sábado, 25 de julio de 2015

Una corona en apuros / Ramón Cotarelo *

Supongo que por estos ultrajes a la dignidad nacional berreaba hace unos días el cura de los Jerónimos en Madrid. En mitad de la misa por el descanso eterno del genocida, arrebatado por la iluminación divina, pedía que aparezca un hombre con lo que tienen los hombres para rescatar de nuevo a España de las garras del comunismo y la masonería.

¡Quitar el busto de Juan Carlos I del salón de plenos! ¡Quitar después el retrato del monarca felizmente reinante, Felipe VI, nuestro señor! Hay una evidente mala fe republicana en el consistorio barcelonés. Que, además, no se contendrá dentro de los límites del edificio municipal, sino que se extenderá al callejero de Barcelona para evitar que haya alguna calle o plaza dedicada a algo o alguien de la monarquía.

Esta nueva izquierda no tiene maneras. Desconoce el pacto llamado de no es el momento. Cada vez que alguien pedía un referéndum para que la ciudadanía española pudiera pronunciarse sobre la monarquía o la república salían los dos partidos dinásticos, PP y PSOE asegurando que no es el momento. Nunca en treinta años ha sido el momento y parece que esta nueva izquierda no sabe de aquellos pactos y, dando la vuelta a la vieja y resignada tradición popular, ahora diríase que allá van reyes do quieren leyes.

Por supuesto, el partido de la derecha no solo se ha opuesto a lo que considera una barbaridad, sino que, por medio del hermano del ministro del Interior, ha protagonizado una escena como de película de Sáenz de Heredia con Alfredo Mayo que podría llamarse "el último retrato de Filipinas". El consistorio tampoco admite al hijo del del busto y pretende poner en su lugar el retrato de un alcalde catalán, cuyo nombre no he retenido.

Al margen de lo que digan las normas en vigor sobre estos asuntos, está bastante claro que, aunque "no sea el momento", el dilema república-monarquía está siempre vivo. Como es lógico. Suelen los monárquicos decir que es una pérdida de tiempo ya que se trata de una cuestión meramente honorífica desde el momento en que el Rey es una figura simbólica. Por eso mismo se arma tanto revuelo, porque estos asuntos del busto y el retrato que unos quieren y otro no, son todos por cuestiones honoríficas, pero muy reales en sus consecuencias. 

Y eso es en Barcelona, siempre más adelantada. En Madrid, el Ayuntamiento ha decidido hacer gran expurgo del callejero, liberándolo de franquismo. Voto en contra del PP, como es lógico. Probablemente entre los que pierdan el privilegio de dar nombre a callas y plazas habrá parientes de los actuales gobernantes. Comienza aquí una cacería del nomenclator en busca de capitanes, coroneles, comandantes facciosos del 36. Fuera del alcance municipal pero que se planteará igual es el asunto del llamado Valle de los Caídos, esa siniestra Walhalla que hizo erigir el dictador para meter miedo después de su muerte. 
 
Y a fe que lo ha conseguido. Casi todas las respuestas contemporizadoras procedentes de la izquierda, están dictadas por el miedo. Y, sin embargo, el destino del conjunto es claro: hay que sacar los cuerpos de Franco y José Antonio y llevarlos a donde sus deudos digan. Hay que comunicar que quien tenga algún familiar en el lugar puede reclamarlo para enterrarlo en otra parte. Los restos de los demás saldrán tambien a una instalación apropiada y el conjunto se dedicará a fines museísticos.

No obstante, esta arremetida contra el ejército únicamente preanuncia la que vendrá después contra la Iglesia. No tanto contra la monarquía porque en Madrid esta izquierda es menos republicana que en Barcelona. Pero más anticlerical. De todas formas, es igual de peligroso para la Corona ya que la Iglesia es uno de sus pilares básicos.

Además del conocimiento de estas nefandas prácticas de quitar los símbolos, la Corona se encuentra en una situación muy incómoda porque carece hasta del apoyo -no digamos ya una mínima oientación- del gobierno. El presidente de los sobresueldos se limita a repetir obcecadamente que no habrá independencia de Cataluña y que se aplicará la ley. Pero no dice cuál, ni cómo, ni con qué resultado. Porque no lo sabe.

Esto ha sido el gobierno de España durante cuatro años.
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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