Según el Tribunal de Cuentas, los
partidos políticos deben a la banca más de 205 millones de euros.
Las campañas, el despliegue mediático, los viajes, los mítines…
nada de eso se paga solo; y ahí están las entidades financieras para
conceder crédito a quien lo necesite, sin mirar siglas o
ideología.
Una vez abierto el grifo y llenas las arcas de la
formación de turno, no sólo se crea una obligación monetaria para
con el banco. También surge un vínculo de honor: el prestatario
empeña su comportamiento futuro, cuando ocupe un cargo público y
toque tomar medidas económicas.
Hemos soltado la mosca, así
que esperamos que te portes bien y no nos jeringues cuando tu
trasero esté en la poltrona. Podemos llamarlo lealtad, si nos
levantamos de buen humor, o vasallaje, si tenemos ganas de
chinchar.
Prestar dinero a los partidos políticos es, pues,
una inversión más. Y aquí es donde se gesta la paradoja que da lugar
a la plutocracia: a pesar del inmenso caudal de millones que se ha
destinado a la banca –y del que todavía no hemos atisbado nada
parecido a una devolución- ellos, los banqueros, son acreedores
nuestros.
No importa que el rescate del moribundo sector
financiero costase a las arcas públicas una cantidad varios ceros
superior al pasivo que deben los partidos. Como gestores, los
políticos han concedido dinero a la banca. Pero como líderes de
sus respectivas formaciones, se han endeudado, con lo que deben
trazar las líneas de su Gobierno sin salirse de los márgenes que
establecen sus benefactores. Y así es como todos los de abajo, que
nada hemos tenido que ver en el negocio, nos comemos sin pelar las
consecuencias de esa deuda.
España reúne todas las
características de una plutocracia. El establishment
financiero –‘los ricos’- no se sienta en el trono, pero maniata a
los que gobiernan. De poco sirve ir a votar cada cuatro años si luego
son los consejos de administración los que criban los planes
económicos de la legislatura.
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